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#OpiniónVP 'Escocia no era como Cataluña, pero ahora ya sí', por Guillermo López

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VALENCIA. El resultado del referéndum escocés fue una auténtica sorpresa: ganó la opción (el No) que casi todas las encuestas, machaconamente, decían que iba a ganar. Ganó, además, con la holgura que también habían predicho las encuestas anteriores a la campaña de las últimas semanas. La sorpresa, en todo caso, derivó de que las encuestas más recientes habían detectado un acercamiento de posiciones entre los partidarios de la independencia y los unionistas. Y alguna había pronosticado, incluso, una victoria del Sí. Al final, el No venció por diez puntos.

La sensación de sorpresa (y de alivio de muchos, dentro y sobre todo fuera de Escocia) fue singularmente grande. Muchos se temían que un referéndum con una mayoría del 51% llevase a una secesión que se adivinaba traumática, y que además tendría obvias consecuencias en otros países de la Unión Europea, y en la propia unión en su conjunto. Por esa razón, se produjo una especie de ataque de pánico colectivo, por parte del Gobierno británico, la UE y los partidarios del "No", que provocó que se asistiera a los prolegómenos del referéndum del pasado miércoles con mucha más incertidumbre de la prevista.

Todos ganan en España

El resultado del referéndum, como cabría esperar, fue muy bien recibido por parte del Gobierno español. El propio Mariano Rajoy aprovechó para enviar un mensaje, mitad felicitación, mitad regañina, a los escoceses. Y lo hizo mediante su sistema favorito: un mensaje en vídeo, para que todos pudieran verle (es de suponer que con enorme interés y preocupación) a través de un plasma. También aprovecharon la coyuntura los analistas de cabecera para explicar que, esta vez sí, el independentismo catalán se acabó. Porque Escocia, cuya situación, hasta el día anterior al referéndum, no tenía nada que ver con Cataluña, según explicaban dichos analistas, ahora ha pasado a formar parte de la misma corriente de fondo soberanista.

Aunque es evidente que un referéndum en otro país con el resultado más o menos previsto no es suficiente para desinflar ese globo del independentismo (que se desinfla a lo largo de todo el año, según afirman el Gobierno y los mencionados analistas de cabecera, y luego se infla en ocasiones señaladas, como por ejemplo una encuesta, unas elecciones o una manifestación; es decir, al revés de los globos normales), indudablemente la victoria del "No" si que constituye un lastre para el independentismo catalán, aunque algunos de sus representantes digan que son muy felices con la derrota.

Un lastre, sobre todo, en el exterior: por contraste con la situación escocesa, pues, sin entrar en cuestiones históricas o de legitimidad, sin duda no es lo mismo celebrar un referéndum consensuado que una consulta ilegal. Y también por el efecto que puede tener "acercarse al abismo", desde el punto de vista de las instituciones más implicadas en el referéndum escocés, singularmente la UE, que no parece tener muchas ganas de reproducir el calvario de un referéndum de independencia en más ocasiones. En el plano interior, los resultados del referéndum también hacen aflorar la duda de si la mayoría independentista es tan sólida como aparenta, dado que los partidarios del "No" tienden a ser menos visibles.

En todo caso, en España, como de costumbre, la reacción ha sido de satisfacción general: unos ganan porque los suyos (el "No") ganaron; otros porque los suyos (el "Sí"), al menos, pudieron ejercer su derecho a decidir en una votación consensuada y autorizada por el gobierno central. Mientras tanto, en el Reino Unido, el "ganador" Cameron afronta el final de su legislatura en una situación de enorme debilidad, mientras que su oponente en este referéndum, el también "ganador" Salmond, ya ha dimitido. En otros países no saben celebrar las victorias como en España.

Dimisión de Salmond y errores de Cameron

Salmond dimite a pesar de conseguir un gran éxito: un 45% de los votos (casi el doble de los que apoyaban la independencia de Escocia hace apenas un par de años) y haber logrado que el Reino Unido reconozca el derecho de Escocia a separarse, aunque el resultado del referéndum deje sin efecto este derecho durante muchos años.

Este éxito, que le ha costado la dimisión, se logró, sobre todo, merced al clamoroso error de Cameron en la convocatoria del referéndum. Cameron autorizó un referéndum de independencia, sin pensarlo detenidamente, como vía para desactivar el independentismo y -de paso- el autonomismo escocés, que era la tercera vía que también buscaba Salmond, apoyada por muchos más escoceses que la independencia.

Con ello, Cameron buscaba poner al nacionalismo escocés entre la espada y la pared. Y, en efecto, ha conseguido desactivar el independentismo para unos cuantos años, pero a costa de ofrecer cesiones posiblemente equivalentes a las que podrían haberse autorizado en un referéndum de corte autonomista. Pero ahorrándose tantas tensiones y problemas, así como un clamoroso debilitamiento de su credibilidad y liderazgo. No sólo por su impopularidad en Escocia, común a casi todos los conservadores británicos (hay que recordar que los partidarios del "No" estaban encabezados por un laborista, Alistair Darling, y que el referente principal de la campaña era otro laborista, el ex primer ministro Gordon Brown), sino fundamentalmente por poner en riesgo el Reino Unido por un mero cálculo electoralista. Que, además, no estaba demasiado bien calculado.



Se puede reprochar a Cameron, además de la convocatoria de un referéndum "a todo o nada", la facilidad con que aceptó condiciones que podrían considerarse discutibles, como por ejemplo que pudiesen votar los escoceses de 16 y 17 años (abrumadoramente a favor de la independencia); que la mayoría necesaria para lograr la independencia se estipulase sólo en superar el 50% (en lugar de establecer mayorías cualificadas del 55%, o una cifra superior); o que el "Sí" (con las connotaciones positivas que ello conlleva) se asociara con los partidarios de la independencia. Condiciones que no es en absoluto probable que aceptase ningún Gobierno español a la hora de autorizar un hipotético referéndum vinculante en Cataluña. Y menos ahora, después de que los unionistas ganasen el referéndum escocés con holgura... Pero sufriendo mucho más de lo previsto en el proceso.

Todas estas son cuestiones que, por supuesto, un Gobierno español podría negociar. O que podría poner sobre la mesa en la fase previa del proceso. Pero nuestro gobierno, por ahora, prefiere hacer lo que ha hecho hasta la fecha: nada. A la espera de que Mariano Rajoy grabe otro vídeo en el que diga que los catalanes hacen cosas. Algo que pareció elogioso en su día, pero que ahora, a la vista de que Rajoy prefiere "no hacer cosas" ante cualquier tipo de problema, tal vez deba leerse como una crítica a esos fastidiosos catalanes, siempre empecinados en hacer todo tipo de perniciosas "cosas independentistas".

#prayfor... Pedro Sánchez en Sálvame

Esta semana nos trajo muchas emociones, pero no todas tuvieron que ver con el referéndum escocés y la resaca de la Diada del 11 de septiembre. Hubo tiempo para que otros temas se hicieran un hueco en la agenda informativa. Entre ellos, la aparición del líder socialista, Pedro Sánchez, en varios programas de televisión de ámbito nacional, con la particularidad de que no se correspondían con un espacio propiamente político (un informativo de televisión, o una tertulia política). Se trató, bien al contrario, de una aparición en dos programas de entretenimiento: El Hormiguero y Sálvame.

Fue particularmente sorprendente la irrupción en Sálvame, sobre todo porque no estaba prevista. El candidato llamó por teléfono al presentador del programa, el incombustible Jorge Javier Vázquez, para explicar su posición respecto al torneo del Toro de la Vega, en Tordesillas. Y, en apariencia, para intentar que Vázquez continuase votando al PSOE (como al final consiguió).

Esta actitud le granjeó muchas críticas, en general vinculadas con la pretendida frivolidad y falta de rigor asociadas con estos programas. Sin embargo, tiene razón el PSOE en aducir que ellos, como partido político, no deberían renunciar a aparecer en aquellos espacios que concitan el interés de los ciudadanos, puesto que todos ellos (también los que ven Sálvame, o programas de similares características) votan. De hecho, estas apariciones son parte de una nueva estrategia de comunicación de los socialistas, cabe suponer que como respuesta al éxito de Podemos y Pablo Iglesias merced a sus apariciones en diversas tertulias de opinión y análisis de la actualidad.

Más discutible resulta, en cambio, que para salir en la televisión el líder socialista tenga que dedicarse a llamar por teléfono al programa en cuestión, y a mendigar el voto de su presentador. Y, desde luego, queda por dilucidar una incógnita en absoluto menor: cuando Pedro Sánchez afirmaba que él, a diferencia de Podemos, no se dedicaría a hacer populismo... ¿se refería a aparecer en Sálvame por telefóno de manera "no populista"?

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