Opinión

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Vals para hormigas

El cuento imprevisto de Navidad

Publicado: 24/12/2025 ·06:00
Actualizado: 24/12/2025 · 06:00
  • El alumbrado ornamental de Navidad, en Alicante.
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Esta madrugada me ha desvelado el cuento de Navidad que ya sabía desde la pasada primavera que no iba a escribir. Que este año iba a interrumpir la tradición que cumplo con esta casa desde que entré. Pero así son las cosas. Sabía que, en ocasiones, la vida se endurece y te obliga cada día a pisar descalzo sobre una playa de guijarros. Y sabía que, en ocasiones, el sueño se nos escapa para volar junto a la sombra de Peter Pan. Pero no es frecuente que una obligación que ya habías borrado de tu agenda ronde tu almohada un miércoles cualquiera antes del amanecer. Incluso cuando el miércoles no es tan cualquiera como este de Nochebuena. La imagen era clara: un hombre sentado en la repisa de un escaparate hablaba con su tetrabrik de vino barato. En voz alta, en plena calle, en plena noche. Hacía frío. Las navidades son como un electrodoméstico antiguo, decía. Mientras todo funciona, todo va bien; pero en cuanto falla una pieza, no hay mecánico que lo arregle.

Por la ventana entraba un tintineo de ollas procedente de la cocina de mi vecina. Es temprano, deduje. Y, sin duda, es Navidad. La preparación de los cocidos, de las croquetas, la cocción de los langostinos y la elaboración de dulces es el único villancico que entienden todos los seres humanos. Sin duda, mi vecina estaba adelantando trabajo para llegar esta noche a la cena con todo preparado. Míralos, cómo andan de un lado para el otro, le comentaba mi personaje al tetrabrik, se piensan que estoy hablando contigo, pero en realidad ni me están mirando. Van a lo suyo, opinaba mientras se frotaba las manos para arrancarse el helor de la humedad nocturna. Una de las cosas que me impedían dormir otra vez es que aquel hombre no sonreía. No era de esos que terminan cada frase con una carcajada corta e incomprensible como un hipo. Feliz navidul, repetía el otro día el cliente de un bar en el que me tomé un café. Y se reía sin sentido ninguno. Ponme unas olivas, demandó al camarero. Y se volvió a reír. El interlocutor del tetrabrik seguía serio. Convencido. Y sin más compañía que el envase y el esqueleto de un carro de la compra abarrotado de mantas. Mi vecina dejó de trastear. De la cocina solo salía ya el borboteo industrial de la tapa de una olla con líquido en ebullición. Tendré que levantarme, pensé. Nunca me gustó estar en la cama. Subí la persiana. Aún no entraba una pizca de luz.

Lo del cuento no era un sueño. Era que ya lo estaba armando en mi cabeza. Casi con la necesidad de volcarlo en estas líneas. Sin casi. El engranaje de madera del primer gorjeo de un mirlo interrumpió la evolución de la historia. Los mirlos aclaran la garganta con un tictac de cuco suizo antes de cantar al morir la noche, como escribió Paul McCartney. Había estado todo el verano sin ver ni escuchar a los mirlos que rondan mi casa por temporadas. Me alegró el camino hacia la cocina, en la que preparé la cafetera y prendí el fuego. Estaba tan oscuro todo que se evidenció que allí no había un solo rastro de Navidad, como en este cuento que no tendría que haber existido. Solo cuando el mirlo vuelve en invierno, ilustró mi personaje a su envase de vino, te das cuenta de que ha estado ausente desde la primavera. Es otro de los efectos de estas fiestas, cerró de cuajo la conversación. La gente seguía apresurada a su alrededor, cargada de bolsas con compras. Abrí la puerta de mi galería para dejar que entrara el olor a cocido desde casa de mi vecina. Mi cafetera silbó. Pues no hay más remedio que prepararse para Nochebuena, pensé.

(Les deseo felices fiestas y que 2026 venga sin coartada).

@Faroimpostor

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