Entre el debate sobre multiplicar la inversión en un rearme (para un país manifiestamente pacifista), la corrupción de los dos últimos secretarios de organización del PSOE con prostitución de por medio (en el partido que se reivindica como el garante del feminismo auténtico y que vino a limpiar las cloacas del Estado), las grabaciones y espionaje a los líderes de Podemos y Compromís por miembros de la policía (llamada patriótica en un sinsentido), las imputaciones casi por sorteo del creativo juez Peinado (miembro destacado del batallón del lawfer), y un Mazón que sigue agarrándose al cargo (con la esperanza de que la gente olvide que nunca ha podido contar qué hacía mientras su pueblo se ahogaba).
Cualquiera diría que son malos tiempos para la política, y no le faltaría razón.
El desapego de la gente hacia la política es cada vez mayor, con el riesgo que esto conlleva, pues el desapego de la política es el desapego de la democracia, y ello es altamente peligroso para nuestra seguridad, convivencia y bienestar.
Por ello quizás estemos en un momento en el que es necesario revindicar la política, su valor en democracia: la necesidad del debate de ideas, el diálogo entre las distintas opciones en las cámaras de representantes, las obligaciones de transparencia y control que ello conlleva por la oposición y por los medios de comunicación y la importancia de que se escuchen voces desde todas las inquietudes.
Pero la política no puede implicar que todo vale, como decir que España es una dictadura o deshacerte del contrincante político a base de lawfare, inventando procesos judiciales absurdos como el de Mónica Oltra en el que años después el juez instructor insiste en que ni hay delito imputable ni indicios de ningún tipo y viene a decir que abrir juicio oral en base a los delirios de la ultraderecha es un despropósito, y así afirma lo siguiente: “Estimo que nadie debe ser juzgado sin que exista un solo indicio racional de criminalidad contra el mismo y, en conciencia, reitero que no los aprecio en la conducta de los encausados". Lo cual evidencia que todo ha sido una invención de la derecha para acabar con una figura política clave y determinante y lograr así su máximo objetivo: poner fin al gobierno del Botànic, tal y como sucedió.

- Mónica Oltra
- Foto: JORGE GIL / EUROPA PRESS
Este sangrante caso de lawfare es un claro ejemplo de antipolítica. De cómo aquellos partidos que no pueden ganar con propuestas, lo hacen con mentiras. Y de la importancia de que los demócratas hagamos frente a esas mentiras, sin importar el color político. Pues tanto por acción como por omisión, el daño que se causa es enorme.
Como vemos, hay quien utiliza la política para alcanzar el poder y enriquecerse y hay quien cree en la política de valores para dar respuesta a los múltiples desafíos sociales y problemas de los ciudadanos.
Si la sociedad, tanto los medios de comunicación como el resto de instituciones, no reaccionamos con contundencia y conciencia ante aquellos que están alimentando la desafección política, si no damos un paso al frente para reivindicar el valor de la política de principios, vamos a perder mucho de lo conquistado.
Porque gracias a la política disfrutamos de una sociedad de derechos y libertades que algunas mentes obtusas ponen en cuestión de manera interesada.
Pero también a través de la política se tienen que dar soluciones a los problemas concretos de los ciudadanos, como el acceso a una vivienda. Si la política no es capaz de que un derecho, como el acceso a una vivienda digna, sea realmente efectivo, el desapego aumenta. Quizá por ello algunos se empeñan en no aprobar una regulación que acabe con la especulación o en reducir las pocas viviendas de protección social que existen.
Hace 20 años tuve el honor y el orgullo de participar en el Congreso sobre la aprobación de la ley del matrimonio igualitario. Como siempre, el PP votó en contra de este avance. Hoy también sus militantes y cargos hacen uso de esta conquista, como tantas otras sobre las que reniegan para después disfrutar de ellas tanto individualmente como socialmente.
Vivir en un país donde prime el respeto y no el odio es un valor fundamental que tenemos que proteger y, para ello, la política ha de formar parte de la respuesta.