Opinión

Opinión

Cuando el fallo está en la elección: de Maquiavelo a Sánchez

Publicado: 14/06/2025 ·06:00
Actualizado: 14/06/2025 · 06:00
  • Santos Cerdán y Pedro Sánchez.
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

Pedro Sánchez ha pedido disculpas a la ciudadanía: no debió confiar en Santos Cerdán, secretario de organización del PSOE. Antes ya había perdido la confianza en José Luis Ábalos, forzando su salida del Ministerio de Transportes. No es un caso aislado. A raíz del escándalo de las tarjetas black, Mariano Rajoy también pidió perdón "por haber situado en puestos de los que no eran dignos a quienes en apariencia han abusado de ellos", reconociendo entonces la necesidad de mejorar los procesos de selección en política.

Este asunto, aunque pueda parecer anecdótico, tiene profundas raíces filosóficas y legales. Ya Maquiavelo advertía que el primer juicio que se hace sobre la inteligencia de un gobernante es observar a quién elige como colaboradores. No es casualidad que nuestro Código Civil en los artículos 1.902 y 1.903 contemple la responsabilidad sobre los actos de terceros a través de dos figuras clave: culpa in eligendo (por elegir mal) y culpa in vigilando (por no vigilar adecuadamente).

Quienes nos dedicamos a los recursos humanos conocemos bien estas ideas. Un buen proceso de selección exige identificar candidatos no solo por su formación y experiencia técnica, sino también por su personalidad, comportamientos y valores. Solo así es posible anticipar si encajarán en la cultura de la organización y contribuirán a su propósito.

En cambio, en los partidos políticos españoles —y en buena parte de sus estructuras públicas—, la lógica meritocrática parece ceder ante otros intereses. A menudo, los puestos son ocupados por militantes o perfiles afines cuya trayectoria tiene poco o nada que ver con la responsabilidad que asumen. Como decía Baltasar Gracián, "es desgracia habitual en los ineptos la de engañarse al elegir profesión, al elegir amigos y al elegir casa".

Pero llegamos a la dimensión más crítica: los valores. A falta de competencias técnicas, uno esperaría que al menos los comportamientos y actitudes de estos representantes fueran ejemplares: responsabilidad, compromiso, capacidad de comunicación, trabajo en equipo, orientación al ciudadano... 

En una escena del filme Mi primo la asesora del protagonista le advierte que el problema "no es de dinero, sino de principios", a lo que Vincent Lindon responde con ironía: "Es lo mismo, los principios son más caros".

Porque los valores definen nuestras prioridades, y estas guían nuestras decisiones. Austeridad, transparencia, ejemplaridad, solidaridad... son palabras presentes en todos los programas políticos. Sin embargo, la distancia entre el discurso y la práctica es, con frecuencia, abismal. Y cuando los principios solo sirven de escaparate, el riesgo de caer en el cinismo es evidente. En El padrino III, Michael Corleone lo resumía con brutalidad: "La política y la delincuencia son la misma cosa".

¿Cómo prevenir que quienes carecen de principios usen el poder en su propio beneficio? Maquiavelo, de nuevo, ofrece una pista útil: "Cuando veas que un ministro piensa más en sí mismo que en ti, y que en todos los asuntos busca su propio provecho, nunca podrá ser un buen consejero".

En definitiva, tanto en política como en cualquier organización, elegir bien a las personas y supervisar su comportamiento es una responsabilidad ineludible. No basta con confiar: hay que establecer procesos rigurosos que fomenten la meritocracia, reduzcan el nepotismo y permitan reaccionar a tiempo ante las desviaciones. Porque como dijo Jean-Paul Sartre, "nadie debe cometer la misma tontería dos veces, la elección es suficientemente amplia".

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo

Todas las guerras son iguales
Pues igual Pedro Sánchez debería rendirse