VALENCIA. En tiempos difíciles, se espera de los gobernantes que tomen decisiones difíciles. Pero no que lo hagan de cualquier manera. Tampoco da igual qué decisiones se tomen, por más que el objetivo (en este caso, ahorrar una determinada cantidad de dinero) sea el mismo. Por último, se espera de los gobernantes que sepan mostrar cierto grado de empatía y preocupación por los gobernados.
En este caso, el balance difícilmente puede resultar más negativo. El Gobierno continúa afanándose en hacer lo que durante meses, e incluso años, nos aseguró que nunca haría. Aplica recortes que claramente afectan en mayor proporción a las clases medias y bajas de la sociedad. Y, además, aplica estos recortes, no con la gravedad que requiere el momento, con seriedad y, sobre todo, con una manifestación clara de empatía con el sufrimiento ciudadano. Sino que lo hace con una extraña mezcla de arrogancia y afán por insultar a aquellos a quienes les aplica los recortes, que son unos vagos quejicas, y por eso se les rebaja el subsidio de desempleo, se les descuenta el sueldo un 7% (que eso es lo que significa quitar una paga extra a los funcionarios, que de "extra" no tiene nada) o se les suben los impuestos a aquellos que no tienen más remedio que pagarlos (a los demás, a los que evaden, se les premia con amnistías fiscales).
Para rematar, el Gobierno se saca de la manga una reducción del 30% del número de concejales. Una aparente medida de austeridad, cuyo efecto en términos económicos será irrisorio, puesto que afectará, sobre todo, a concejales de pueblos pequeños que no cobran sueldo y apenas dietas. Una reforma electoral encubierta que perjudicará sobre todo -¿lo adivinan?- a los partidos minoritarios.
Los discursos "churchillianos" de Rajoy y Zapatero
Todo esto lo anunció Rajoy en un largo discurso en el Congreso de los Diputados. Algo hemos salido ganando: al menos, no nos envió una nota de prensa. Llevados por el entusiasmo (y, quizás, también por un progresivo alejamiento de la realidad), algunos voceros del PP y sus adláteres se apresuraron a tachar el discurso de Rajoy de "churchilliano". Al parecer, Rajoy decidió tomar el toro por los cuernos y, valientemente, decirle a los españoles lo que había que hacer.
La comparación con Churchill, tan querida por los conservadores españoles, causa sonrojo y vergüenza. Porque el discurso de Rajoy, leído con el mismo carisma que el de un registrador de la propiedad dando lectura de los acuerdos adoptados entre las dos partes para la compraventa de un campo de patatas, sencillamente sancionaba lo que todos ya sabían: que el estado de la economía española es comatoso, a pesar de los continuos desmentidos, evasivas y, sencillamente, mentiras que el Gobierno lleva meses desplegando. Y que España está intervenida merced a esa "línea de crédito en condiciones muy ventajosas" que nos consiguió Rajoy para la banca antes de ir a ver a España en el primer partido de la Eurocopa (¿alguien se imagina a Churchill cogiendo un avión para irse a Irlanda a ver un partido de rugby mientras las bombas de la Luftwaffe asolaban Londres?).
Así que puede que sea Rajoy el que anuncie los recortes, pero la necesidad de los mismos le viene impuesta desde fuera. Como si el discurso de Churchill sobre la sangre, el sudor y las lágrimas se hubiese dictado desde Washington. Mucho más que al de Churchill, Rajoy recordó el miércoles pasado al discurso con el que Zapatero se inmoló ante los españoles en mayo de 2010.
La nueva y la vieja oposición
El Gobierno nos ha estado mintiendo durante meses, y lo ha hecho a sabiendas. Se trata de una situación en parte disculpable: las decisiones en estas materias, a menudo, se desmienten con vehemencia... Hasta que finalmente se anuncian. Por otro lado, a fin de cuentas, también nosotros sabíamos que el Gobierno nos mentía.
Lo que no es tan disculpable es la manera en la que el Gobierno ha incumplido el programa electoral con el que se presentó, y ganó, las Elecciones. Un programa electoral en el que no sólo destacan ahora los incumplimientos concretos ya consumados, como la no subida del IRPF y el IVA (los vídeos recopilatorios con declaraciones de dirigentes del PP, incluyendo la meritoria campaña "No más IVA", están haciendo furor), sino también, y sobre todo, los que están por llegar. En particular, el descenso de la tasa de paro. Millones de españoles votaron al PP para que arreglase la situación, apelando a su mítica buena gestión económica en la época de Aznar y a que, en un país de bipartidismo imperfecto como este, el PP constituye la alternativa al PSOE, y viceversa.
Ahora estamos inmersos en un proceso que puede desmentir ambas aseveraciones: por un lado, la buena gestión económica del PP. De los años "aznaristas", con un éxito en realidad propiciado por la burbuja inmobiliaria de la que provienen parte de nuestros males (por no hablar de la "magnífica" gestión que ha hecho el PP en el ámbito local y autonómico), así como la gestión del actual Gobierno, totalmente superado por los acontecimientos.
Por otro lado, y aunque es muy pronto, es evidente que estos seis primeros meses de gestión, culminados en la nueva tanda de recortes, le van a pasar factura al Gobierno, electoralmente hablando. Mientras la situación económica no mejore (y no parece que vaya a mejorar; ya se habla de recesión hasta finales de 2013, y un desempleo en los niveles actuales, o peor aún, hasta 2015), el desgaste se consolidará y aumentará. Como, además, la supuesta alternativa al Gobierno, el PSOE, continúa viendo erosionado su voto, no sería descartable -en absoluto lo es- un cambio estructural en el sistema de partidos actual, en el que alguna de las dos opciones mayoritarias, o las dos, sean sustituidas por partidos hoy minoritarios o, directamente, inexistentes. En resumen: hoy estamos más cerca que nunca de que no sólo el PSOE, sino también el PP, sufran el "efecto Papandreu" y vean hundidas sus expectativas electorales hasta niveles insospechados.
Basta ver el contenido de la intervención de Alfredo Pérez Rubalcaba en el pleno extraordinario del Congreso, y compararla con las de Rosa Díez y Cayo Lara, para entender quiénes están haciendo la verdadera oposición al Gobierno, y al mantra de los recortes y la austeridad. Y quiénes están, obviamente, capitalizando esa labor de oposición (que no sólo se basa en palabras: también en acciones, como la querella de UPyD contra la cúpula de Bankia) en votos.
#prayfor... Andrea Fabra. Un aplauso y... ¡Que se jodan!
El discurso churchilliano de Rajoy generó tanta emoción en las filas del PP que muchos se pusieron a aplaudir a su líder mientras, valientemente, desglosaba todos los recortes que durante meses aseguró que nunca haría. La gente, que es muy malpensada, no ha llevado demasiado bien eso de que, mientras le recortan el subsidio de desempleo, o el sueldo, o le suben los impuestos, los autores de tales medidas lo festejen con grandes aplausos.
Sin embargo, se puede ir aún un poco más allá. Se puede, además de aplaudir, jalear las decisiones por la vía de insultar a aquellos a quienes les afectan. Se puede, en resumen, hacer lo que hizo Andrea Fabra: aplaudir y decir a continuación un sonoro "¡que se jodan!" mientras Rajoy hablaba de los recortes en el subsidio de desempleo. ¡Que se jodan los parados, que son unos vagos! (Fabra arguye, en una argumentación que, sorprendentemente, ella parece creer que excusa su comportamento, que ese "¡que se jodan!" iba dirigido al PSOE). El asunto, como cabría esperar, no fue muy bien acogido por parte de los ciudadanos, que se apresuraron a criticarlo y parodiarlo de todas las maneras posibles a través de Twitter.
Lo más llamativo de esto es que, una vez más, la esforzada protagonista que desde la clase política afea a los ciudadanos es alguien que no ha trabajado prácticamente en toda su vida en el mundo real. Un somero vistazo a su currículum nos muestra que la hija de Fabra, parlamentaria desde 2004, con 31 años, sólo tuvo experiencia laboral como asesora del ministerio de Hacienda en 1997, con 24 años (ya con el PP en el poder), y posteriormente en Telefónica (mientras el PP la privatizaba). Es decir: toda su carrera, política y profesional, se ha realizado a la sombra de su partido desde su más tierna edad. No consta que haya tenido que sufrir nunca el drama del paro. ¡Un aplauso para ella, por encontrar acomodo laboral desde un principio!
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Guillermo López es profesor titular de Periodismo en la Universitat de València