València

EL CALLEJERO

Gilbertástico, el artista poliédrico que se siente joven a los 42

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Gilberto Aubán tiene 42 años y dice que es joven. La juventud igual se nos ha ido de las manos. Aunque, bien visto, Gilberto, de nombre artístico Gilbertástico, tiene un aspecto juvenil con esa gorra y las patillas largas. Su verbo también es el de alguien que está al día y no el de un carcamal que se quedó fuera de la evolución del lenguaje. Gilberto lo habla y lo canta. Como en la última canción que ha lanzado al océano de las canciones: ‘Hostal Hostil’. “Para desayunar hay zumo nuclear, Nagasaki intestinal…”, canta el artista valenciano.

Su música recuerda vagamente al gran Franco Battiato y esto no es algo casual. Gilbertástico lleva diez años obsesionado con el genial cantautor italiano. Battiato, de la región de Catania, en la isla de Sicilia, comenzó a trabajar en empleos precarios cuando, tras la muerte de su padre se mudó a Milán. Gilberto, salvando las distancias, claro, también empezó con curros de camarero en antros de la oscura noche valenciana.

Gilberto acaba de regresar de las Azores. Un viaje exprés a estas islas en mitad del Atlántico Norte. Tres días con una compañía de circo que actuó en Ribeira Grande, en la isla de San Miguel, y dio talleres a los escolares. “Es como una obra de teatro basada en las rutinas del circo. Un circo enfocado hacia las disciplinas serias, que incluye a los payasos, pero que se basa en acróbatas y malabaristas, que viven como atletas. Hacemos una disciplina muy rara que se llama barra rusa, muy atípica. Es un tronco enorme que sujetan dos forzudos y sobre el que otros hacen acrobacias”.

  • Foto: KIKE TABERNER

El artista, muy polivalente, juega a no saber cómo definirse. “Soy un tipo al que le mola divertirse”, concluye. “Cuando era periodista me gustaba lo que hacía, pero cuando iba a entrevistar a alguien, pensaba que estaba bien, pero que el sitio en el que me gustaría estar es el otro”. Hoy, al fin, a los 42, está en el lado correcto de la entrevista, que se hace en un mostoso local de ensayo situado en una especie de nave, desgajada en pequeños locales de ensayo, junto a un solar de Patraix lleno de pintadas. Gilberto cruza las piernas en una banqueta, da grandes tragos a una botella de agua y eso nos permite fantasear con que la noche anterior debió ser animada. De las paredes cuelgan guitarras eléctricas y en un rincón hay una batería.

El artista tiene cierta elegancia postural y sus ojos se achinan cada vez que sonríe. Las uñas de las manos están pintadas de negro. Pero en su ‘outfit’ impera la gorra cañí. Sus ojos tienen un brillo mágico y miran hacia el infinito cuando recuerda esos días en las Azores con Spinish Circo. Un artista que no duró mucho como periodista en ‘Las Provincias’. Eso fue al principio, cuando era joven de verdad y estudió una carrera que no era todo lo seria que deseaban sus padres, pero que no estaba mal. 

  • Foto: KIKE TABERNER

Él nació en Museros, uno de los pueblos por los que pasó su padre, médico rural, con su mujer y sus cuatro hijos. Dos de sus hermanas nacieron en Montaverner y otro, en Adzaneta. A él le tocó en Museros, el penúltimo destino de aquel médico que acabó en Mislata. Gilberto, por eso, vivió casi siempre en en València. Su madre dejó su trabajo como enfermera y consagró su vida a cuidar de sus hijos.

Cantante en un coro religioso

A Gilberto le apasionaba la historia, pero cuando llegó la hora de matricularse en una carrera, los Aubán echaron el grito al cielo. Historia, decían, no tenía salidas. El chaval se decantó entonces por Periodismo porque, en su cabeza de ávido lector, un periodista era un tipo que llevaba un bombín, que escribía en libretas Moleskine y que viajaba en trenes con máquinas de vapor. “La carrera me vino bien, pero cuando conoces el mundo ves las vicisitudes de todas las cosas. Los periódicos son empresas que no tienen mucha independencia. Y hace 20 años ya se veía que el periodista iba a tener que acabar siendo multimedia y hacer de todo. A mí me cambió la vida una asignatura que se llamaba Crítica Literaria y que la daba un profesor que me parece que se llamaba Alfonso Aguayo. Había buenos profesores pero este en concreto me hizo leer de otra manera y me hizo feliz. Y gracias a él conozco un montón de títulos que me permiten hacerme el cultureta en una conversación”. Aquel estudiante era el típico vago inteligente que hacía lo justo para ir aprobando y acabar la carrera.

Su interés por la música germinó antes como miembro del coro de la Escolanía de la Virgen de los Desamparados, que cantaba en la basílica a los pies de la Geperudeta. Gracias a ese coro estudió música de los ocho a los catorce años. Una buena formación en música clásica que se mezclaba en casa con los gustos de su hermano, que tocaba en un grupo. “Me veía más ahí, encima de un escenario, que con la clásica. Yo me aburría y en el recreo me iba a aprender Nirvana. A los 16, saliendo por la noche, conocí a mis primeros compañeros de grupo hablando de música”. Sus gustos, entonces, iban por Belle and Sebastian, REM o un grupo galés que se llamaba Gorky’s Zygotic Mynci. Luego, ya de mayor, se enamoró con Franco Battiato. “Se ha puesto en primer lugar porque es increíble. Es algo que me gusta que me inspire. Me siento tranquilo. Yo tenía a Battiato como una horterada de risa, rollo Georgie Dann, hasta que Guillermo Artés, cantante de Kindergarten, me dijo que estaba equivocado, que era una cosa muy seria. Ese es el truco. Entonces, hace diez años, me puse a escucharlo y me obsesioné. Pasé a escucharle solo a él”. Ahora, de vez en cuando, hace un concierto con versiones de Franco Battiato. Luego, en Semana Santa, con otros compañeros, cantan las canciones de Jesucristo Superstar.   

  • Foto: KIKE TABERNER

El primer grupo de Gilberto se llamó Estilo Casero. Solo podían ensayar en la casa de uno de ellos en Rafelbunyol, pero para llegar hasta allí tenían que hacer demasiados transbordos, y al final no les daba para mucho ensayo. Aguantaron juntos durante los años de la carrera. “Íbamos a ver conciertos a la sala Wah Wah y admirábamos a los grupos porque pensábamos que nosotros nunca llegaríamos a tocar allí”. Luego Gilberto se presentó en solitario al Troglogló, un concurso que hacían en La Caverna, un antro de rock. Gilbertástico ganó un premio y tuvo que llamar a sus antiguos compañeros de banda porque le salieron bolos y no tenía músicos. De la nada pasó a verse haciendo de telonero de La Habitación Roja.

Llegó a la Wah Wah

Años después llegó con sus músicos a la Wah Wah. La primera vez fue gracias a un festival, Vinilo Valencia, que montaba Quique Medina. Su primer EP lo sacó ya como Gilbertástico y las mierdas flotantes y lo presentaron en esa misma sala. Al principio tenían a un cantante que no iba nunca. “Nunca llegó a venir”. Y, con el tiempo, Gilberto cogió el micrófono. “Me gustaba mucho Rufus Wainwright y yo era un flipado que quería parecerme a él. Es un canadiense que es como cantante de ópera pero pop. Cuando eres joven y ambicioso piensas que puedes ser como él”.

Gilbertástico reconoce que ha empezado a vivir de la música ahora. “Me ha pasado tan poco a poco que ahora te llega el recibo de autónomos y lo pagas sin darte cuenta. Aunque yo no me puedo flipar con la pasta. Me va mejor que nunca, pero es muy irregular y hay meses que no ganas nada”. Por el camino, alternó la música con los trabajos como camarero. “El problema es que trabajas por la noche y yo soy muy fácil de tentar. Hace diez años curraba en El Kubata de Hojalata, en el Cedro, y el dueño me dijo que la cosa no iba bien. Entonces intenté vivir de la música, pero era complicado. Iba sufriendo. Hace tres años trabajaba en el Tulsa, en Benimaclet, y me pasó algo parecido después del covid. Entonces decidí que si dejaba de trabajar por la noche tendría más tiempo para la música y eso me funcionó”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Gilbertástico era como le llamaba Fernando Bonet, uno de los integrantes de Estilo Casero que le ponía motes a todo el mundo, y se le quedó. Cuando llegó el momento de inscribirse en el Troglogló tenía que poner un nombre y tiró de Gilbertástico. Ahora es su nombre artístico pero a la gente le cuesta y Gilberto lo ha leído de mil formas. “Mola porque es un nombre único, pero las variantes son infinitas y me han llamado Gilberestático, Gibraltartástico y todo lo que te puedas imaginar”.

Durante todos estos años también tuvo tiempo para hacer teatro. “Siempre me tocaron papeles de corte musical. Llegué gracias a David Campillo, que es un bajista que lleva la producción de la Sala Russafa. El papel era un músico mudo de un burdel del siglo XVI. No tenía que hablar y me comunicaba tocando el violín. Estaba rodeado de buenos actores y aprendí mucho”.

Aquellos padres que querían que su hijo estudiara algo serio se encontraron años después con Gilbertástico, un artista que interpretaba canciones como ‘Culo de Mono’ o ‘¿Tiene mal instalada la ducha usted?’. “Han tenido su proceso: a veces venían a un bolo y veían que había cuatro personas. A ellos les hubiera gustado que tuviera un empleo clásico mientras seguía con la música. A mi madre, al final, lo que más le preocupa es la carretera y sufre cada vez que vamos a un bolo”.

No le llega el reguetón

La media, ahora, es de un par de bolos a la semana. Ahora mira hacia el futuro y piensa que con 55 años seguirá con la música pero ligado a otro trabajo que le dé una tranquilidad económica. “Tú proyectas y piensas que a los 55 te irá mejor, pero mucha gente se lo acaba dejando con el tiempo. Yo he estado a punto varias veces, pero luego llega alguien que te llama y te encarga la producción de algo y ves que tienes dos años de curro. Es muy cambiante y ayer le estaba diciendo a mi madre y a mi novia que iba a tirar el currículo a Leroy Merlin… Pero hace poco estaba pensando que era un miércoles, que había ido a Sevilla, que estaba en un hotel de puta madre, acababa de actuar en las Setas, la música la había compuesto yo y creo que es para estar contento. O ayer estaba volviendo de las Azores, y eso está muy bien”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Al final entendió que la música no era triunfar con las canciones de Gilbertástico. El abanico, por su capacidad y su talento, era mucho más amplio y eso le permitiría ir equilibrando su vida. Ya quedaron atrás los días de frustración porque su proyecto musical no alcanzaba la fama. “Ahora estoy contento”. Mucho más atrás están los inicios, cuando se puso al frente del escenario y sufría por los fallos técnicos que podían arruinar un bolo. “A mí me mola mucho ponerme delante de la gente. Entiendo que te paguen por eso porque lo más cómodo es estar entre el público. Y luego hay peña que ha nacido para eso. Yo estoy en un punto intermedio”. Se nota que tiene su ego bajo control, pero también ha aprendido a recoger la alegría de los éxitos y disfrutarla. Gilbertástico está contento con sus canciones y no necesita que se conviertan en un ‘hit’. Ya no es su prioridad, y eso se ha aligerado mucho la frustración. “A mí me llena y hasta hay días en que hay gente que me para y me dice que le ha encantado mi última canción. Joder, eso está muy bien”.

No ha dejado de ser público también. Los últimos conciertos han sido uno de Kiko Veneno en Jaén y otro del Drogas en València. Cree que es importante para salir del bucle de su música. Luego le da un poco de vergüenza reconocer que ahora mismo no escucha mucha música, que llega cada mañana y prefiere poner la radio para escuchar la sección de Nieves Concostrina en ‘La Ventana’ (Cadena Ser) o ‘La rosa de los vientos’ (Onda Cero). “Soy como un consumidor antiguo. Los chalados que nos quedamos hasta la una de la noche para escuchar ‘La rosa de los vientos’ lo comentamos al mismo tiempo en el Twitter. Oír a peña hablando me neutraliza. A mí me pasa que, si no estoy hablando, estoy procesando la última canción que he escuchado. Es una pesadilla. Si es una que no te mola, es tormentoso”. También está el problema de los sueños recurrentes: llegar a un concierto y que no se sepa las letras, o que se haya olvidado un cable sin el cual no puede empezar. “Esa es mi mayor pesadilla”.

  • Foto: KIKE TABERNER

El circo es menos precario que su proyecto musical. Gilbertástico no le da de comer. En verano se enrola también en alguna orquesta como teclista. Y luego está una especie de karaoke con un piano que gusta mucho. Hacer música para el circo es lo que más ingresos le genera. Ahora, en 2025, no le interesa Bad Bunny, Maluma ni Daddy Yankee. “No conectan conmigo”. No le gusta la música que escuchan los jóvenes, pero tampoco le gustan lo que él llama “las cosas de mayores”. Le entra la risa al hablar de esto. “Hay gente que desde que éramos chavales les encantaba parecer mayor y decir: ‘Estoy reunido' o ‘Hacemos una propuesta de negocio’, y se les llenaba la boca con eso. No es mi rollo. Como me ocurre con el trap o el reguetón. Hay gente que vive muy cómoda con eso y que estaba deseando hacerse mayor. Pero no es mi caso”. Gilbertástico se siente joven y antes de despedirse busca un bar en Patraix, se pide una cerveza y un chupito de hierbas, le gorronea un cigarrillo al dueño, y nos ponemos a hablar de garitos para ‘viejóvenes’ mientras le pega unas caladas al pitillo y trasegamos unas Mahou.

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