VALÈNCIA.- Ricardo Ten apenas pesa 49 kilos. Una pluma. Pero se sube a su bicicleta negra de competición y comienza a dar vueltas al velódromo Luis Puig como si fuera una centella. El valenciano, que será el abanderado español en los Juegos Paralímpicos, mantiene toda la energía y la ambición a los 45 años, y así, observándolo, viendo ese cuerpecillo minúsculo y mermado, uno se pregunta de dónde ha sacado la fuerza para convertirse en una leyenda del deporte español. Hoy tiene uno de los entrenamientos más duros que le quedan antes de viajar a Tokio. Cuatro series de 1.500, saliendo de parado, para acabar totalizando seis mil metros, el doble de su prueba, los tres kilómetros de persecución.
Ricardo solo tiene una pierna. La otra y los dos brazos se los amputaron. Pero nada de eso le impide ser totalmente autónomo. El deportista, que se prepara para sus sextos Juegos Olímpicos —los cinco anteriores como nadador—, maneja los muñones con una habilidad insospechada. Se coloca las gafas y el casco, sube a la bicicleta y se lanza a pedalear con furia por la pista peraltada mientras Eloy Izquierdo, su entrenador, un hombre sabio y paciente, le toma los tiempos, analiza cada vuelta y, al acabar, mientras descansa antes de volver a subirse a la bici, le pincha en el lóbulo de su oreja derecha para hacerle test de lactatos.
En uno de esos descansos, mira a su alrededor y pregunta: «¿Dónde está mi pierna?». Luego cae en la cuenta de que ha venido en bicicleta y que por eso solo lleva la prótesis que utiliza para pedalear. Esta, más que una pierna, parece la pata de un ciervo, pues no acaba en un pie sino en un aplique para engancharlo al calapié de la bicicleta.