València

EL CALLEJERO

Héctor, el surfista que ganó el Premio Nacional de Diseño

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  • Héctor Serrano
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El estudio de Héctor Serrano es una planta baja aparentemente sencilla donde florecen los ingenios del equipo. Los tulipanes, blancos o de colores, de una lámpara; el prototipo de un autobús futurista, y muy cuqui, para la EMT de Madrid; la amplia y rosada butaca Xaloc; un tronco colocado encima de un folio con bocetos inspirados en ese pedacito de la naturaleza. El titular de ese estudio ganó el Premio Nacional de Diseño en 2024 por su trayectoria y no para de trabajar y de abrir el grifo de su mente en busca de nuevas virguerías.

La víspera de la entrevista ha cumplido 51 años. La mitad, 25, consagrados a su profesión. Un oficio al que se podría decir que llego de rebote porque Héctor, que era mal estudiante, aceptó el consejo de estudiar Diseño, una carrera que no exigía demasiadas horas de estudio. Antes de eso repitió el COU y sus padres lo mandaron a Estados Unidos, a Dover, cerca de Boston, en el Estado de Massachusetts, a hacer ese último curso antes del salto universitario. “Fue una oportunidad. Al principio no quería irme, pero me empujaron para que espabilara y ahora, visto con perspectiva, veo que fue importante para mí porque me dio otra visión del mundo. Volví y tenía ganas de irme al extranjero”. Allí salió airoso y, al volver, encontró su sitio rodeado de libros de diseño. “Pasé de ser el peor estudiante a uno de los mejores. Es lo que tiene encontrar algo que te gusta…”.

Héctor acabó la carrera y se marchó a Londres para seguir formándose en el Royal College of Art, en el barrio de South Kensington. Una escuela de postgrado con una gran reputación. “Se presenta mucha gente con un portfolio con los trabajos de la carrera y ellos seleccionan a unos cuantos”. Este es un campo que pronto se le dio bien. “Yo creo que tiene que ver con la curiosidad, con entender todo lo que pasa relacionado con el objeto y la persona. Tiene que haber mucho de psicología. Es una carrera muy técnica y al mismo tiempo muy emocional. Es un equilibrio interesante entre una ingeniería y algo más relacionado con bellas artes”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Después de dos años de estudios en el Royal College of Art, en 2000, ganó un premio, el Peugeot Design Award, que le dio una tranquilidad económica (15.000 libras) para desarrollar su carrera en una ciudad como Londres. Al principio hizo prácticas en algún estudio londinense, pero inmediatamente emprendió el vuelo en solitario en el mismo piso donde vivía, en West Hampsted.

Mónica, su novia, acabó yéndose a vivir con él y, con el tiempo, fueron mudándose a otras casas. Héctor abrió un estudió que compartía con Jordi Adrià, un fotógrafo que trabajaba para ‘El País’. El diseñador empezó a sentir la llamada de sus raíces. Quería volver a València. Pero a Mónica, que había abierto una peluquería, le iba muy bien y quería seguir en Londres. Héctor ya tenía una buena cartera de clientes internacionales que le permitía vivir donde quisiera y, pasado un tiempo, acabaron regresando a su tierra.

Una lámpara inalámbrica

Sus estudios siempre han llevado su nombre. No le importó que a los ingleses se les pudieran atragantar esas dos erres seguidas en su apellido, Serrano. “En Inglaterra les parecía un apellido exótico. Allí también daba clases y un alumno me dijo que era un nombre muy chulo para ser diseñador, pero le aclaré que en España era muy común”. No ha olvidado cuál fue su primer trabajo, el primer encargo: una lámpara portátil para piscinas. Héctor se levanta y trae una. Es blanca, de plástico y se puede lanzar al agua, donde flota y se mantiene erguida por el peso de la batería. El diseñador pone en valor que entonces, en 2001, la tecnología no estaba tan avanzada y que una lámpara inalámbrica era algo realmente novedoso. “A veces en diseño puedes abrir el mercado a nuevas tipologías de producto y esta lámpara para piscina abrió un camino”, recuerda.

  • Foto: KIKE TABERNER

El premio que ganó en Londres también vino por una lámpara. A raíz de ese galardón empezaron a llamarle muchas empresas de lámparas pese a que mi estudio es muy diverso. “A mí gusta saltar de una tipología a otra porque te ayuda a aprender mucho de cada campo y también exportar de un área a otra cosas que has aprendido”. Sobre su cabeza hay una gran lámpara negra. Héctor explica que se llama V por la forma de las piezas con las que está hecha. “Después de 16 o 17 años se sigue vendiendo muy bien”. 

Maya, su primera hija, aún nació en Londres. Cuando iba a nacer Martín tenían que mudarse de casa de nuevo y fue entonces, en 2012, cuando Héctor y Mónica, que también es de València, decidieron emprender el camino de vuelta. Las raíces tiraban de ellos y las raíces empujaron al diseñador a reinventar, junto a dos compañeros, algo que parecía imposible: el botijo. Héctor hizo uno, más estrecho, sin esa panza habitual del botijo, con una base con la forma de una botella de agua de plástico y la parte de arriba con todos los componentes de este artilugio. Un diseño rompedor que se ha popularizado como objeto de decoración.

Los autobuses que ha diseñado para Madrid no son para fabricarlos y ponerlos en circulación sino, más bien, para crear un prototipo que se expondrá en la capital. “El objetivo era crear un proyecto que comunicara la transición que están haciendo a la ‘electromovilidad’. Están cambiando toda la flota. La idea es que algunas ideas de este proyecto se puedan exportar a los autobuses que van por la calle”.

Floreros por la Dana

El estudio está en calma. La tarde de la entrevista solo está Héctor Serrano. Las otras mesas con ordenadores extrafinos, como las compresas, están vacías. Aunque es muy llamativo que todo ese espacio conforma un universo creativo fascinante. Una pared que es una pizarra con anotaciones y bocetos, objetos desperdigados por encima de las mesas, donde hay papeles con dibujos e ideas. Por todas partes hay pequeñas maquetas de los proyectos a los que están dándole forma. Un templo de la creatividad.

  • Foto: KIKE TABERNER

En un pilar hay pegados 12 pósits amarillos en tres filas de cuatro. En cada papelito hay escrito un concepto. De fondo, muy bajito, suena una música casi imperceptible. Héctor está sentado en una silla de plástico con unos adornos de inspiración árabe. Son un encargo de cervezas Alhambra y dice que esas sillas están repartidas por toda España. Es, quizá, uno de los pocos objetos con su firma que pueden encontrarse en València. Su obra, sorprendentemente, aún no está presente en el mobiliario de la ciudad. Y esto, sin duda, alimenta el tópico de que nadie es profeta en su tierra.

A su lado está el sillón Xaloc, que tiene la particularidad de que todo el lateral está hecho con una sola pieza. Héctor sale con una y la alza orgulloso. Es una de las genialidades de un genio que el año pasado, aprovechando que su estudio cumplía 25 años, hizo una exposición retrospectiva en Matadero, uno de los centros creativos más conocidos de Madrid.

Héctor aprovechó esa exposición para mostrar lo que había creado para recaudar fondos para los afectados por la Dana. El diseñador había visto que las playas que hay al sur de València estaban llenas de cañas, troncos y raíces. Héctor cogió 85 de esas raíces, una por cada pueblo barrido por las inundaciones del 29 de octubre, y las resucitó, les dio una nueva vida como floreros enganchándolas a un soporte de hierro.

  • Foto: KIKE TABERNER

Este creador valenciano está muy ligado a la playa y al mar. El surf es su otra gran pasión. Una afición que nació en la niñez y que se interrumpió durante los 15 años que vivió en Londres. Su familia solía pasar los veranos en la playa y Héctor siempre se recuerda con una tabla al lado. “La primera, con ocho o nueve años, no sé ni cómo llegó hasta mí”. Luego, de adolescente, se fabricó él mismo sus dos primeras tablas porque las que quería solo las vendían en el norte. “Esto sin YouTube ni tutoriales. Un amigo me decía dónde tenía que comprar los materiales. Luego, en un viaje al norte, ya me compré una tabla buena”.

Al volver de Londres retomó su afición por las olas y por patinar con una tabla de skate. Cada verano, en Cullera, enseña a surfear a un puñado de niños. Pasados los años, muchos jóvenes de Cullera han aprendido a surfear gracias a él. Aunque Héctor se apresura a aclarar que él no es ningún profesor de surf, solo que empezó enseñando a sus dos hijos (ahora tienen 13 y 16 años), luego a los amigos de sus hijos y, finalmente, a todos los chavales que se acercaran a pedirle ayuda en verano.

Héctor ya no volvió a encerrar la tabla y el domingo pasado, sin ir más lejos, la sacó para aprovechar un buen día de olas. A lo largo del año siempre se despeja un par de fechas para irse a un destino de surf en el extranjero y en las vacaciones familiares, oh casualidad, siempre acaban cerca de la costa. Este año tuvo que ir a dar unas conferencias en Manila (Filipinas) y aprovechó para irse una semana antes con su mujer a una isla con forma de lágrima llamada Siargao. Este hombre de 51 años parece entrar en calma cuando recuerda las tardes de verano en Cullera surcando las olas que provoca en el mar el viento de Garbí.

Corrió cuatro maratones

Durante aquellos viajes en busca de grandes olas, Héctor empezó a fijarse en cómo enseñaban en las escuelas de surf. De cada destino volvía con nuevas técnicas y, al final, se decidió a contribuir a que lo que él llama “el virus del surf” se expanda por Cullera. Él lucha contra el paso del tiempo para mantenerse en forma y poder seguir deslizándose encima de una tabla. Por eso no ha dejado de correr. Una afición que le llevó a completar cuatro veces el Maratón Popular de Valencia en los años 90. “El objetivo es hacer algo de deporte todos los días, aunque no siempre se consigue, y lo más fácil es salir a correr al río”.

De Londres volvió con una carrera en alza y un cuerpo en declive. “Me metí 15 kilos de más que tuve que quitarme corriendo cuando volví a València. El primer día cogí la tabla de cuando tenía 18 años, me metí un día que había olas en la Malvarrosa y me hundí. O falla la tabla o fallo yo. Al día siguiente me compré una tabla y volví a practicar. La memoria muscular se quedó donde me había quedado cuando lo dejé. No se pierde. Pero me puse a correr, me puse en forma para coger olas pero también corrí cuatro maratones”.

El primero lo hizo muchos antes, con 18 años, en los 90, cuando competía en carreras de campo a través en Boston. Al volver se encaprichó con acabar un maratón y se apuntó a aquella prueba que todavía acababa en la pista de atletismo. Héctor cometió todos los errores del novato, pero consiguió cruzar la meta. “Luego, con más edad, ya hice los deberes, corrí con más cabeza y acabé con más dignidad”.

En casa guarda diez tablas. Demasiadas para los pocos días buenos que hay en València para disfrutar de una buena sesión de surf. “La temporada buena es ahora, entre octubre y enero”. Ahora corre, surfea y diseña. Su estudio, el viejo cauce del río y la playa de València donde estén las mejores olas. De la del diseño hace 25 años que no se baja.

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