València

EL CALLEJERO

Marina fue la primera forense de la Comunitat Valenciana

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  • Marina Gisbert.
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Marina Gisbert se ha vuelto de cristal. La muerte repentina de su marido el pasado verano la ha transformado en una mujer frágil. Ella, la primera mujer forense de la Comunitat Valenciana, la viajera que llegó al Polo Norte y al desierto del Sáhara, la maestra de decenas de expertos en medicina legal, se rompe cada vez que nombra a Carlos Peñafort y acaricia, con una sutileza que conmueve, el retrato del día que se conocieron, el día que Carlos había sido invitado a la cena por la jubilación de un tío suyo que era médico forense, y alguien le recomendó que se sentara al lado de Marina, “la única persona divertida en esa fiesta”. Marina lo cuenta cuarenta años después y le surge una sonrisa de felicidad que inmediatamente se quiebra y se convierte en un mohín de tristeza.

Marina tiene 70 años y, en teoría, está jubilada. Pero en su despacho, en la habitación de su casa, en una planta 13 desde la que se contempla media ciudad y la sierra de la Calderona al fondo, todo sigue en marcha: el ordenador abierto, un calendario con recordatorios en todos los días del mes y el móvil que no para de zumbar durante toda la conversación. Ahora acaba de revisar la novela que ha escrito un amigo suyo, Juan José Sánchez, el jefe de los servicios médicos de la Policía del País Vasco, y en unos días le ha desmontado la imagen idealizada de los forenses que se repite, de manera recurrente, en la literatura y el cine.

La dependencia está llena de libros y fotografías. Tochos de medicina, guías de viaje y novelas varias. Una imagen de las torres gemelas, sus hijos, o hijastros, cuando eran niños, en blanco y negro, o ella con Carlos u otras personas. Trocitos de su vida repartidos por la habitación. También por el resto de la casa, incluido el comedor donde las vistas, a través de un gran ventanal, son aún más imponentes.

  • Foto: KIKE TABERNER

Pero no hay panorámica que consuele a Marina. “Ahora necesito ocupar mi tiempo porque los días se me hacen muy largos”, se lamenta. Carlos llegó a su vida con dos hijos que ella considera ahora que también son los suyos. Unos hijos compartidos con su madre biológica, “una persona estupenda”. Unos hijos que le dieron cuatro nietos que ahora ocupan muchas horas de actividad y felicidad. “Son una maravilla”.

A sus 70 años podría haber elegido una vida contemplativa. Una vida sin ordenadores ni agendas. Una vida más plana también. Ni se lo planteó. “Yo me jubilé con 60 por una situación personal: mi hermano había fallecido y mi madre, a raíz de eso, hizo un cuadro demencial importante y tuve que cuidarla, con la ayuda de la mujer de mi hermano. Mi marido ya estaba jubilado y yo llevaba 40 años como maestra de la universidad, pero decidí jubilarme anticipadamente, perdiendo dinero, porque mi marido estaba todo el día solo y no me parecía justo. Aunque los trabajos que he tenido me han gustado mucho. La putada es que ahora se ha muerto Carlos y ya estoy jubilada, así que ahora estoy como voluntaria en Alanna, una entidad sin ánimo de lucro que ayuda a mujeres que son víctimas de la violencia de género”.

El chiste que se repite

Marina Gisbert nació en València, en la calle Cádiz, dentro del barrio de Ruzafa. A los cinco años, su padre, Juan Antonio Gisbert Calabuig, catedrático de Medicina Legal, sacó la cátedra de Granada y la familia se mudó junto a la Alhambra. Su madre, ama de casa, consagró su vida a la familia y, especialmente, a su esposo. 

Marina se levanta, busca en una estantería y saca un libro enorme que es algo así como la Biblia de la medicina legal. “Esta es su obra y las últimas ediciones, como él ya no estaba, ya fui yo la directora junto a dos compañeros.”. Ella ha recogido su legado, que ha llegado a su octava edición y es el abecé de la medicina legal en España y Sudamérica.

  • Foto: KIKE TABERNER

A su espalda hay una copa de cristal con tres rosas marchitas. Una luz bonita entra por la ventana mientras Marina explica que la medicina legal hace de nexo entre el derecho y la medicina. “Recoge todo el saber médico y biológico y lo aplica al derecho. La gente cuando ve lo de medicina forense piensa en los muertos y entonces, inmediatamente, viene la broma de siempre: Tus enfermos no se quejarán…”, cuenta con tono de hastío por el chiste desgastado.

Marina también es prima de las fiscales Susana y Teresa Gisbert. Las tres son hijas de dos hermanos que se casaron con dos hermanas. “Mis padres y mis tíos vivían juntos”, apunta, y luego añade que su abuelo, Manuel Gisbert Rico, fue alcalde de València entre 1934 y 1936. Sus dos hermanos ya han fallecido. Uno murió de pequeño y el otro, el periodista Emili Gisbert, en 2011, con 53 años.

Su primer cadáver

La primera vez que visitó la calle dedicada a su abuelo fue un día que estaba de guardia y le tocó ir a hacer un levantamiento de cadáver. Otro más de los cientos que ha visto a lo largo de la vida. El primero de todos, que no lo olvida, fue con 19 años. Marina era entonces una joven estudiante y todas las semanas le insistía a su padre para que le dejara acompañarle en algún levantamiento. Un día le dijo que se fuera con él al cementerio de Albal. Allí se encontró a un hombre, el primero que veía desnudo en su vida, con las consecuencias que había sufrido el cuerpo de aquel albañil al precipitarse desde un edificio. “Me impactó. Una muerte traumática siempre impresiona. Pero cuando un forense hace una autopsia está muy centrado en lo que está trabajando. No es que no tengamos sensibilidad pero no puedes sufrir cada autopsia que haces”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Ella, aquella joven que desoyó los consejos de su padre, que no quería que su hija estudiase medicina y, mucho menos, medicina legal, acabó la carrera y aprobó la oposición a la primera sin la ayuda de un preparador. Así es como se convirtió en la primera mujer forense de la Comunitat Valenciana. La sociedad, en 1982, aún no estaba preparada para recibir a una mujer joven, menuda, de aspecto aniñado. El día que fue a Xàtiva a tomar posesión de su plaza le dijeron que tenía que ir su padre. Ella no lo entendía y entonces le explicaron que era imprescindible que se presentara el titular…

 

Pronto se acostumbró a romper los moldes. Antes del primer año, consiguió, gracias a una carambola, el traslado a València y allí volvió a topar con la estupefacción que producía su presencia. “En aquella época las mujeres no entraban en la cárcel y no me dejaban entrar. Fui la primera mujer que entró en la cárcel de València. Era la única mujer y, encima, todos mis compañeros eran 20 años mayores que yo”.

Durante un tiempo compaginó su labor como médico forense con la docencia en la universidad. Hasta que, en 1991, hizo la oposición a la plaza de profesora titular y pidió una excedencia para llegar a casa más pronto y tener los fines de semana libres. “Elegí dar clases porque la docencia es muy bonita y porque entonces ya tenía una familia, nuestros hijos eran pequeños y yo tenía guardias y muchas obligaciones, pero quería disfrutar también de mi familia”.

Las islas del Mediterráneo

Siempre le gustó pasar tiempo con Carlos Peñafort. Cuando se conocieron, él escribía las críticas de música clásica en ‘La Hoja del Lunes’. Se encontraron en aquella cena con gente aburrida y no volvieron a separarse. Hasta este verano triste que trajo su 70 cumpleaños y la pérdida repentina de su marido. Los dos encajaron como dos piezas de un puzle. A los dos les apasionaba viajar y, juntos, se atrevieron con destinos que, en su momento, resultaron rompedores. En septiembre les esperaba un crucero fluvial por el Rin y un recorrido por la Puglia, en Italia. Su última escapada les llevó hasta Costa Rica y todos los veranos elegían una isla del Mediterráneo y allí eran inmensamente felices. 

  • Foto: KIKE TABERNER

Se pone triste al contarlo, aunque se permite una broma. “Me tengo que hacer un tratamiento antiarrugas porque no hago más que llorar…”. Juntos también disfrutaron de la música. Ya fuera en la filarmónica o en la ópera. A ella también le gustan los cantautores, con Joan Manuel Serrat al frente de todos ellos. A Carlos, su suegro siempre le infundió respeto y nunca dejó de llamarle don Juan Antonio y de hablarle de usted, una costumbre que causaba mucha risa cuando estaban en verano en el apartamento y todo el mundo tuteaba al abuelo.

Lo que sí que no le ha gustado nunca a Marina ha sido cómo se ha tratado a los forenses en la ficción. “Siempre ha sido una profesión muy mal entendida”. Aún le cuesta entender que después de las primeras temporadas de ‘CSI’ aumentaran las matrículas en carreras como criminología o medicina legal. “No he conocido a ningún escritor que haya retratado bien al forense; bueno, sí, a Susana Gisbert”.

El llamado ‘true crime’, tan de moda ahora, no le interesa y lo que ha visto, no le ha gustado. Siempre le pareció irreal y durante un tiempo mandaba a sus alumnos ver ‘Hospital Central’ para que hicieran un análisis de las “burradas” que aparecían en el último capítulo. “Y eran muchas”. Durante otra temporada colaboró como asesora en un programa de Canal 9 que dirigía Inés Ballester. Aunque nada le horrorizó tanto como el tratamiento que hicieron los medios de comunicación del crimen de las niñas de Alcàsser. “Es la cosa más nefasta que he visto en mi vida. El espectáculo que se montó me pareció algo espantoso. Se trató muy mal y afortunadamente me libré”.

El respeto por los alumnos

Esta brillante profesional también llegó a presidir el comité de bioética de la Comunitat Valenciana. “Estuve muchos años en el comité de bioética del Clínico y La Fe. Después, la consellera de Sanidad legisló para que hubiera un nuevo comité de bioética de la Comunitat Valenciana. Durante seis años lo he presidido y mi salida coincidió con el cambio de gobierno. La verdad es que no comparto la forma de entender la sanidad ahora. Me vino muy bien, me fui y me lo dejé”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Ahora vive más tranquila y lamenta no tener más ocupaciones y menos tiempo para añorar. A su marido, pero también a los alumnos a los que enseñó y trató con sumo respeto durante cuarenta años. La docencia siempre le pareció algo especial. “El primer día de curso, sin excepción, sufría lo que se conoce como la diarrea del miedo. Todos los años he tenido el estómago revuelto. Creo que el primer contacto es fundamental. He tenido una buena relación con ellos y luego me pedían que fuera la madrina de su promoción. Los he respetado mucho y lo han percibido”.

Todo eso ya es pasado. Es tiempo de seguir activa, de sentirse útil, pero también es tiempo de mirar atrás y recordar los momentos bonitos de la vida. Marina se encoge de hombros en el último momento y dice, casi en un susurro: “He escrito un libro, o varios, he tenido dos hijos maravillosos, he plantado algún árbol… He dirigido 40 tesis doctorales”. Y entonces se quita las gafas, se lleva las manos a los ojos y llora una vez más a su querido Carlos.

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