Es muy probable que, cuando Valencia Plaza publique este artículo, la actualidad nos haya vuelto a desbordar con un nuevo aluvión de escándalos de corrupción sanchista, ingresos en prisión incluidos. Pero lo que parece prácticamente seguro es que, por ahora, Pedro Sánchez seguirá atrincherado en la Moncloa, tal vez maniobrando para desactivar las bombas informativas que puedan precipitar su caída y le hagan vislumbrar un inquietante horizonte penal.
En su agónica situación, no hay “manual de resistencia” ni maquillaje que valgan. Ni siquiera fontaneros capaces de frenar la inmundicia que emerge de las alcantarillas sanchistas. Muy a su pesar, la Justicia funciona y hay periodistas independientes dispuestos a contar la verdad.
El final apocalíptico al que el sanchismo se dirige no debería sorprendernos del todo. Ha habido demasiadas señales de alerta en forma de abusos, tropelías, decisiones y conductas poco democráticas que invitaban a sospechar lo peor. ¿Qué era sino corrupción política la compra de investiduras a cambio de injustas cesiones a los independentistas, indultos y amnistía? ¿Cómo denominar sus afrentas a la Constitución o su modo de gobernar contra la mitad de los españoles a los que aisló detrás de un muro? Se comprende ahora mejor su intención de colonizar las instituciones del Estado o sus ataques e intentos de controlar el Poder Judicial y la prensa.
Pese a una denodada estrategia de silenciar la verdad (con la ayuda del enorme aparato mediático del Gobierno), estos episodios de corrupción moral, política e institucional han ido calando en la conciencia ciudadana, aunque cada escándalo, desafuero o bulo gubernamental de hoy quedara sepultado por el del día siguiente, y el de la tarde tapara el de la mañana.
Poco a poco se fue destapando la presunta corrupción familiar de la esposa y el hermano, los chanchullos de Koldo y Ábalos, el escándalo de su fiscal general procesado y así sucesivamente. Hasta que recientemente la verdadera cara del sanchismo ha quedado desenmascarada tras descubrirse las tramas de corrupción económica a base de mordidas, las prácticas mafiosas para ocultar la corrupción y los catálogos de prostitutas. Un panorama de cloacas y estercoleros en los que ilustres dirigentes y fontaneros socialistas se han movido como pez en el agua.
La maloliente red de alcantarillado que conecta Moncloa con Ferraz ha quedado por fin a la vista de todos gracias a las investigaciones periodísticas, los audios y los informes de la UCO que hacen un análisis escalofriante de la corrupción protagonizada por los más estrechos colaboradores de Pedro Sánchez, descritos como una presunta organización criminal en el corazón del Gobierno y del PSOE. El retrato de toda una época, de once años de hipocresía y juego sucio, incluidas las trampas en las primarias. Esto ya no son los casos de Koldo, Ábalos o Santos Cerdán (enviado a prisión provisional por integración en organización criminal, cohecho y tráfico de influencias): todos los caminos conducen a Sánchez, cuya responsabilidad política es total.
Para la historia queda la doble moral de los incendiarios y falaces discursos durante la moción de censura contra Mariano Rajoy, en la que Ábalos proclamaba que “los españoles no podemos tolerar la corrupción ni la
indecencia como si fuera algo normal”. Aquel momento fue la culminación del asalto al poder de la banda del Peugeot liderada por Sánchez, “un insensato sin escrúpulos”, según certera definición que le dedicó un editorial de El País allá por 2016 cuando aquel fue obligado a dimitir tras el famoso comité federal de las urnas detrás de una cortina.
Lamentablemente, la presente degradación institucional tiene serias repercusiones políticas en la Comunitat Valenciana (y ya veremos si nuevas ramificaciones de las tramas). Nuestra tierra necesita un Gobierno de la Nación estable que atienda sus justas demandas y que sea capaz de aprobar unos presupuestos cuando más los necesitamos, y no uno débil y en campaña permanente contra la Generalitat Valenciana.
Las consecuencias también alcanzan al PSPV, cuya credibilidad ha quedado gravemente tocada, no solo por ser parte de un PSOE en descomposición o por aparecer uno de sus referentes, Ábalos, como el perejil de todas estas salsas, sino porque tanto Diana Morant como Pilar Bernabé se han significado más en la defensa de este sanchismo terminal que en la de los intereses de esta Comunitat. Su imagen y su trayectoria están indisolublemente unidas a su mentor, Pedro Sánchez.
En cuanto a la crisis de Compromís, palmeros y felpudo de un Gobierno hostil a la Comunitat, se ha puesto en evidencia la percepción de inutilidad de quienes se autodenominan “valencianistas” pero se subordinan a intereses ajenos a los valencianos y se muestran complacientes ante los desmanes sanchistas. La situación de España es de emergencia democrática. Solo la convocatoria de elecciones generales y la alternancia política pueden abrir un tiempo nuevo de regeneración, poner fin a esta etapa oscura y decadente y restaurar la deteriorada convivencia.
Como ha proclamado Alberto Núñez Feijóo, el futuro de la nación pertenece a todos los españoles y es a ellos a los que corresponde tomar la palabra. Ahora más que nunca, hay que elegir entre corrupción o democracia.