Hubo un tiempo en que se construyeron reglas internacionales para dimitir los conflictos sin distinción de países. Se establecieron normas en la Carta de la ONU para respetar las aguas internacionales, las fronteras, la soberanía de cada estado e incluso la protección personal de acuerdo con los derechos humanos universales reconocidos. Lo cual no obstaba para que se utilizaran técnicas que justificaban la intervención en los asuntos internos con la actuación de los servicios de inteligencia para subvertir una situación. La Guerra Fría tiene múltiples ejemplos de injerencia en países considerados estratégicos para los EEUU o la URSS. Casos como los de Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968 con la entrada de los tanques soviéticos para reconducir la situación política o la implicación norteamericana en el golpe de estado de Chile en 1973 y el respaldo al dictador Somoza en 1947, entre otros, son ejemplos del dominio de las dos grandes potencias después de la II Guerra Mundial. La lucha contra el imperialismo capitalista o la defensa del mundo libre con la economía de mercado fueron los elementos de crítica y defensa de ambos mundos. Aun así, en los llamados países desarrollados de Europa, Japón o Australia se respetaban las normas internacionales. En espera que otras zonas de Asia, América y África se fueran integrando al orden internacional después de las guerras coloniales y la salida del subdesarrollo. Existía un optimismo histórico que desde los países árabes hasta Indonesia y China se irían incorporando a los usos y costumbres de la cultura occidental considerada el eje del progreso.
Incluso cuando cayó el muro de Berlín se difundió la ilusión de que surgiría una etapa final de una humanidad que alcanzaría la democracia y el desarrollo global basado en valores universales. Pero todo volvió a su cauce a partir de la mitad de los años 90 cuando se evidenció que las rivalidades geopolíticas continuaban, incluso con más fuerza. Hubo una reconversión ideológica en la izquierda y la derecha. Ya no se discutía de manera directa la economía de mercado y la socialización de los bienes de producción pero si la ampliación de derechos individuales y colectivos con la defensa del multiculturalismo y el cuestionamiento de las normas sociales vigentes del sexo, de las identidades personales, del lenguaje, de la igualdad racial y de género. Europa creyó que había llegado al punto de su unificación definitiva para convertirse en una potencia mundial. La extensión de la OTAN hacía el Este hizo reaccionar a la nueva Rusia que vio como algunas de las Repúblicas Federadas se independizaban y su territorio establecido después de la II GM se fragmentaba, rehabilitando la mentalidad de una amenaza de invasión para acabar con la Rusia imperial. Así, estalló la guerra con Ucrania reivindicando que el antiguo principiado de Kiev era una parte esencial de su territorio y al menos reclama las zonas de cultura predominantemente rusas como ocurrió en Crimea.
Y dos grandes fuerzas se consolidaban en el panorama internacional. Una, China, con un crecimiento exponencial en pocas décadas capaz de competir económicamente con Europa, EEUU y Rusia. Un sistema autoritario de organización política con el PCCH y una economía de mercado controlada representaban la vía comunista al capitalismo. Y otra, La India, que comenzaba a despuntar y superar la demografía china. Mientras, Israel mantenía su fuerza con el apoyo del judaísmo internacional, y los árabes seguían divididos entre sudistas y chiitas pero sin ningún movimiento para avanzar hacía fórmulas de cultura occidental, antes al contrario, reforzaba sus convicciones religiosas engarzadas en sus estructuras políticas alejadas de los modelos democráticos occidentales.
Hasta ahora la competencia económica y el poder militar de los EEUU habían establecido la hegemonía política y económica en todos los continentes, y ahora se veía amortiguaba ante el poder emergente chino y uno futuro en La India. Incluso amenazada por lo que hasta entonces había fomentado: el libre comercio, en la creencia de que su economía se impondría al resto, pero la deslocalización de sus empresas en otros países no le ha compensado. Sin embargo, la administración de Donald Trump supo capitalizar la idea de aun siendo la potencia que asumía la seguridad y defensa internacional con su poder militar no se veía compensada con el apoyo de los países que se refugiaban en su protección sin contribuir adecuadamente a la misma, y de ahí su polémica con Europa. Además, su respaldo condicionado a Rusia, -a la que trata de separar de la alianza con China-, frente a Ucrania puede cambiar de un día para otro si aquella no se adapta a las propuestas de EEUU. De unas relaciones internacionales basada formalmente en tratados ahora prevalecen las relaciones personales (Bolsonaro sobre Lula, exclusión de Pedro Sánchez en las negociaciones, respaldo internacional a Putin). Un dominio militar y económico con los aranceles frente a países débiles europeos incapaces de hacerle frente.