València

EL CALLEJERO

Los Strimenos lo dejaron todo por València y su restaurante griego

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La plaza de la Virgen está preciosa vacía de turistas disuadidos por la lluvia. La Catedral, siempre esplendorosa, se refleja sobre el suelo húmedo. Alrededor, todo está infectado por el turismo. En una bocacalle aparece el nombre más espantoso que se le ha podido poner a un restaurante: Torero y Vino. Sin complejos. Enfrente, en esa misma calle, está el histórico Café de las Horas. Y un poco más adentro, sin salir de Comte d’Almodóvar, está Kuzina, un nombre más sutil, más elegante, que te transporta a la gastronomía griega. Dentro esperan Lydia y Alkis, los Strimenos, que han dejado a sus hijas pequeñas, de dos y seis años, dos niñas simpáticas, sonrientes y muy educadas, jugando y dibujando en una mesa del restaurante.

Alkis es griego, pero Lydia no. Ella, 41 años, nació en Eaton, un pequeño pueblo con 20 casas “en mitad de la nada”, cerca de Liverpool. La vida ha jugado caprichosamente con su familia para moverla constantemente de Inglaterra a València. “Mi abuelo era de aquí, de Ruzafa, y por eso tengo aquí a familia de mi padre, aunque mis primos son mayores. València siempre fue un segundo hogar para mi familia, que, además, tenía una segunda casa cerca de Gandia”.

El abuelo Manolo, que era pintor y muy bohemio, nació en 1926 y por motivos que nunca han quedado demasiado claros en la familia, viajaba mucho a Inglaterra. Su mujer era de Liverpool y cuando nació el padre de Lydia estuvieron yendo y viniendo. Hasta que empezó la Guerra Civil y entonces ya se fueron a vivir allí.

  • Foto: KIKE TABERNER

Lydia emprendió el camino inverso hace 19 años. En la universidad de Liverpool donde estudiaba Filología Española, València no figuraba entre la lista de destinos para las becas Erasmus, así que la estudiante pidió venir a esta ciudad adrede y se lo concedieron. Alkis también vino a València de Erasmus. Aunque, en realidad, no se conocieron en uno de esos jueves locos en la plaza de Honduras, donde ella tenía un piso, sino que hicieron ‘match’. Luego acabaron sus estudios y volvieron por separado. Ella empezó a ganarse la vida dando clases de inglés, antes de ponerse a trabajar en marketing para una empresa de moda. Él, que era técnico de calidad, como su madre, tenía su sede en València, una de la ciudades desde las que trabajaba para la cadena de  supermercados Morrisons. 

Jugaban en los restaurantes

El padre de Lydia vivía de hacer cestas de Navidad, pero tenía un punto emprendedor y también se dedicaba a exportar e importar productos, como las naranjas de València. Luego, con el tiempo, descubrió que los limones los traía de Grecia, de una zona muy próxima a las raíces de Alkis, que nació hace 40 años en Kiato, en el istmo de Corinto, que une el Peloponeso con la Grecia continental.

Alkis, que había estudiado Empresariales, vivió muchos años como un nómada. Los inviernos los pasaba en València, desde donde viajaba a menudo a Inglaterra para controlar cómo llegaban los productos que enviaba, pero luego se tiraba varias semanas en Marruecos, Egipto, Turquía, Grecia…

  • Foto: KIKE TABERNER

Los novios seguían con sus trabajos y enfocando sus vidas con 30 años. Luego llegaban los fines de semana y entonces les gustaba salir a cenar por ahí. La pareja tenía una especie de juego y tenían afición a fijarse en cómo funcionaba el restaurante. Muchas veces llegaban a la conclusión de que ganarían mucho tiempo si pusieran los cubiertos en otro punto. Entre broma y broma, empezaron a fantasear con la posibilidad de abrir su propio negocio de hostelería. Y Alkis, una de esas personas que son felices frente a una hoja de Excel, iba calculando dos partidas: gastos e ingresos.

En 2016, la empresa intentó que Alkis se mudara a Murcia y el griego se dio cuenta de que era el momento de salir de ahí. Entonces buscó locales por toda la ciudad y se decidieron por uno que había en la calle del Salvador. “Era el que ahora ocupa Toshi, que fue el cocinero del Seu Xerea”, recuerda Lydia. El día que iban a empezar las obras de reforma, la empresa de moda para la que trabajaba Lydia les anunció que no tenían dinero y que necesitaban despedir a todos los trabajadores. Y así, casi por casualidad, los Strimenos se convirtieron en hosteleros. En 2016 abrieron Kuzina y en dos años se trasladaron a la calle Comte d’Almodóvar, de donde no se han vuelto a mover.

“Todo encajó de repente”, rememora Alkis, que explica también que el primer local se les quedó pequeño enseguida. “Nosotros lo traemos todo de Grecia: la sal, el orégano, el aceite… Y allí, como es muy chiquito, no nos cabía. Entonces hablamos con el dueño de Seu Xerea, Steve Anderson, que se quería enfocar en otros restaurantes y solía venir a comer a nuestra barra. Nos ofreció su local y nos vinimos aquí en 2018”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Lyra, su hija pequeña, aparece de vez en cuando en el salón donde se produce la entrevista. La niña, de dos años, echa de menos a sus padres. Ellos, además, están en alerta porque han decidido quitarle el pañal. Entre ellos dialogan en español, pero Lydia le habla a sus hijas en inglés y Alkis, en griego. Así que esas dos niñas sonrientes crecen trilingües con total normalidad.

Dos bodas en dos países

Al año de abrir el restaurante, se casaron. “Yo no soy muy religiosa y mi padre estaba muy mayor, así que hicimos una boda civil en Inglaterra. Vinieron muchos griegos y los metimos en una casa rural. Fue muy bonito y se pensaban que estaban en un escenario de James Bond. Al verano siguiente nos casamos por la iglesia en Grecia y la madre de Alkis insiste mucho en que esa es la boda oficial…”. Luego vinieron Amelia y Lyra. Y también los momentos difíciles: el Covid, la guerra de Ucrania, la Dana… “La gente piensa que en València ciudad no pasó nada, pero la gente estuvo un mes sin salir a comer ni a cenar”, apuntan.

Del covid se salvaron porque su clientela es valenciana. Nunca cedieron a la tentación de rendirse al turismo, a los precios bajos y la calidad baja, y cuando la pandemia vació los aeropuertos, fue la gente del barrio y de València la que volvió a Kuzina en cuanto pudo. La hostelería es muy sensible a los cambios. Lydia explica que los dos mejores días del año para su negocio son el Día de la Madre y el 9 d’Octubre. “Pero esta vez ha sido más flojo por las lluvias. Ahora, cuando llueve, la gente ya no quiere salir de casa”. 

  • Foto: KIKE TABERNER

No echan de menos sus trabajos. Lydia lleva varios años que va muy poco por el restaurante porque tiene que cuidar de las niñas. A veces piensan en buscar un emplazamiento más propicio, pero salen a buscar locales por Cánovas y zonas así, y descubren sitios horribles. “Las cocinas, sobre todo, son espantosas”. Así que ahí siguen, en Ciutat Vella. El problema es que es muy difícil llegar en coche y a veces llaman los clientes desesperados porque no hay manera de aparcar cerca del restaurante.

Estar tan cerca de la plaza de la Virgen tampoco es una ventaja en Fallas. Esos días no cambia nada en Kuzina. Política de empresa. “Abrimos todo el día e intentamos que nuestro restaurante sea un oasis de normalidad. No metemos prisa, no reducimos la carta, no subimos los precios… Tenemos gente hasta la tarde. Las Fallas aquí son una locura. Por la noche no viene nadie. Desde que cambiaron los castillos, viene menos gente”.

Las Fallas les gustaban mucho más de cuando el Erasmus. De joven todo se vive de otra manera. Con la Navidad pasa algo parecido, aunque a Lydia se le iluminan los ojos en cuanto Papá Noel cruza por su mente. “La Navidad no es muy importante en Grecia. Allí es más importante la Pascua. Así que en casa hacemos Navidad inglesa (le brillan los ojos al decirlo). El 24, para los ingleses, siempre ha sido el día de salir de borrachera y poco más. El 25 se desayunan huevos revueltos con salmón y champán. Para empezar el día. Y luego, a mediodía, la tradición es un asado de pavo, pero se queda muy seco y, aunque él normalmente no come carne, lo cambiamos por ternera o pollo asado con las patatas y las verduras asadas. Y de postre, Christmas Pudding, una mezcla de varias cosas dulces que se emborracha con diferentes licores desde meses antes. Luego le echas brandy por encima, lo prendes y se flambea antes de comer”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Los dos mantienen sus raíces. A Grecia viajan una vez al año y se quedan tres semanas. “Antes íbamos más a Inglaterra”, recuerda Lydia con pena. “Luego falleció mi padre y entonces animamos a mi madre a que viniera más a menudo, hasta que ella falleció el año pasado. Me queda un hermano, pero vive en Londres. Así que no sabemos qué haremos. Aún tenemos la casa, pero no sé qué pasará”.

Ha parado de llover y los turistas vuelven a aparecer en la plaza. Las niñas reclaman a sus padres. Antes han pactado portarse bien y, a cambio, salir después a chapotear sobre los charcos con las botas de agua. Amelia coge su paraguas rosa y Lyra, el suyo de corazones rojos. Los Strimenos, felices, se preparan para salir de Kuzina y dar un paseo en este día de puente entre el 9 d’Octubre y el fin de semana. La hostelería no ofrece muchos respiros y hay que aprovecharlos.

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