El afilador, aunque aún queda alguno, ya no es ese hombre que recorre en coche las calles de la ciudad mientras suena la tonadilla inconfundible de una flauta travesera y el grito de “El afilaoooor”. Ahora, en pleno sigo XXI, el afilador trabaja con maquinas para raparse el pelo o definir la barba y se anuncia en las redes sociales. Así le ha ido muy bien a un referente mundial en el asunto: Leo Ciceri, un venezolano de 40 años.
Leo Ciceri decidió salir de Caracas hace diez años. Entonces tenía 29 y ya estaba casado. El venezolano se vino de vacaciones a España después de que le tocara un billete de avión en un sorteo y decidió que se quedaba, que no volvía. Un amigo vivía en València y le abrió las puertas. Es Álex, que hoy lleva un restaurante que se llama El Tarantín Chiflado. Leo se dedicaba a afilar herramientas de peluquería y se propuso hacer lo mismo aquí. Juntos buscaron dónde estaba la competencia, quién afilaba en Valencia. No tenía ni espacio ni herramientas, pero empezó desde abajo, haciendo el mantenimiento y reparación de las herramientas en las propias peluquerías. A puerta fría. Pura supervivencia con 30 años.
Al principio encontró mucha desconfianza y el obstáculo de la documentación. Leo estaba sin papeles y eso no ayudaba. No podía hacer la factura y se escaqueaba como podía. Al año llegaron su mujer, de padre gallego, y sus dos hijos. Sin papeles, era muy complicado encontrar trabajo. Pero Leo tiene alma de comerciante y salió adelante. “Yo iba, recogía cuchillos, los llevaba al taller y los devolvía. Me paraba la Policía a cada rato porque yo iba por València perdido, mirando para el cielo o mirando fijamente un negocio hasta que el dueño se quedaba solo. La Policía venía y me preguntaba: ¿Y qué miras tanto tú para allá?”.

- Foto: KIKE TABERNER
Los primeros que le abrieron las puertas fueron los latinos. Ellos le animaban y le daban trabajo, pero pagaban de aquella manera. Los europeos eran más recelosos pero pagaban mejor. Leo no tenía papeles, pero sí gusto por las redes sociales, un catalizador en este siglo. “Yo siempre fui de grabarlo todo. Llegaba a una peluquería, prendía el móvil y hacía un directo para contar lo que estaba haciendo. Eso empezó a crecer la bola y gracias a las redes sociales me sacaron de la calle”. Leo pasó de ir llamando a la puerta de las peluquerías a recibir mensajes en sus redes sociales para pedirle encargos.
Leo descubrió que en España todo funciona mejor que en Venezuela. Si un cliente de Sevilla le mandaba unas cuchillas para afilar por mensajería, llegaban a tiempo y las tenía cuando el afilador le había prometido. Su prestigio fue en aumento. Salieron clientes de toda España gracias a las redes sociales y a su profesionalidad. Leo cumplía y entonces, a cambio, le pedía al peluquero que grabara una historia elogiando su trabajo. “Se corrió mucho la voz”. Más madera a la hoguera de su popularidad, que hoy se puede calibrar en los 271.000 seguidores que tiene en Instagram y otros 235.000 en TikTok.
Una furgoneta en el parking
El negocio empezó a expandirse. Leo compró las herramientas y las metió en una habitación de su casa. Se enfocó a la peluquería porque requería de las herramientas, como un disco de esmerilar u otro de aluminio, más pequeñas y silenciosas. Antes probó con los cuchillos y, el día que empezó, vibraba todo el edificio. “Tuve que apagarla corriendo. Me esperaba a la una que sabía que estaba la gente de ajetreo y sonaban las ollas y había más ruido. A la hora de la siesta, o por la noche, no me atrevía”. La peluquería era más sigilosa y Leo, de madrugada, se ponía el pijama en su casa alquilada en la avenida del Cid y se sentaba a afilar las cuchillas.
La única forma de conseguir un alquiler sin papeles fue pagando un año completo por adelantado. Para eso tuvo que vender todas sus pertenencias en Venezuela. Si ya había cerrado la puerta de su país, ahora metía la llave y le daba dos vueltas a la cerradura. Su futuro estaba en España y no pensaba moverse de aquí. Ganaba lo justo para pagar las facturas. “Aguanté hasta que descubrí las ferias de peluquería”. Este hallazgo le cambió la vida. Cada mes hay una feria en una ciudad diferente. Leo cogía la maleta y se iba para allá. No tenía ni un puesto en la feria. Él llegaba con una mochila, sus cuchillas y sus destornilladores. La gente le conocía por las redes sociales y Leo hacía el mantenimiento al lado justo de la feria. La voz se iba corriendo y cada vez era más conocido. El afilador cumplía y devolvía las máquinas con filo, silenciosas y con un corte suave.

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Leo se tiró tres o cuatro años de feria en feria. Sin un stand. No salían las cuentas. Su puesto era la furgoneta que abría en el aparcamiento. “A la gente, además, le gustaba como esa especie de trapicheo. Luego, cerraba y entraba a la feria a pasear”. El negocio empezó a crecer y necesitaba apoyo. Se le acumulaban las máquinas. Había días que tenía más de cien. Mi hermano Carlos Eduardo, que ya había trabajado con él en Venezuela, se vino a València. “Le llamé un lunes, le pregunté si quería venir y me dijo que sí. Le compré el pasaje para el viernes y le advertí de que no le dijera nada a nadie y que no trajera ni maleta, que yo le compraba todo acá. La gente ya venía en masa y había una alerta en el aeropuerto. No podía venirse supuestamente de turismo con cuatro maletas. Le dije que agarrara una mochilita y mil dolaritos, como si fuera de turismo. Y ya. Así vino y, entonces, ya estábamos los tres: Andreina, mi mujer, mi hermano y yo”.
Andreina y Leo llevan 19 años casados. La mitad de sus vidas. Ella vino ocho meses después que él. Ahora son felices aquí con sus dos hijos y sus dos ‘perrijos’, dos de esos perros tan chiquitos que parecen cachorros. Dos ejemplares de Pomerania: Teddy, porque parece un osito de peluche, y Coco, por la película. Leo recibió su primer DNI hace dos semanas. Después de diez años. Una larga lucha con la burocracia. Trabas y más trabas. No podía ni salir de España.
Clientes de todo el mundo
Pero él nunca se rinde y ya son siete trabajadores en Ciceri Clippers, su negocio en la calle Ausiàs March. Ya no afilan únicamente las máquinas, ahora también las personalizan con diseños sorprendentes o más sencillos pero con gran significado para sus clientes. “Ya afilando vi que el margen de beneficio era muy bajo y entendí que la alternativa era ampliar mis servicios. Yo miraba muchos vídeos en Youtube sobre emprendimiento y negocios. Entonces me salió un vídeo de hidroimpresión, unos chicos que personalizaban las llantas de los coches. Ellos te ofrecían un curso de iniciación y me apunté. Empecé a practicar con las carcasas de las máquinas. Daba bastante beneficio porque las máquinas son pequeñitas y resultaba muy rentable”.

- Foto: KIKE TABERNER
Leo volvió a coger impulso en las redes sociales, donde compartía las carcasas que había personalizado. “Ahí fue cuando mi marca se hizo viral porque era algo totalmente novedoso. Empecé a recibir solicitudes del mundo entero”. Pero vio que en España tenía clientela de sobra y se centró en el mercado nacional. Leo educó a los demás clientes, a los de fuera, que si querían algo tenían que venir a España. “Y ahora vienen de todas las partes del mundo. Ellos salen de vacaciones y hacen una paradita en València para comprar en mi tienda lo que tengo expuesto”.
Leo no ha vuelto a Venezuela en diez años ni tiene ganas de hacerlo. Sus padres han venido a visitarles un par de veces. Ellos regresan y, con la ayuda de su hijo, pueden vivir allí felices con las otras dos hijas que también decidieron quedarse en el país sudamericano.
El crecimiento del negocio le obligó a tomar decisiones rápidas. Muchos clientes iban a visitarle a casa, que era donde él trabajaba. De una habitación se tuvo que mudar al salón. Hasta que un día levantó la cabeza después de estar concentrado en su trabajo y se encontró a cinco desconocidos esperando en el salón de su casa. Se le había ido de las manos. Leo, al menos, ya se había hecho autónomo y así podía operar de manera legal.

- Foto: KIKE TABERNER
La primera tienda la abrieron en 2018 en la calle Carrera de la Fonteta de Sant Lluís. Una planta baja que se les quedó pequeña en tres años. Se movieron a la manzana de al lado, en Ausiàs March, en una ferretería que se puso en alquiler un día y ese mismo día se la quedó Leo. No paró ni en la pandemia. “La gente compraba más que nunca. La tienda on line creció muchísimo. Es el año, 2020, que más hemos facturado en nuestra historia”.
Messi, Topuria, Omar Montes…
El cliente decide el diseño y ellos lo convierten en carcasa para una maquina. Han hecho de todo. Incluidos los encargos más insospechados: un abuelo fallecido, una familia posando desnuda en la playa, recuerdos de todo tipo… Su negocio tomó impulso cuando llegó la moda hípster y el auge de las redes sociales. “Cada vez más gente se interesa por este oficio. Conozco a madres que tienen cinco hijos que aprenden a cortar con la maquina para ahorrarse cinco visitas a la peluquería”.
Entre su clientela hay muchos famosos: el cantante Omar Montes, el luchador Ilia Topuria, o el futbolista Leo Messi. Los barberos del Barcelona y el Real Madrid compran en Ciceri Clipper. Ahora se ha puesto de moda que el famoso le lleve al barbero su propio pack con la máquina, la tijera y el peine. Así, cuando va a cortarle el pelo a casa, le corta con su máquina, una que no ha usado nadie más.

- Foto: KIKE TABERNER
“Normalmente piden su nombre en la carcasa. Un diseño limpio, un color sólido y su firma. También me piden mucho la capa para cortar con la imagen del artista. Les gusta mucho cuando el barbero se la saca, les gusta. En el Valencia CF casi todos tienen su capa de aquí”.
A veces tienen encargos realmente extraño. Un cliente le pidió a Leo la máquina más cara del mundo porque tenía una bolsa llena de esmeraldas, diamantes y rubíes, y quería pegarlas en la máquina. “Yo no quise porque si se pierde algo, me la cargo yo”, explica el afilador, que lleva su sello en las manos y los brazos, con su decha de nacimiento, un destornillador de los que usa para trabajar y hasta su marca. Un ardid de emprendedor avispado. “Claro porque cuando hago un vídeo salen mis manos, y de esta forma se ve todo el rato mi marca”. Está claro que Leo no tiene nada que ver con los viejos afiladores.