No hay parque ni jardín más hermoso que l’Horta Nord. Esa llanura cuadriculada con los campos de cebollas, lechugas o lo que toque bajo el sol cada vez más lánguido del otoño. Las golondrinas revoloteando por encima. La tarde templada en la que apetece echarse a los senderos a caminar. Allí, en una bonita casa de pueblo, vive Amadeo Aznar, que nos recibe en una habitación consagrada a la astronomía. La sala está llena de telescopios y fotografías de constelaciones y estrellas lejanas. Una figurita de un astronauta de la NASA y el círculo de luz de los ‘youtubers’. El cielo, una ventana abierta de par en par para unos pocos o una puerta cerrada para muchos.
Lo curioso es que Amadeo nunca había tenido mayor interés, de niño y adolescente, por la astronomía. Hasta que un día, en primero de carrera, su novia, Mari Carmen, le regaló un libro, ‘La aventura del universo’ de Timothy Ferris, que le cambió la vida. “Este libro, y el aburrimiento del verano, tuvo la culpa de todo. Me lo leí, me gustó y vi que eso tenía mucha miga. Eso me llevó a comprarme un segundo libro. Y después, unos prismáticos y un planisferio”.
El joven Amadeo se estudió el planisferio celeste, el mapa del universo, al detalle y por las noches salía a la huerta con su pequeño telescopio, que le costó 80.000 pesetas y nunca se lo dijo a su madre, se escondía entre los naranjos y se dedicaba a contemplar el cielo mientras los perros le ladraban en mitad de la noche.

- Foto: KIKE TABERNER
Un capricho insospechado para una familia trabajadora, de clase obrera, de la Malvarrosa que nunca tuvo mucho tiempo para entretenerse mirando las estrellas. “Una familia, eso sí, con posibilidad de darme unos estudios y yo, con ganas de aprovecharlos, y eso me llevó a estudiar Administración y Dirección de Empresas. Luego, cuando me casé, me trasladé a Puçol. Ahora me dedico al análisis estadístico, la econometría, lo que ahora se llama minería de datos. Siempre me gustó esa parte más numérica”.
Después de la lectura de aquel libro, buscó por toda la casa los prismáticos que le habían regalado a su hermana por la Primera Comunión. Suficientes para echarle un vistazo a la Luna. Luego ya fue mejorando su material y, con el tiempo, cogió lo que le gusta llamar como ‘aperturitis’, una enfermedad muy común entre los que se aficionan a la astronomía que consiste en querer comprarse cada vez un telescopio con mayor apertura. “La apertura es lo que importa y crees que cuanto más grande sea el tubo, más cosas vas a ver. Aspiras al tubo más grande que tus ahorros te pueden permitir. Y se me fue definitivamente de las manos cuando me casé, en 2005. Pensé que ya que me casaba y me hacía una casa, que tuviera terraza. Y si tenía terraza me podía comprar el telescopio más grande, uno de 35 centímetros, un bicharraco muy grande, pesa 70 kilos, es una barbaridad”.
Tiene su propio observatorio
Pero luego vio que era demasiado para la contaminación lumínica que había donde lo usaba. Se había comprado un Ferrari para circular por la montaña. “Yo necesitaba un circuito, un buen cielo, y entonces monté un observatorio en Aras de los Olmos que controlaba por control remoto. Mi mujer estaba embarazada y en esos nueve meses ella tuvo al niño y yo me hice el observatorio.

- Foto: KIKE TABERNER
Tenía un cielo que me limitaba y nueve meses para ejercer de padre, así que decidí que tenía que espabilar. Me hice la cúpula y me la lleve a Aras de los Olmos y ahí ya pude aprovechar el telescopio. Un observatorio te facilita tener el telescopio montado y llegar a objetos muy difusos que desde un cielo muy contaminado no llegas”. El observatorio lo montó hace 13 años y a los cuatro se lo llevó a Alcublas.
Desde los asterismos, la pequeña parte de una constelación, que podía ver con los prismáticos de andar por casa de su hermana, Amadeo se convirtió en un astrónomo que podía descubrir nuevos asteroides. Aunque él, fruto de tantos años de experiencia, aconseja ir poco a poco. “Al principio es mejor tener solo unos prismáticos. Te dan una amplitud de campo que no tienes con un telescopio. Barres el cielo y enseguida encuentras lo que quieres, y cuando lo haces con un telescopio es mucho más difícil encontrar algo. Con eso ya se pueden ver maravillas. Ahora, con estos bichos, veo galaxias, nebulosas, estrellas dobles, algún cometa cuando pasa…”.
Amadeo, como muchos amantes del cielo, ya cuentan los días que faltan hasta el 12 de agosto de 2026. Ese día se podría ver un eclipse total de sol en varias zonas de Escala. “Es una franja con un ancho de 100 kilómetros, que, comparado con el tamaño de la Tierra, es muy poco. Y esa franja pasará esta vez por València. “Seguramente, salvo si me contratan para hacer alguna actividad, lo veré desde aquí”. Él lo vive todo con una pasión que a su familia no le alcanza. Aunque si un día está viendo la Luna, Saturno o Júpiter, Amadeo avisa a su mujer y se lo enseña. No todo el mundo tiene su paciencia (ni su dinero), una virtud imprescindible para la observación astronómica. “Esto es muy goloso y si una noche, a las doce, ves algo que te fascina, cuando te das cuenta ya son las dos y al día siguiente te toca madrugar”.

- Foto: KIKE TABERNER
Amadeo también cree que la astronomía requiere de una cierta sensibilidad. Que si enfocas y encuentras Saturno con sus anillos, seas capaz de emocionarte porque, al fin y al cabo, es lo que estudiaste de niño en un libro de texto y ahora lo estás viendo al natural con tus propios ojos. Algo realmente asombroso. “Yo, en los cursos, aconsejo leer un poco y planificarte un poco la observación para que cuando veas Saturno seas consciente de que está a diez unidades astronómicas”.
Homenaje fallido a Bono
Aunque nada le hizo más ilusión que descubrir un asteroide: el 580.301. Un pedazo de roca que le otorgó la unión astronómica internacional por ‘cazarlo’ durante un programa de observación que estaba realizando Amadeo, en 2016, en Roque de los Muchachos -el observatorio que hay, a 2.396 metros de altitud en la isla de La Palma, en la Caldera de Taburiente-, con el Grupo de Telescopios Isaac Newton. Entonces le surgió la duda de cómo bautizarlo, como es protocolario. Amadeo pensó en Bono, el cantante de U2, al que admira desde que su hermano metió en casa un disco en 1981 -probablemente ‘October’, el álbum que incluyó canciones como Gloria o Fire-. Él sabía que Freddie Mercurie, Elton John o Paul McCartney ya tenían uno. Así que el astrónomo fantaseaba con escribirle una carta a Bono antes de un concierto en España para explicarle que le quería entregar una placa encima del escenario. “Yo prometo que lo veía”. Hasta que le achucharon para ponerle el nombre e hizo como Juan Roig con el Arena y le puso sus apellidos: Aznar Macías. “El primero que se quede en casa…”.
No se sabe mucho de este asteroide, solo que se encuentra a cuatro unidades astronómicas y que no es peligroso. Estas cosas y muchas otras las explica Amadeo cuando se dedica a la difusión de la astronomía. El hombre de números detectó un hueco en el mercado porque muy pocos saben de esto y menos aún tienen la capacidad de contarlo y transmitirlo. "Me tiré al ruedo cuando aún no existía internet y, poco a poco, me han ido conociendo. Ahora organizo cursos, doy charlas, ofrezco actividades, enseño a utilizar un telescopio… Luego ya llegó internet y monté el canal de YouTube ‘Astronomía para todo España’, y cada vez que hay un evento astronómico grabo un vídeo y cuento cosas, explico también cosas prácticas y doy contenido variado”.

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Amadeo ya ha perdido la cuenta de los telescopios que tiene. “Creo que son 12, pero no estoy seguro”. Aunque después de invertir una gran cantidad de dinero en estos artilugios, a sus 51 años parece haberle sacudido el sentimiento romántico de la vida. Ya no le llama subirse a la montaña con un telescopio, dos ordenadores y una cámara de autoguiado. “Me he vuelto más perezoso, más cómodo, y ahora estoy volviendo a la astronomía tradicional, menos sofisticada, menos tecnológica, que ahora es muy fuerte. Ahora tengo el observatorio en Alcublas y lo llevo por control remoto”.
Cae la tarde y Amadeo sale de casa con un telescopio a cuestas para posar delante del fotógrafo. En un brazo se ve un tatuaje con su nombre en japonés y, de la muñeca derecha, cuelga un reloj algo aparatoso. Amadeo presume de su Casio G-Shock, un reloj prácticamente irrompible, que utiliza para hacer kayac. Por el camino cuenta que, al contrario que la astronomía, siempre quiso tocar la batería y que, a los 41 años, hartos de posponerlo, cogió las baquetas y se puso a ello. Ahora tiene una banda de cincuentones, Los Autogiros, con sus colegas Javi y Gerson. Luego planta el telescopio en mitad de la huerta, al lado de una pequeña encina, y en unos segundos tiene encuadrada la Luna. Una Luna muy blanca y muy clara, sin brillo ni contraste, porque a esta hora es imposible. Esta es una afición para aves nocturnas como Amadeo.