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las reservas para uno en España se han doblado

Mesa para uno en Valencia: dónde comer solo

  • No tiene por qué ser así de triste
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Al grano: ¿Es Valencia una ciudad agradable donde pedir “una mesa para uno”? Hasta hace no tanto eso de comer solo era más bien una condena asignada a comerciales y visitadores médicos, pero el mundo (ay) cambia como una dinamo y los números no engañan: según el portal de reservas online de El Tenedor las reservas para uno en España se han doblado a lo largo del 2016: doblado.

Ya es mucho más que una moda reservada a Francia, Italia y Bélgica (por cierto, en Amsterdam ya existe un restaurante, Eenmaal, que solo acepta reservas para uno) y eso se traduce en que nuestros hosteleros han de adaptarse a la demanda: menús individuales, vinos por copas y (especialmente) un servicio de sala atento a la movida, y aquí va un consejo, querido camarero —¡nunca preguntes “¿Esperamos a la señorita?”.

La verdad: el arriba firmante es un firme amante (y ya no solo por pura necesidad profesional… es la cruz de un cronista gastronómico) de la mesa para uno y la charla frente a una barra: en pocos lugares soy tan feliz. Estoy hablando del placer de una comida sin conversación ni compañía, tan solo tú, los platos y quizá ese libro que tanto has abandonado en el rincón de las cosas prescindibles. 

En Valencia tenemos la suerte de acoger sin prejuicios al gastrónomo solitario, tanto como (y esta es mi experiencia personal) en Barcelona, Cádiz o Donosti: capitales de la barra y el noble arte de no mirar a nadie por encima del hombro —¿Será cosa de nuestro ‘meninfotisme’? Qué más dará, la cuestión es que la cultura mediterránea sigue latiendo en el cap i casal, desde els Poblats Marítims a la barra más señorial del Ensanche. Sin embargo no pasa lo mismo en la capital, y ahí estoy un poco de acuerdo con Fernando Huidobro: “Sigo, tras tantos años, opinando que Madrid no es lugar para tapear ni barrear en soledad. Ni hay tapas, ni te miran bien ni te tratan con simpatía”.

¿Mis imprescindibles en Valencia? Aquí van cinco templos para el misántropo: la barra de Vuelve Carolina, frente a ese titán de la sala que es Jesús Mirapeix. Saiti (porque comer en soledad no tiene porqué ser sinónimo de una barra). La terraza de Dos Estaciones en la zona cero de Ruzafa, el bocata de lomo, cebolla, mostaza y queso de Ricard Camarena en la barra de Central Bar y cada uno de los nigiris que Diego Laso cocina con mimo tras la barra de Momiji, en los bajos del Mercado de Colón.

No os cortéis. Y pese al (posible) sonrojo, pedid ya mismo una “mesa para uno”. ¿Qué puede salir mal?

Comer solo no significa comer en soledad, fotografía de Marga Ferrer
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