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parálisis cerebral

Julián Triguero, una vida sobre ruedas

VALÈNCIA.-Julián Triguero nació el 4 de junio de 1964 en casa, como muchos otros niños de su edad en aquella época. Lo hacía en el seno de una familia humilde de un pequeño pueblo situado a más de setenta kilómetros de Cuenca. Su vida hubiese sido como la de otro niño si su llegada no hubiese tenido una complicación: el cordón umbilical se enroscó en su cuello, lo que hizo que tuviera una falta de oxígeno prolongada que dañó su cerebro. Fueron momentos difíciles e incluso su familia pensó que lo perdían pero, aparentemente, superó la dificultad y volvió a respirar. Todos lo hicieron con él y para asegurarse de que estaba todo correcto le llevaron al médico más cercano. Al examinar al bebé, el profesional les explicó que no se preocuparan, que su hijo estaba bien.

Pasaron los meses y su madre, Guadalupe Molinero Triguero, notó que no evolucionaba igual que lo hizo su primer hijo, Gerardo, pues ni gateaba ni llegaba su primera palabra. Mientras tanto, y aferrándose a la fe, su madre peregrinó al Santuario de Lourdes para pedir que su hijo se recuperara. «Me aferraba a lo que podía para que a Julián le fueran bien las cosas», comenta.

Con seis meses recién cumplidos, se mudaron a València para que Julián recibiera una mejor atención médica. Su padre, Florencio Triguero, aceptaba todo tipo de trabajos para poder alimentar a la familia, mientras su madre se entregaba en cuerpo y alma a los cuidados del pequeño. La lentitud de la Seguridad Social hizo que su madre invirtiera algunos ahorros para acudir a un médico privado. En su primera visita el médico le recetó un remedio ‘infalible’: «Me dijo que pusiera cal viva en un colchón para que Julián —tenía un año— reaccionara y caminara. Lo hice y no funcionó, solo conseguí que llorara más». En la segunda visita, «me dio unas pastillas y me dijo que no me preocupara, que Julián pronto se recuperaría», comenta con cierto enfado por las falsas esperanzas que le dio. Julián, con una carcajada estridente y mostrando su ácida ironía, espeta: «aquí sigo sentado». 

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Fue en la Fe y ya con cinco años cuando le dieron el diagnóstico: al nacer tuvo una parálisis cerebral que le causó tetraparesia —disminución de la movilidad (paresia) en las cuatro (tetra) extremidades— y un 84% de grado de minusvalía. «Julián solo mueve el cuello 15 grados y la mandíbula pero la parálisis cerebral no significa que el cerebro esté paralizado», explican resaltando que Julián es una persona inteligente y con mucha memoria, al margen de ser muy sociable y vital, aunque también tiene el don de sacar de quicio a su familia. «Hay días que lo tiraría por la ventana», ríe su hermano Gerardo mientras Julián pone cara de pícaro. Si tuvo un diagnóstico muy tardío fue debido al desconocimiento que había por aquel entonces, pues hoy la parálisis cerebral es una de las causas más frecuentes de discapacidad motórica y la más habitual en menores. Tanto es así que se estima que una de cada 500 personas nacidas en España la padece. Dicho de otra forma, en España hay 120.000 personas con parálisis cerebral.

La familia reconoce que el diagnóstico fue un golpe duro y que tardaron un tiempo en aceptarlo pero las ganas de vivir de Julián y su curiosidad la llenaron de valentía. «Tuvimos nuestros momentos difíciles pero conseguimos ver la parte positiva de todo», comentan. Además, ya conscientes de que jamás caminaría, Julián tuvo su primera silla de ruedas, lo que facilitaba los desplazamientos aunque no su independencia.

Pasarían aún tres años hasta que pudiera acudir a un centro de logopedia para aprender a hablar y a escribir, algo que hoy en día no ocurriría, al igual que las clases, que serían en grupo con otros menores con discapacidades similares. «Hoy en día hay muchos más avances y el diagnóstico es más precoz y exacto por lo que, quizá, si Julián hubiese nacido hace diez años, tendría más habilidades físicas o intelectuales que ahora. Además, se apuesta por la atención individualizada para que los resultados sean aún mejores», comenta Cristina Amorós, terapeuta ocupacional en la residencia Pepe Alba en la que hoy vive Julián. Además, insiste en que «ahora se hacen más esfuerzos por fomentar la motivación y la estimulación de los menores, aspectos que antes ni se les prestaba atención».

Julián no recibió a su debido tiempo el tratamiento que necesitaba pero su madre se esforzó para que el pequeño hiciera cosas y no se quedara postrado todo el día en una silla de casa. «Se esforzaba para que estuviera activo, nunca me dejó ‘encerrado’ en casa, como otros niños de mi edad que también estaban en silla de ruedas», comenta Julián resaltando que su madre lo involucró en asociaciones y en la Cruz Roja para que aprendiera y se relacionara con gente. 

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