A veces recibo soplos.
Una de mis informantes, cuyo nombre esconderemos tras el pseudónimo de Ortudena Almuño, me habló hace unos días de un bar, que empezaba a despuntar tortillalmente hablando.
¿Sabes lo que pasa? Que toda Valencia está esperando un bar que suceda al Alhambra, como se esperan las reencarnaciones del Dalai Lama. La gente quiere ir en peregrinación a ese bar, a enseñarle una sartén gigante y una foto azul de Jesulín para ver si las reconoce, y así saber que es el elegido.
Son las diez y pico de la mañana. El interior es diminuto, pero tiene una terraza juguetona y naranja, con mesas largas compartidas entre clientes que no se conocen. Entro disimulando, como siempre, con un sexy contoneo de cadera. El expositor tiene tres tortillas en la parte de arriba, varios platos con tapas calientes en medio, y unas bandejas con queso en aceite, anchoas y pipirrana debajo.
- Hola. ¿Tenéis una carta?
- No, hacemos las tapas del día solamente.
- Ah ¿Y bravas y eso?
- No, de freidora no tenemos nada.
Hostia, pues mira, la verdad es que me parece una apuesta súper valiente. Un bar sin fritanga, todo a base de guisos, y cosas frías. Sin freidora estas renunciando a los calamares a la romana, el morro, las bravas, las puntillas y otros tremendos hits. Es como si Miguel Bosé no cantara Bandido en los conciertos voluntariamente.
Me siento fuera, en una mesa que tiene sol y sombra a la vez, y al momento llega el camarero con las bebidas y unos cacaos con cáscara. Empezamos con la tortilla de patata.
Uf, la leyenda era cierta, es buena. Es una tortilla sabrosona con el centro líquido. Bien de sabor, patata cortada en trocitos pequeños, cocción perfecta...tal vez el exterior está un pelín seco en contraste con lo deshecho del interior. La sirven con una tostada con tomate rallado al lado. ¿De qué nivel de tortilla estamos hablando? Pues a ver...si un 0 es un huevo crudo pisado en el suelo, y un 10 es la tortilla que ha venido a salvarnos a todos... es un 7 en la escala Tortillenheit.