Pedalear en la València de los noventa fue una auténtica pesadilla para ese selecto y raro grupo de ciclistas urbanos. En cambio, los ciclomotores, sin llegar a superar en número de licencias a las ciudades de Nápoles o Torino, fueron muy populares ayudando a descongestionar el tráfico en una València que cabía en el bolsillo de una chaqueta.
Conocí a varias familias que, abrazando la modestia, se reconvirtieron en clase media, gracias a unos progenitores que blindaron sus oficios tras la adquisición de una licencia de taxi, ejerciendo dicha profesión con buen hacer. Aquel próspero y pesado negocio al volante de cuatro ruedas funcionó realmente bien. Taxi y ciudad se entendieron, porque el turismo ferial dio vida a un calendario sujeto a caballo entre el lunes y el jueves. Por el contrario, el turismo de congresos no acababa de despegar.
La noche valenciana era más atenta y salvaje a puertas de la inminente era punto.com que durante la insípida primera década del siglo XXI. El aterrizaje de Rita Barberá en el Ayuntamiento pondría orden y fin al desmadre a la valenciana, declarando ZAS (Zonas Acústicamente Saturadas) a varias zonas de ocio.
Rita acabaría por desmantelar los míticos conciertos de Fallas tras una promesa electoral a los vecinos de la vieja Alameda. Una fiesta fallera que solo duraba en el cartel del 15 al 19 de marzo, y la Navidad se celebraba durante el Nadal. Nada se adelantaba a su tiempo. Comíamos productos de temporada. La era Trainspotting dio portazo a una ciudad en búsqueda de una falsa identidad construida en base al desarrollo económico de los grandes eventos.
En paralelo, el transporte público, representando a la jornada matutina, conectaba cada atzucac en beneficio de jubilados, estudiantes y trabajadores. La noche quedaba lejos. Lo bueno de una València estrangulada en superficie por las vías de tren —sin ser los monstruos de Madrid o Barcelona— es que la podías cruzar y patear en apenas veinte minutos de punta a punta. Nadie llegaba tarde a ninguna cita. La expansión urbana de València en grandes avenidas, rondas y bulevares nos privó de la relación espacio tiempo por una cuestión de prejuicios.