España ha traspasado el punto de no retorno y se ha lanzado a toda velocidad contra su futuro... o hacia donde decida. De momento el despegue no puede ir peor. El pasaje se halla paralizado por el pánico ante el cambio; los pilotos (el Gobierno y las administraciones) agarrotados ante la magnitud de la empresa, y la tripulación (los agentes sociales) actuando de lastre para que nada cambie y conservar posiciones. Pero hay que levantar el vuelo
VALENCIA. Se disponen los españoles en los próximos meses a consumirse y arder en protestas y conflictos por sus cuatro costados. El último ha brotado con el anuncio de reducción de las subvenciones al sector minero del norte del país. Ya tenemos a los sindicatos mineros (ríanse ustedes de los de los jornaleros o de los portuarios) declarando la guerra a un recorte de subvenciones a fondo perdido para seguir extrayendo carbón de mala calidad, caro y contaminante con tal de salvar un sector productivo que hace años debería haber sido desaparecido y reemplazado por una actualización de economía contemporánea. Pues no: los aguerridos y testosterónicos mineros avanzarán por las carreteras "a tomar Madrid" empujado por unos sindicatos de otro tiempo (con el respeto debido a la historia del movimiento obreo). Santa Bárbara bendita.
No son solo ellos. Los de educación, los sanitarios los de transports. Hasta nuestros jóvenes, modernos y muy fenomenales sindicatos universitarios, protegidos y alimentados por la cátedra corporativa, acaban de firmar un compromiso para defender el estatus de la actual educación universidad española, ‘referencia' en el mundo entero por su eficacia, calidad y fuente de ciencia y tecnología (espero que adviertan el tono irónico).
¿Reformas? ¿Para qué? Carreras y títulos duplicados cuando no inservibles para la generalidad financiados a costa del Estado -o sea, de los contribuyentes- y universidades en cada esquina (en la Comunidad Valenciana tenemos siete públicas pared con pared, campus con campus, campo de futbol con campo de futbol...). Lógico. Nadie quiere cambiar ni perder su spanish ways of life. Y Valencia, capital mundial de los Erasmus. Qué bello es vivir.
Pero los españoles con menos oportunidades si lo están pasando mal. Cientos de miles de jóvenes en paro que se desesperan por encontrar algún trabajo basura ante la alternativa de tener que huir al extranjero (los que puedan...). España necesita una urgente trasformación, pero los españoles no encontramos el camino. En lugar de cambios profundos, solo recibimos malas noticias, traumas, recorte, resistencias, letales golpes de efecto, crisis y recrisis. No se presentan ni anuncian soluciones airosas, ni de talento, geniales ni brillantes...
No hay reactivación económica: solo depresión. El Gobierno, asustado por la voracidad de la situación financiera y de los especuladores internacionales, aparece al borde del colapso (lastimoso Rajoy). La oposición no sabe qué hacer, solo balbucea -Rubalcaba- reproches sin sentido. Los sindicatos, sí: quieren que no cambie nada, y se oponen a cualquier amago de reforma. El lío. Y las organizaciones empresariales, sobrecogidas por las dimensiones de la situación económica, solo buscan sobrevivir por encima de cualquier consideración al margen de la reestructuración laboral.
¿SÁLVESE QUIEN PUEDA?
Sabemos que tenemos que cambiar pero no hacia dónde, cómo ni cuándo. La mayoría solo piensa en no perder su modo de vida. No cambiar, el pánico atávico de las sociedades de nuestra civilización. Nos encarecen el acceso a la sanidad, nos hacen pagar los medicamentos, nuestros hijos se amontonarán en clases con otros treinta... tendremos que pagar más peajes y sobre todo más impuestos... ¡El-fin-del-mundo! ¡Oh, no!
Estoy convencido de que no es lo ideal, pero a mi personalmente me importa una higa que mis hijos y nietos deban volver a clases de treinta y tantos alumnos (¡incluso de cuarenta!) y abandonen sus cómodas burbujas de doce. Cuando yo iba al colegio éramos 50 o sesenta por aula y de allí salieron grandes y muy humanos profesionales. El mal menor.
Tampoco me importaría, yo que puedo y Hacienda lo sabe, pagar algo más por los medicamentos, las recetas y mis estancias en el hospital, siempre que no se lo cobren a los que no puedan ni a los inmigrantes que tampoco puedan (algunos sí pueden; que paguen). Tampoco me importa pagar peajes (si no tengo dinero, no viajo). Y algo más de impuestos... pero con condiciones, entre ellas que vayan dirigidos directamente a la inversión, claro, no a pagar plantillas de funcionarios (en el sector privado ya nos han despedido a seis millones).
La crisis exige éstos y otros esfuerzos sociales y no nos quedará más remedio que afrontarlos, aun a costa de cierto descenso en la calidad de una sanidad sin tacha y una enseñanza que ya, por otro lado, se encontraba a la cola de Europa y no precisamente por el número de alumnos en sus aulas sino por otras causas cuya ennumeración no es el caso pero que los nuevos planes de austeridad no impediría abordar.
No entiendo a los sindicatos de Educación como tampoco a los de otras ramas de la actividad económica, que rechazan abruptamente cualquier negociación que represente recortes, reducciones y austeridad. ¿No se han percatado de lo que está ocurriendo? ¿Les ciega tanto la injusticia del origen de esta situación -mala gestión y despilfarro por parte de los partidos políticos, de lo que nunca protestaron cuando las cosas iban bien- que no pueden ver que no hay otra salida que abordar esa austeridad porque no hay dinero para mantener el nivel de servicios tal y como los disfrutábamos hasta ahora? ¿Tanto miedo tienen al sacrificio?
EL GIRO SOCIAL
Cambiemos de estrategia. Son trazos gruesos que luego habría que definir -doctores tiene la academia-, pero se empieza por los trazos...: Pienso en una a mi entender más práctica y útil vía para el país. No se trata de bajar los brazos y ceder. Se trata de aprovechar la oportunidad de la crisis para poner condiciones que contribuyan a transformar la sociedad, ya que ahora dispone ésta de un instrumento de negociación en sus manos como nunca han dispuesto desde hace años.
Se juega a dos cartas: paz social o que salga el sol por Antequera. O jugamos todos o se rompe la baraja y viviremos en permamente y suicida conflicto, algo que no nos interese a nadie. Se trata de aprovechar la oportunidad que ofrecen los recortes para negociar con el Gobierno, las Administraciones públicas a todos los niveles, los partidos y la clase política acuerdos temáticos, programáticos: aceptamos recortes y austeridad a cambio de que ustedes acepten cambiar las normas del juego político, empezando por la reforma electoral, la disolución o transformación del Senado, la financiación de los partidos y la transparencia en su funcionamiento. ¿Qué tal, para empezar?
¿No estarían dispuestos el Partido Popular y el PSOE, en aras de tapar el tremendo agujero financiero que permitieron abrir a la banca negligentemente sus respectivos gobiernos durante la última década, a aceptar austeridad y paz social mientras se ejecutan los inevitables recortes (porque son inevitables, por las buenas o por las malas, nos pongamos como nos pongamos) pero siempre que entren a negociar una verdadera reorganización de la estructura social española, realizada en un terreno de juego y unas reglas por establecer?
De forma global, o por sectores. En la Sanidad, en la Educación, en la Administración Pública. Incluso en los terrenos laboral, fiscal y mercantil. En las empresas. En la banca y las finanzas, por supuesto. Y la reforma de este Estado paquidérmico que nos está sorbiendo la sangre mientras agoniza. Con todos los actuales agentes pero también con los nuevos interlocutores. Sí, esos que ustedes tienen en la cabeza. Los que llenan plazas y calles de forma pacífica y no se atreven a meterse en política. Una silla para ellos, junto al PP y al PSOE y al resto de partidos, a CCOO y UGT, con la CEOE, con los universitarios y los profesionales, los banqueros y los empresarios. En distintos foros y áreas de trabajo.
Ahí podríamos conseguir que las grandes corporaciones suprimieran temporalmente el reparto de beneficios a sus accionistas durante unos años para con ellos invertir y sanear la economía mediante un Impuesto de Sociedades como dios manda, no como el actual. Que la transparencia inunde los consejos de administración de las grandes firmas de servicios públicos, las eléctricas, las telefónicas, los bancos...
El campo de negociación es inmenso. ¿Y qué me dicen de todo lo que podríamos mejorar en la gestión de la Comunidades Autónomas y ayuntamientos? Suprimir definitivamente esos despojos del pasado llamados diputaciones provinciales que guardan avariciosamente las subvenciones que reciben del Estado en cuentas a plazo. Todo un mundo por cambiar y nosotros manifestándonos porque van a subir las tasas. ¿Nos hemos vuelto locos?
"Ya, pero eso es lo que llevamos muchos exigiendo desde hace tiempo, un gran pacto de Estado, y nadie entra al trapo", podrían decir cualquiera de nosotros tras leer estas líneas. Es cierto, pero entonces será la hora de salir a la calle porque las cosas van a ir mucho a peor. Y cuanto antes cojamos el toro por los cuernos más malos rollos nos evitaremos. Porque mira que se avecinan malos rollos, ya lo verán.
La resistencia del 'sistema' a reformarse desde dentro será, seguramente, inquebrantable. Pero el 'sistema' no va a aguantar así mucho más tiempo. España y la Unión Europea se deslizan hacia el abismo lenta y fatídicamente. Ellos mismos. En fin, que lo quería decir, y lo he dicho. Amén.
(Naturalmente, no albergo expectativa alguna de que nada de esto se produzca hasta que de verdad no hayamos tocado fondo y escarbado unos cientos de metros más por debajo, pero que luego no digan que no estaban avisados, como algunos lamentaron en plena burbuja cuando les advertimos de la que se nos venía encima por cuatro locos avariciosos situados a los mandos de las cajas de ahorro, del Banco de España y del Ministerio de Economía...).