No paran de pronosticar el fin de los medios de comunicación tradicionales, pero yo sigo creyendo que Manolo Mata tiene razón cuando afirma que todo está en los periódicos. Y si no todo, al menos, está mucho.
Y, en ocasiones, está, donde no se espera o donde es menos evidente. Por eso, o también por eso, cuando tengo algo de tiempo intento leer todo lo que en teoría no estoy obligado a leer. Y así este domingo llegué a las cartas del director y me quedé impresionado cuando leí la que una vecina dirigía a Las Provincias.
En esta acusaba al Partido Popular de buenismo, porque, según ella, había dejado que el PSOE y Compromís ganáramos votaciones en el Pleno por cortesía parlamentaria.
El caso es que, rigurosamente, tiene razón en lo que ocurrió. El portavoz del Partido Popular, Juan Carlos Caballero, no participó en las votaciones pese a estar presente. Y eso, cuando dos concejales de Vox decidieron salirse del pleno, provocó que la izquierda sumara un voto más que la derecha.
En sentido matemático no tengo nada que objetar a lo que exponía, pero me parece muy relevante que esa mujer exija al PP, partido al que entiendo apoya, una actitud diferente.
Me parece una radiografía perfecta de donde estamos.
Especialmente porque ese voto cedido es fruto de un acuerdo entre todos los grupos municipales, debido a que una compañera de Compromís se encuentra de baja porque está siendo tratada de un cáncer de mama. Aprovecho este artículo para mandarle un beso y todo el ánimo, Gloria.
Por eso, claro que es cierto que la derecha podría haber ganado una de las dos votaciones que perdió si no hubiera cumplido este pacto. Pero lo habría hecho valiéndose de una mayoría que no habría existido si no se diera este problema de salud.
¿Es buenismo no aprovecharse de una situación como esta para ganar una votación? Pues, si lo es, yo quiero vivir en una sociedad buenista.
¿A qué punto hemos llegado que alguien no solo se indigna porque se ceda un voto por la enfermedad oncológica de un adversario político, sino que además se exige en voz alta y se publica en un periódico que esta decisión no la merecen los partidos rivales?
Hemos llegado justo a donde se puede justificar cualquier cosa, siempre que sea en perjuicio del de enfrente.

- El frente de Gaza. -
- Foto: OMAR ASHTAWY/DPA/EP
Y en estas coordenadas, pese a que reconozco que gesto existió, también me gustaría vivir en un lugar donde el respeto al otro alcanzara algo más allá que la mínima empatía. Esa requerida para no aprovecharse de una situación tan obvia en términos de humanidad como esta.
Lo quiero porque, precisamente, en ese mismo punto, en el que se debatía una moción contra el recorte de derechos de las personas trans en la Comunitat Valenciana, la alcaldesa intentó repetir la votación tras perderla.
Lo intentó y, de hecho, lo hizo para tratar de alterar el resultado.
Algo que no solamente está prohibido, como es obvio, sino que denota una intención y un talante antidemocrático muy preocupante.
Tanto que hubo que detener el pleno y, tras más de veinte minutos en los que María José Catalá desapareció junto al secretario municipal, fue el propio responsable del cumplimiento de la legalidad en el Pleno quien impidió que tuviera éxito esa cacicada.
Pero, ¿qué habría pasado si la alcaldesa hubiera podido tomar la decisión sin que nadie le rectificara? Exactamente lo que intentó, que habría amañado el resultado de una votación.
Y esto no puede banalizarse. Porque sin llegar a los límites que exigía la vecina indignada en su carta al director, abrir la puerta a este tipo de actitudes implica también justificar cualquier falta de respeto a las normas democráticas. Que es otra forma de decir falta de respeto al que vota diferente. Al otro.
Cuando pasan estas cosas siempre me viene a la cabeza Arendt, cuando advertía sobre lo que significaba banalizar el mal. Tanto que, en ese mismo plenario unos asuntos después, leí una cita de ella en la que hablaba sobre esos riesgos.
Lo hice para defender una moción de condena el genocidio en Gaza. Una moción donde Vox y Partido Popular sí se pusieron de acuerdo, pero solo para evitar que València se opusiera institucionalmente a esta masacre. Para evitar condenar la masacre de decenas de miles de personas, muchos de ellos niños y niñas, por las bombas, el hambre o la enfermedad provocada o permitida a conciencia por Israel. Lo hicieron pese a estar viendo día tras día una limpieza étnica, con el objetivo declarado de convertir la franja en una zona de vacaciones.
Imagino que ya hay quien cree un argumento válido que si denunciar una masacre organizada es coincidir en opinión con Pedro Sánchez no debe hacerse.
Y, poco a poco, vamos viendo cómo se toleran cosas que nunca antes habríamos pensado que podrían defenderse en público. Incluso presumir de ellas.
Desde lo más grave, hasta el gesto de empatía más sencillo. Y cuando se empieza a sostener cualquier hecho u opinión, porque es útil a la batalla contra el adversario, es difícil saber dónde se pondrán límites.
En ese momento alguien escribe unas líneas a un periódico criticando la candidez de no aprovecharse de una baja por cáncer, una alcaldesa cree que los votos de los otros es mejor que no cuenten y hasta vemos con vergüenza como ni siquiera las imágenes de lo peor que es capaz del hombre, pueden suscitar un mínimo consenso.
Total, cómo no va a estar todo justificado, si es contra los otros. O eso parecen pensar.
Pues no. Yo prefiero ser buenista. Que me acusen de ello. Y llevarlo como una medalla. Espero que seamos muchos y no solo entre los que pensamos igual.