VALENCIA La crisis económica está destruyendo muchos tópicos sobre el funcionamiento de la política española. Entre ellos, y como ya hemos comentado en otras ocasiones, el mito de la estabilidad fundamental del sistema en torno a dos grandes partidos (PP y PSOE) que lo sustancian, y por los que ha de pasar, obligatoriamente, cualquier forma de Gobierno del país. Ahora unos, y después otros, pero siempre unos u otros.
El sistema político español se basa en un bipartidismo casi perfecto que penaliza enormemente a los partidos minoritarios y que deja en un lugar secundario a los partidos de ámbito local o regional, normalmente ligadas con diversos movimientos nacionalistas, por más que algunos vociferen -casi siempre, desde Madrid- que el sistema electoral "beneficia a los nacionalistas", en un espectacular ejemplo de indiferencia respecto de todo lo que la matemática tiene que aportar al respecto.
Este bipartidismo sólo se ha visto truncado en aquellas comunidades autónomas que cuentan con partidos regionalistas / nacionalistas con suficiente peso específico como para condicionar, o incluso protagonizar, el Gobierno de sus autonomías, como ha sucedido tradicionalmente en el País Vasco, en Canarias y en Cataluña (y en menor medida en Aragón, Baleares, Galicia y la Comunidad Valenciana). Pero el bipartidismo PP-PSOE (o UCD-PSOE) jamás ha sido puesto en duda en ningún proceso electoral de ámbito nacional. Hasta ahora.
PP y PSOE se hunden en las encuestas
Los sondeos electorales continúan avisando de dos fenómenos que resultan sorprendentes por darse simultáneamente: el PP se hunde en las encuestas, pero el PSOE no se recupera, e incluso continúa descendiendo, aunque más lentamente que el PP, dado que el PSOE ya vivió su particular hundimiento en los dos años anteriores. Ambos partidos están llegando a un "empate técnico de la miseria", en torno al 25%-30% de los votos (según la encuesta que consultemos).
Y, en el camino, pulverizan todas las dinámicas de voto tradicionales, así como la idea de que tanto PP como PSOE contaban con un suelo electoral más o menos estable. Esa idea ya se descartó respecto del PSOE, y ahora comenzamos a estar en condiciones de preguntarnos si no ocurrirá lo mismo con el PP, cuyo suelo, como comentábamos hace unos meses, es sólido, pero no indestructible.
Las razones del descenso de intención de voto de PP y de PSOE son ya conocidas y, probablemente, evidentes para la mayoría de los ciudadanos. De hecho, ahí está el principal problema para el mantenimiento del sistema bipartidista: que la desafección de cada vez más ciudadanos por la gestión del PP en el gobierno, y también por la del PSOE en su momento y por su anémica oposición actual, está llegando al punto de no retorno. Un punto en el que PP y PSOE, no es ya sólo que pierdan momentáneamente esos votos, sino que lo hagan para siempre (o para muchísimo tiempo).
Ambos, PP y PSOE, fracasan en su gestión de la crisis (el PSOE, sin duda; el PP lo está haciendo), a los ojos de los ciudadanos, que ven cómo las cifras de paro y los problemas cada vez más acuciantes continúan implacables, con independencia de que el Gobierno proponga un Plan E para construir y reconstruir aceras o un plan "A", de austeridad, en el que recorte servicios sociales de carácter básico mientras sube impuestos.
Todo ello mientras la credibilidad de ambos partidos figura bajo mínimos, acosados por el incumplimiento sistemático de la palabra, por los casos de corrupción, por el alejamiento de la realidad que parece mostrar buena parte de la clase política, y por el llamativo doble rasero en las medidas que conviene adoptar según de quién hablemos (ciudadanos, empresas, Administraciones públicas y, por supuesto, partidos políticos).
Con todo, lo peor de la ecuación no es sólo el pésimo balance que estos partidos han ofrecido hasta ahora los ciudadanos, sino el "ilusionante" panorama que ambos comunican de cara al futuro: más de lo mismo. Más austeridad discriminada. Más connivencia con las élites socioeconómicas del país. Más inmovilismo y más llamadas al conformismo de la gente, dado que "esto es lo que hay".
El método Mariano Rajoy en el PP: sentarse a esperar, porque las cosas ya mejorarán con el tiempo, aunque sea en 2018. Y el método Mariano Rajoy en el PSOE: sentarse a esperar para que el público, harto del PP, vote "al otro" en 2015 y así, desde el Gobierno, esperar un poco más a que la cosa mejore allá por 2018. No cabe extrañar, en este contexto, que el sistema bipartidista esté en crisis. Claramente, es un sistema que no funciona.
El destino de los votantes desafectos
Cabe preguntarse por los beneficiarios de la decadencia electoral de PP y PSOE. Está claro que se benefician casi todos los partidos minoritarios: UPyD, IU, Compromís en la Comunidad Valenciana... O, hablando en puridad: se benefician aquellos partidos que no han tenido nunca o casi nunca auténticas responsabilidades de Gobierno y que, por tanto, los ciudadanos no perciben como responsables de la situación. Y así, las mismas encuestas que comienzan a u
bicar a PP y PSOE en el abismo del 25% también le asignan a UPyD y a IU unas cifras que oscilan entre el 10% y el 15%.
(Gráfico: Partidos representados en el gráfico: PP (azul), PSOE (rojo), IU (marrón), UPyD (magenta), CiU (azul marino). Fuente: Wikipedia)
Todo ello, sólo cinco años después de que las Elecciones Generales de marzo de 2008 nos llevasen al punto culminante del bipartidismo en España: la suma de PSOE y PP alcanzó el 83,8% de los votos y el 92,28% de los escaños en disputa (323 de 350). Con casi tres años más por delante, en teoría, hasta las próximas Elecciones Generales, la idea de un sorpasso electoral de UPyD, o de IU, o de ambas formaciones, a PSOE y/o PP comienza a no resultar tan quimérica.
Sin embargo, tanto IU como UPyD tienen un atractivo limitado como alternativa. IU, demasiado condicionada históricamente, y también ahora, por los apparatchiks del PCE, carece de un liderazgo carismático y no es percibida como una alternativa moderna por amplias capas sociales.
Aunque cuenta con la ventaja de la coherencia de su trayectoria y de que su principal desventaja histórica (que sus postulados parecían totalmente alejados de la realidad) se está convirtiendo, a marchas forzadas, en una ventaja, conforme determinados aspectos de la realidad (como el rechazo de Maastricht, la moneda única y, por supuesto, el modelo capitalista de bienestar) se acercan a marchas forzadas a los postulados de IU.
UPyD, por su parte, parece en esta cuestión el "reverso tenebroso" de IU: es un partido moderno y cuenta con un liderazgo carismático (quizás demasiado carismático); pero sus abundantes arrebatos demagógicos y sus inconsistencias impiden que muchos votantes puedan tomarles en serio. Por último, su visión de España resulta excesivamente condicionada por lo que podríamos llamar "madrileñización de la realidad", o una lectura de España acérrimamente centralista realizada desde la capital.
Curiosamente, a pesar de los buenos resultados que tanto UPyD como IU consiguen, tal vez las encuestas comiencen a evidenciar las limitaciones de ambas formaciones. Y es que dichos resultados muestran con claridad que ni IU ni UPyD suben todo lo que deberían subir, teniendo en cuenta todo lo que bajan PSOE y PP: buena parte de los votos -más de la mitad- se va a la abstención o al voto en blanco. Es decir: hay un número importantísimo de votantes que están, ahora mismo, "esperando a Godot". Esperando a nuevas opciones electorales a las que votar.
Ahora bien; no está nada claro qué tipo de movimiento podría tener éxito en España. Un movimiento antipolítico, pero al mismo tiempo constructivo, como el liderado por Beppe Grillo en Italia podría tener espacio electoral, pero también otro tipo de propuestas, más determinadas ideológicamente o de un populismo más chabacano (y extremista). Lo que parece claro es que el sistema de partidos español no seguirá con la misma fisonomía que ha tenido hasta ahora. Al menos, como tantas y tantas otras cosas, mientras perdure la crisis.
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#prayfor... Documental sobre el accidente del Metro de Valencia
El pasado 3 de febrero, se difundió en la web 0 Responsables la primera parte del documental del mismo título, producido por la asociación de víctimas del accidente de la Línea 1 del metro de Valencia, que provocó 43 muertos el 3 de julio de 2006.
Contenía diversos testimonios de familiares de las víctimas, periodistas y representantes políticos de la oposición sobre la delirante comisión de investigación orquestada por el PP en las Cortes, y en el que los responsables de FGV y del PP seguían al pie de la letra el guión establecido por una agencia de comunicación, contratada a la sazón con el indisimulado propósito de enterrar el asunto lo antes posible.
El domingo de la semana pasada, 3 de marzo, se publicó en la web la segunda parte del documental. Los autores harán lo propio el día 3 de cada mes hasta llegar al 3 de julio, séptimo aniversario del accidente que costó la vida a 43 personas. El que, sin duda alguna, constituye el peor momento, por muchas razones, de todos los años de gobierno del PP en la Comunidad Valenciana. Sobre todo, por la inaceptable mezquindad y total falta de humanidad con la que el PP, con el entonces president Camps al frente, gestionó el asunto.
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Guillermo López García es profesor titular
de Periodismo de la Universitat de València.
@GuillermoLPD