València

El Callejero

Benito, el fotógrafo solidario con un premio del World Press Photo

1 / 13
  • Benito Pajares.
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

Benito Pajares es una de esas personas que nunca dejan de hacer cosas. Su profesión es la de fotoperiodista y hasta tiene un tercer premio en el World Press Photo, el galardón con el que sueña cada fotógrafo del mundo. Se lo dieron en 2005 después de captar con un disparo la dureza, y hasta la soledad, de una carrera pedestre en el desierto del Sáhara. Pero eso lo cuenta al final, casi avergonzado por concederse unos segundos de vanidad a la conclusión de una larga entrevista. Antes da hasta risa ver al hombre que lo retrató todo en València para ‘El Mundo’ durante los años de despilfarro del PP en la Comunitat Valenciana hacerse diminuto encima de una banqueta porque durante 40 minutos cruza la línea y se coloca frente al objetivo.

Son sus últimos días en València porque en nada se marcha a Madagascar, un destino recurrente durante los últimos años. Hay gente que no sabe colocar esta isla en un mapamundi. Otros no saben que es más grande que España o que es la cuarta isla de mayor tamaño del planeta. Pero Benito Pajares la conoce bien, sobre todo el sur, porque ha ido varias veces a ayudar. Ahora, a sus 72 años -¿dónde quedaron aquellos ancianos rendidos delante de un televisor?-, su principal ocupación es ser solidario. Y anda encantado con la ONG Ópera sin Fronteras, que el año pasado logró estrenar un musical -El sueño de Nirina- con gente que no había trabajado nunca en esto y con solo un mes de ensayos. Este verano tienen una gira por todo el país y Benito irá con ellos durante cerca de 40 días. “Estoy muy ilusionado. Es emocionante ver hace todo esto a niños que cogieron por la calle”.

  • Benito Pajares.

Madagascar le tiene arrebatado. Allí encontró amigos, gente amable y un país despampanante por sus paisajes y su variedad biológica. Las infraestructuras son malas y eso, paradójicamente, le ha venido bien para eludir las hordas de turistas. El primero de sus viajes lo hizo cuando todavía trabajaba en ‘El Mundo’. Una ONG de Granada organizó un concurso y el premio era un viaje a Madagascar. “Me presenté y gané. Me llamaron un domingo que estaba trabajando en el campo del Levante y me dijeron que había ganado y que tenía un año para gastarlo, pero les contesté que tenía vacaciones en dos semanas y que me iba ya. Me hice muy amigo del fundador, José Luis, y desde entonces he vuelto varias veces”.

Dormía en un Peugeot 205

Ese ansia por conocer mundo siempre estuvieron ahí. Al principio, cuando era un joven roquero, más contenidas. Pero a la edad adulta abrió las compuertas y nunca más paró. Benito nació en Palencia, donde su padre trabajaba en una empresa de transporte y su madre cuidaba de los cuatro hijos. Allí, como tantos niños de familias humildes, apenas hubo tiempo para estudiar. Aprender a leer, a escribir y a sumar, y rápidamente le tocó ponerse a trabajar. “Yo a los 14 años ya estaba trabajando”. Al principio se dedicaba a ayudar a su padre en la oficina. No duró mucho. A los dos años se marchó a buscarse la vida. El rock corría por las venas de aquel adolescente que creyó que podría vivir como los Burning.

  • Foto: KIKE TABERNER

Aquel joven guitarrista, que aprendió a tocar el instrumento después de descubrir a los Beatles, se fue hacia el norte con la intención de hacer carrera en la música. Al cumplir los 18 se marchó con los compañeros de la banda al País Vasco. Los demás no duraron mucho y se volvieron a Palencia. Benito se enredó entonces con un grupo de Zaragoza que se llamaba Tarta de fresa. Eran unos jóvenes melenudos que tocaban los fines de semana en las discotecas y apenas ganaban para comer cada día. Por la noche, sin casa ni hostal, los cuatro se apretujaban dentro del coche, un Peugeot 205, para dormir unas horas. “Tocábamos por todas partes, incluso en los chicharrillos, los bailes de los pueblos”.

Aquella aventura duró ocho meses. En 1972 se marchó a Ibiza, la isla donde ya convivían los payeses con los hippies. “Un día me encontré a Carlos y Antonio, dos amigos míos de Palencia que se iban a Ibiza y me dijeron que me fuera con ellos. Les conté que no tenía un duro, pero me lo pagaron ellos. Estuvimos cinco o seis meses y de ahí ya me fui a Benidorm, donde pasé varios años, conocí a mi mujer y tuve a mi primera hija”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Aquel jovencito conoció los inicios de la Ibiza loca, cuando entonces todo era aún más puro y auténtico que ahora. “Empezaban el movimiento hippie y el nudismo, aunque más en Formentera que en Ibiza”. Benito pasó de una Palencia en blanco y negro al multicolor de la Ibiza psicodélica. Del abrigo y la toca, a las túnicas blancas o los pechos al aire. “En Ibiza, unos pocos años antes de que muriera Franco, había mucha más libertad y era todo nuevo, y más para nosotros. Aquello era otro mundo. Ahí empecé a hacer algunas fotos con una Werlisa. Fotos informales, aún no había empezado en serio”.

Sentó la cabeza

Luego dejó la isla y se marchó a Benidorm, otro monstruo en ciernes. Antes, un amigo que quería ser actor le pidió que le acompañara a Gran Canaria. Benito se sacó el billete y, mientras, se fue a Madrid. “Allí me quedé sin dinero y cuando me tocaba coger el barco en Málaga para irme a Canarias, tuve que devolver el billete y me marché a Benidorm, donde estaba otro amigo”. Al principio se ganaba la vida limpiando platos en hoteles. Luego pasó a ser camarero y, poco a poco, fue mejorando. “Yo creo que ahí ya había dejado el sueño de la música, había conocido a Marisa y empezaba a vivir un poco más en serio. Enseguida, con 23 años, fui padre de mi primera hija y me tocó sentar la cabeza”.

El Benidorm de principios de los 70 tampoco tenía nada que ver con el Benidorm de ahora. Aún había mucho terreno por construir. Allí dio sus primeros pasos en la fotografía, antes de llegar a València en 1977. El fervor por la música fue sustituido por el fervor por viajar. “Yo quería hacer fotos de la gente, fotos sociales, cómo vivía la gente en otros países. Y con esa ilusión empecé a viajar. Siempre buscaba un destino donde pudiera hacer un reportaje”. Cogía la maleta y volaba hasta lugares como SIria o Irak.

  •  Una de las fotos que componían el reportaje con el que Benito Pajares gano el World Press Photo en 2006

Aún recuerda el viaje que hizo a Filipinas, a una leprosería que conoció gracias a una ONG. “Los reportajes luego no los vendía. Los hacía por gusto. Pero, mira, gracias a que intenté vender uno, logré entrar a trabajar en el periódico ‘El Mundo’. Entonces tenía un reportaje y se lo ofrecí. No me lo compraron, pero se quedaron con mi cara y tiempo después me ofrecieron una plaza. En esa época vivía de una tienda de fotografía y vídeo que tenía en la avenida del Cid. La tienda iba bien, pero empezaron a construir el metro y la tienda lo acusó mucho. Por eso me fui al periódico".

El fotoperiodismo era lo que siempre había querido hacer y lo que, en realidad, ya venía haciendo en sus escapadas. El nuevo empleo no le distrajo y siguió con sus viajes con una Nikon F2 en la mano, antes de las digitales. No se movió de ‘El Mundo’ desde que entró en 1997 hasta que salió 17 o 18 años más tarde. “Hasta que llegó la crisis del periodismo y comenzaron los despidos. A mí me vino bien porque ya estaba cansado y quería ser un pájaro libre. Desde entonces no he parado. Ahora estoy con Juntos por la Vida y antes estuve con Agua de Coco, una ONG de Granada que tiene proyectos en Madagascar. También he hecho otros trabajos para otras oenegés”.

El hotel de las madres

Juntos por la vida lleva 40 años ayudando en Ucrania, desde la catástrofe de Chernóbil -el accidente nuclear más grave de la historia, en 1986-. Desde entonces ha estado trayendo niños dos veces al año. Después de tanto tiempo, tenían relación con muchas familias. “La guerra empezó el 24 de febrero de 2022 y al día siguiente llamé a Clara porque estaba seguro de que iban a hacer algo. Me dijo que en dos días se iba con una compañera a Ucrania. Le contesté que yo me iba con ellas. Fuimos con la intención de pasar una o dos semanas. Pero llegamos a la frontera, vimos los problemas que había y el viaje se  alargó, con alguna escapada ocasional a València, casi un año”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Los primeros días no entraban al país. Los voluntarios se quedaban en la frontera, en la ciudad de Medyka, al sudeste de Polonia, destino de miles de refugiados ucranianos. Ellos, desde allí, organizaban los viajes hasta España. “Llegamos a traer 40 autobuses y dos vuelos que nos proporcionó Air Nostrum. En total, más de 4.000 personas. Al principio pasaban por la frontera de 3.000 a 5.000 refugiados diarios. Cuando bajó ese flujo con el paso del tiempo, nosotros contactamos con gente dentro de Ucrania y, gracias a una ayuda del Levante, conseguimos alquilar un hotel para alojar a la gente, todo mujeres y niños, que pensaban que la guerra se iba a acabar y no querían irse muy lejos. Nosotros les dábamos habitación y comida. Lo llamábamos el hotel de las madres y lo tuvimos para nosotros durante ocho meses. Luego teníamos otro dentro de Ucrania, en una ciudad que se llama Stryi”.

Hace unos días volvieron a Ucrania. A Benito no le gustó lo que vio. “Están peor todavía. Sobre todo en Kiev, una ciudad muy castigada con drones y bombardeos. El día que llegamos murieron 23 personas por un misil que cayó cerca de donde estábamos”. Pero las desgracias suceden cuando uno menos se lo espera y Benito Pajares, distinguido en 2005 por World Press Photo, lamenta que este año se hayan olvidado de los fotógrafos de la Dana. “Es una pena. No lo puedo entender. Porque, además, había fotos muy buenas”. Pero los premios tampoco le quitan el sueño. Su cabeza ya está en Madagascar, un país con cuatro aes y miles de lémures.

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo