Hace medio siglo, el mundo entero se horrorizó al conocer el genocidio del régimen de los Jemeres Rojos en Camboya, que exterminó a unos dos millones de personas, treinta años después de que se acordaran unas reglas para que no se repitiera un holocausto como el sufrido por los judíos a manos de la Alemania nazi.
En 1994 el mundo entero se horrorizó ante el genocidio de Ruanda, en parte ya televisado, cometido a machetazos por los hutus contra los tutsis –unos 800.000 muertos– después de que la ONU retirara a los cascos azules y ningún país hiciera nada durante meses por detener la masacre.
Al año siguiente, en Bosnia, la masacre de Srebrenica dejó en evidencia a la ONU, a la Unión Europea y singularmente a Holanda, que abandonó a su suerte a la población civil indefensa.
El 7 de octubre de 2023, Occidente se horrorizó ante la matanza terrorista de Hamás en el sur de Israel, mientras en algunos países de mayoría musulmana, incluida Palestina, se celebraba el salvaje asesinato de unas 1.200 personas.
En todos esos casos España estuvo con las víctimas, con los derechos humanos, con la razón.
Ahora, sin embargo, la matanza que desde hace casi dos años está perpetrando el Gobierno de Benjamín Netanyahu contra la población de Gaza, gobernada a su vez por un grupo terrorista como es Hamás, ha desatado un vergonzoso enfrentamiento en España, donde, por emplear un símil bélico, la política hace tiempo que solo consiste en cavar trincheras y dinamitar puentes.

- Núñez Feijóo se dirige a Sánchez en el Congreso.
- Foto: EDUARDO PARRA/EP
Ni en la condena a esta atrocidad son capaces de ponerse de acuerdo Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el primero porque cualquier excusa le parece buena para aislar al PP y el segundo porque si el presidente del Gobierno dice blanco, él va a decir negro, y si dice negro, optará por el blanco.
Lo de Gaza merecía que el presidente llamara al líder de la oposición a La Moncloa y de ahí saliera una posición común, que es la posición de la inmensa mayoría de la sociedad española, horrorizada ante lo que está haciendo Israel.
Pero a ambos les pierde el tacticismo y ahí Sánchez, quien nunca ha considerado que tenía nada que hablar con el líder de la oposición en materia de política exterior, ha sido más listo. Conociendo el sentimiento de la mayoría de los españoles y la habitual indefinición de Feijóo, se ha erigido en adalid europeo contra Israel. Ante ello, el previsible Feijóo ha vuelto a caer en la trampa y ha descolocado a sus votantes con una tibieza que nadie entende, enredado en los detalles mientras nos golpean las imágenes, todo por no querer usar la palabra "genocidio" por si incomoda a no sabemos quién.
Inciso: para un servidor es más ajustada la definición "limpieza étnica", que supone borrar del mapa a una población no necesariamente exterminándola. Quedarse todo ese pedazo de Oriente Próximo es algo que ha intentado Israel desde hace un siglo, antes y después de la creación de su estado en 1948, comprando tierras, ocupándolas a las bravas, arrinconando a sus habitantes y, últimamente en Gaza, masacrando a la población, destruyendo todas sus viviendas para que no puedan volver y obligándola a huir ya veremos adónde, porque a los palestinos nunca los ha querido nadie, empezando por sus vecinos egipcios y jordanos.
Busco en el diccionario de la RAE “limpieza étnica” y pone que es un eufemismo de "genocidio", aunque no me parecen sinónimos. Pues eso, un genocidio.
Es también, como no han ocultado varios ministros de Israel y el propio Donald Trump, una operación inmobiliaria para laminar el territorio de Gaza, expulsar a los supervivientes de la matanza y convertir la costa gazatí en un gigantesco resort israelí en el Mediterráneo.

- Bombardeo israelí en la Ciudad de Gaza.
- Foto: EFE/ MOHAMMED SABER
La vida de los palestinos le importa a Netanyahu lo mismo que la vida de los judios a Hamás. Es cierto que hay una pequeña diferencia entre los dos gobiernos terroristas. Hamás quiere aniquilar a los judíos mientras que Netanyahu se conformaría con que se marcharan o con arrinconarlos. Si los bombardea sin piedad es porque, como no hay mal que por bien no venga, ha aprovechado la masacre del 7 de octubre de 2023 y que Hámás aún tiene en su poder a cerca de 50 rehenes para desatar el infierno en Gaza.
La matanza de civiles, muchos de ellos niños, nos ha puesto de nuevo frente al espejo de la hipocresía. Asistimos a la masacre de la población sin que nadie haga nada, como pasó con Ruanda hace tres décadas. Los líderes mundiales simulan actuar, se reúnen, discuten, pero lo único que hacen es dar tiempo a Netanyahu para que acabe la faena, deseando que termine cuanto antes porque la situación no deja de ser incómoda. Lo de Von der Leyen causa bochorno y lo de Alemania da pena.
Netanyahu pasará a la historia como un criminal de guerra –en Israel será un héroe– y dentro de 30 años, cuando Gaza sea un rentable lugar de veraneo de la opulenta sociedad occidental, el genocidio de Gaza no será más que un apunte en los libros de historia, si es que aún existen. Un apunte vergonzoso como el de Ruanda o el de Srebrenica.
¿Podemos hacer algo quienes no pintamos nada? Sí, podemos boicotear la Vuelta ciclista, no ir a Eurovisión o no comprar patatas de Israel, pero, como dicen los partidarios de no hacer nada, eso no va a frenar a Netanyahu, así que apaguemos la tele y no hagamos nada que perturbe nuestra plácida existencia. Como mucho, escribir columnas como esta para dormir mejor creyendo que hemos hecho algo.