Me ha fascinado la historia y la relevancia que ha adquirido TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Co.), una start up fundada en 1987 en Taiwán, por ser la originadora del llamado pure-play foundry. Es decir, TSMC se dedica a la producción de chips semiconductores destinados de forma exclusiva a clientes externos y adaptándolos a las muy sofisticadas necesidades específicas de esas terceras empresas. Esto le permite alcanzar, ¿por qué no decirlo?, una perfección y una compenetración extraordinarios. Por lo tanto, no compite con sus clientes (empresas multinacionales de la talla de Apple o Nvidia) si no que es clave para configurar los diseños propios de los mismos. El gran público desconoce la importancia de esta compañía. De alguna forma, el consumidor no ve lo que produce TSMC. Sin TSMC resultaría imposible concebir el mundo altamente tecnológico actual.
Está presente en prácticamente todos los productos de tecnología avanzada que se fabrican en el planeta: en la industria automotriz, en los centros de datos, en los electrodomésticos, en los servidores, en los smartphones, en los aviones, en los satélites, en el sector militar puntero y en lo que conecta a todo que es la inteligencia artificial. Es decir, que todo producto que tenga inteligencia electrónica tiene, de una forma u otra, trazabilidad taiwanesa. Así TSMC ha conseguido ser en la actualidad el fabricante del 90% de los microchips que se fabrican en el mundo.
¿Cuál es el origen de TSMC? Con gran visión, el gobierno de Taiwán impulsa a mediados de los 80 una industria de alta tecnología que intuye va a resultar estratégica. Se trata de propiciar toda una infraestructura manufacturera alrededor de lo chips semiconductores. El ahora todopoderoso Morris Chang fue el artífice de este ambicioso proyecto. Morris Chang de 91 años es un gran melómano. Probablemente su pieza favorita es el Himno a la Alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven. De hecho, fue la música que eligió para el concierto en National Concert Hall de Taipéi con ocasión del decimotercero aniversario de TSMC. Morris Chang con 18 años emigró a Estados Unidos en 1949 por la amenaza de la China comunista.
Es verdad que las peculiares circunstancias de la isla la han preservado del poder político de Pekín. Como ya traté en esta columna, tras un inicio autoritario con Chiang Kai Shek, el sistema político de Taiwán evolucionó, de forma en general pacífica, a un sistema democrático consolidado. Esto tiene un mérito singular. Volviendo a Morris Chan, pasó brevemente por Harvard en los cincuenta y posteriormente se incorporó al muy vanguardista Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Ahí obtuvo su título de ingeniero mecánico y empezó a interesarse por la industria de los semiconductores en un momento que estaba en un estado embrionario. Con posterioridad esta industria experimento una grandísima expansión sobre todo con el recurso al silicio.
En diciembre de 1958 Morris Chang coincidió en el congreso anual de electrónica en un hotel de Washington con los entonces treintañeros Gordon Moore y Robert Noyce, que crearon Intel. Bebieron mucha cerveza y acabaron cantando alegremente en la nieve. Moore y Noyce lideraron muchos años Intel. Y Morris Chang pasó con el tiempo a ser uno de los más altos directivos de la legendaria Texas Instruments. No obstante, en los años 80, Morris Chang no estaba demasiado contento con su vida. No había alcanzado el puesto de director general de Texas Instruments y decidió trasladarse a Nueva York a un cargo más institucional que ejecutivo. Coincidió en numerosas ocasiones en el ascensor con el propietario del edificio en el que vivía, un chispeante y juvenil Donald Trump. Estando en esa situación de impasse profesional, cuando el gobierno de Taiwán le contactó para encargarle tan interesante proyecto, no lo dudó ni un instante.
Morris Chang había sido testigo de la fulgurante ascensión de Japón como potencia económica y la batalla, que hoy nadie recuerda, que Japón libró con los Estados Unidos precisamente por los chips semiconductores. Durante la administración de Ronald Reagan hubo subvenciones, controles de inversión, aranceles para frenar la expansión japonesa en un sector tan sensible. Esta situación seguro que nos resulta familiar en la actualidad. Por ello, Morris Chang decidió separar la producción de chips a grandísima escala del diseño en sentido estricto que correspondería a sus clientes como hemos adelantado antes. De esta forma, se consiguió una singular sincronización entre Oriente y Occidente. TSMC producía y sus clientes, en principio occidentales, diseñaban.
Pocos resultaron atraídos por este planteamiento. Solo unos pocos empresarios de Taiwan y la multinacional Philips que lo vio. TSMC no comercializa pues ningún chip semiconductor de marca, sino que se encarga de la manufactura de circuitos integrados. Técnicamente fabrica obleas (wafers) en múltiples nodos (que van de los ya no tan elementales a los más sofisticados y modernos). Y el resultado fue impresionante. Eso sí, el secreto del éxito desde el principio, y sobre lo que Morris Chang hizo especial hincapié, fue asegurar a sus clientes que su propiedad intelectual se encontrara perfectamente protegida, proceder a realizar inversiones enormes en investigación y desarrollo, recurrir a técnicas organizativas eficientes y engrasadas, gestionar acertadamente el talento y finalmente, recurrir a la IA para optimizar todo el proceso de fabricación. Hoy por hoy, Morris Chang se puede considerar como uno de los arquitectos indispensables de la globalización de la economía.

- Morris Chang.
- Foto: WALID BERRAZEG/DPA/EP
¿Dónde estamos en la actualidad y qué puede suceder a corto medio plazo? Es indudable que TSMC goza en el presente de una posición de dominio no solo económico sino también en la dimensión estrictamente tecnológica: continuará siendo hegemónico en su mercado, contribuyendo a fijar los precios de los semiconductores para la IA y conservando su ventaja en I+D. En este sentido, debido a las tensiones geoestratégicas con el gran challenger que es China, un conflicto en Taiwán (cuya anexión está en la to do list, del presidente Xi Jinping) supondría un coste probablemente inasumible para la economía mundial. Por esta razón, en los últimos tiempos hemos presenciado una obligada descentralización de la dependencia de TSMC. Así tanto Estados Unidos, como Japón, la Unión Europea y Corea esta impulsando un tejido de producción local mediante limitaciones a las exportaciones y subvenciones. Pero no va a ser fácil, a corto plazo, alcanzar la capacidad de TSMC.
También TSMC ha cambiado su política de concentrar toda su presencia y producción en Taiwán. En este sentido, hay que mencionar la reciente instalación de una nueva fábrica en Arizona. Este movimiento está cargado no solo de simbolismo, pero también de pragmatismo. Y, aunque, como es habitual, Donald Trump reivindique la paternidad de esta decisión por parte de TSCM, ya se decidió durante la anterior administración de Joe Biden. Así en el pasillo de entrada al edificio hay fotos de la visita de Biden en 2022 con el inmueble envuelto en banderas americanas y con un gran cartel diciendo que era “un futuro hecho en América”. Hay importantes mensajes geoestratégicos con esta decisión de TSMC.
Se incardina dentro de la estrategia del presidente Trump de mantener la supremacía tanto en IA, en tecnología y en materia económica en general respecto de China. Forma parte de poner una especie de cordón sanitario tecnológico a China que también se ha evidenciado con la adopción de normas que impiden que TSMC exporte tecnología a China. Paradójicamente, Trump quiere que la fabrica de TSMC sea la piedra fundacional de un nuevo nacionalismo económico americano cuando TSMC es la expresión más exitosa de la edad dorada de la globalización. También con esta fábrica es indudable que se va a conseguir una mayor fortaleza de la cadena de suministro de estos productos esenciales para la economía moderna. En efecto, al aumentar la capacidad manufacturera de los Estados Unidos es obvio que de forma simultánea disminuye el riesgo de concentración geográfica en una zona tan delicada como es Taiwan. Es cierto que la producción en Estados Unidos es más cara y que esto podrá tener como consecuencia un incremento de lo costes y de los precios de los productos
Por otro lado, la presencia de TSMC proporciona, mientras que su producción esté geográficamente concentrada en la isla, un seguro de vida a Taiwán, la llamada seguridad estratégica pasiva que se materializa en el célebre escudo de silicio. Como apunté antes, tanto China como Estados Unidos son conscientes de que una acción bélica de China sobre Taiwán afectaría muy probablemente a la producción de TSMC lo que a su vez provocaría un hundimiento tecnológico planetario que resulta inasumible. TSMC no solo tiene fábricas en Taiwán, sino que han conseguido que vayan mucho más allá convirtiéndose en enclaves neurálgicos del conocimiento tecnológico en el mundo. Una progresiva deslocalización de su producción en otros lugares como en Estados Unidos y Europa haría que la vulnerabilidad de Taiwán se incrementase posibilitando con casi total seguridad en un tiempo su integración en la República Popular China. Lamentablemente, en los próximos años, ese será el momento en el que China incorporará plenamente a Taiwán en su esfera estatal.