L’Horta Sud está llena de coches nuevos. Vehículos que brillan como luceros y otros menos rutilantes de segunda mano pero que también circulan por primera vez sobre el polvillo marrón que parece imposible de arrancar de la epidermis de todos estos pueblos vapuleados por la Dana. Ahora bajan por la avenida de la Rambleta, en Catarroja, sin tanta fuerza como el caudal que se desbordó del barranco aquel maldito 29 de octubre. La gente también va recuperando el paso en los municipios al sur de la gran ciudad y los comercios triturados por la tromba de agua también van despertándose poco a poco después de vaciarlos de barro y reconstruirlos por dentro. En Fallas, el 15 de marzo, casi cinco meses después de la Dana, fue el turno de Horchatería Paco, un clásico de este paisaje urbano.
Francisco March tiene cara de cansado. El negocio ya está abierto pero aún queda mucha burocracia por resolver. Además, sus vacaciones, después de seis meses a destajo, también se las llevó por delante la ‘barrancada'. Primero fueron cuatro meses y medio reconstruyendo el negocio de su vida, la de sus padres y sus abuelos, y ahora viene otro medio año sin descansar ni un día de servir horchata, ‘fartons’ y copas de helado. También gin tonics y chupitos, que las heladerías de los pueblos valen para todo, y ahora, con el tardeo, ganan más con la sobremesa que con la clientela que llega después de cenar para tomarse un granizado.

- Foto: MARGA FERRER
La dinastía familiar está llena de Pacos. Paco ‘l’orxater’. El primero fue su abuelo, que era albañil y le puso el hombre al negocio fundado en 1952, cuando, en realidad, debería haberse llamado Casa Amparo, pues fue Amparo, su abuela, la mujer de Paco, la que se arrancó con la horchata para llevar un jornal a casa. Una empresaria, una adelantada a su tiempo, que amplió la vía de negocio vendiendo su producto con un carrito que pasaba por todos los pueblos. “El carrito era el Instagram de entonces, la forma de enseñar lo que hacían por toda la ‘contornà’. Y mi abuela, que tenía una cabeza emprendedora, al principio regalaba la horchata, para que los clientes pudieran comprobar que estaba muy buena y quisieran repetir, pero esta vez pagando”.
La abuela, la fundadora
La horchatería arrancó en 1952, en plena posguerra. “España estaba hecha trizas y la gente aquí sobrevivía como podía. Catarroja tiene un alto porcentaje de hermanos de leche. La gente se buscaba la vida como podía. Mi abuelo iba al puerto, compraba especias y luego las vendía por las casas. Pero no le daba para vivir y se hizo albañil”. En aquella época había un hombre en el pueblo que repartía horchata por las calles. Amparo, la abuela de Paco, fue a él y le pidió que le enseñara a hacer la horchata. “Entonces se picaba la chufa a mano, se colaba con el azúcar, compraban el hielo y lo metían en unas heladeras de corcho… El caso es que mi abuela le echó mucho empeño y aquella fórmula para hacer la horchata es la misma que ahora. Sí, ahora tenemos máquinas muy adelantadas, pero mezclamos los productos (chufa, agua y azúcar) en las mismas proporciones que en 1952”.

- Foto: MARGA FERRER
Luego vino la distribución con los carritos por todos los pueblos. Cada día, como casi nadie tenía teléfono, quedaban en un sitio a una hora y el tío Carmelo iba en una Vespa y les llevaba horchata para reponer los carros. “Poco a poco la iba probando más gente y al final se hizo una onda expansiva. Mi abuela tenía una cabeza privilegiada para los negocios. Lo de los carros fue una gran idea y por eso nuestro logo ahora es un carrito”.
La chufa ya la compraban en Alboraia. Paco cree que solo allí, por la arena de la playa, adquiere las propiedades que tanto gustan a la gente. La horchatería se llamaba Casa Paco y estaba en la calle San Antonio de Catarroja. Era pequeña y no se movió de allí en medio siglo, hasta que el segundo Paco se quedó en 1990 una planta baja más amplia, haciendo esquina, en la Rambleta. El negocio lo heredó el padre de Paco, que tiene 82 años y aún se pasa por allí a diario para echarle un ojo.

- Foto: MARGA FERRER
Su hijo, Paco, es economista y analista financiero. Hizo carrera de joven en el mundo de las finanzas y durante seis años trabajó en el Banco de Valencia. Los tres hermanos acabaron quedándose en la heladería. Paco, Jorge y Santi se repartieron el negocio. Cada uno a lo suyo. Paco es el gerente de la empresa. Aunque luego llega la tarde y, a las cinco, se viste de camarero y empieza a atender las mesas. En verano abren a las 8.30 y cierran a las 22 horas. En verano estiran hasta más tarde. Muchas horas de trabajo. Solo de viernes a domingo despachan 600 litros de horchata.
De la banca, a la horchata
No fue fácil decantarse por la hostelería. Paco hizo carrera en la banca. Se licenció con muy buen expediente académico y a la semana siguiente de acabar, ya le estaban ofreciendo un empleo en la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM). Luego se fue al Banco de Valencia. “Entré en Alzira de soldado raso. Eso significa que tienes que hacer lo que nadie quiere hacer. Pero en poco tiempo ya me hicieron interventor, y al año ya era director de la oficina principal de Alzira. Ahí lo hice muy bien y me ascendieron a director de toda la Ribera. Y mientras, con el cambio de local, esto no paraba de crecer. Así que al final me lo tuve que dejar”. Paco renunció a un sueldo de 2.500 euros para meterse en la horchatería. “Yo no podía traicionar a la familia, pero además es que tenía mucha responsabilidad y no paraba de hacer kilómetros visitando oficinas y empresas. Me pagaban muy poco para lo que hacía, pero fue una experiencia muy buena”, dice antes de recordar que también ayudó al Ayuntamiento de Beniparrell, donde vivía, pues su madre es de allí, a modernizarse porque no tenían ni ordenadores.
Horchatería Paco ya estaba cerrada el 29 de octubre. Había acabado la temporada y los March empezaban a disfrutar del medio año de descanso. Paco había cogido la moto ese día para ir a València a hacerse una radiografía de una costilla que se había roto jugando al pádel. A las siete y media de la tarde iba a volver. “Muchos pueblos ya estaban inundados, pero, con el shock, nadie pensó en mí”. Paco llegó a la rotonda de los anzuelos y le escamó que apenas hubiera tráfico. Luego enfiló por la pista de Silla y en cuanto vio los coches parados, tiró hacia Sedaví. Al llegar al pueblo, los vecinos, desde los balcones, empezaron a pegarle gritos para que diera media vuelta porque venía el agua.

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Paco giró la moto y se fue hacia el centro comercial. No entendía muy bien de qué le preveía aquella gente. Allí estaba todo seco. A la media hora, el agua ya le llegaba por las rodillas. Entonces pegó la moto a la pared y, con la ayuda de otra persona, tiró abajo la cristalera de un concesionario de coches y subieron a la parte más alta. La gente salía de los comercios como podía y se refugiaba allí con ellos. “Nos metimos 200 personas allá arriba. Si no llegamos a romper eso, no sé qué hubiera pasado, pero no quiero pensarlo”.
Una reapertura emocionante
Paco pasó la noche en el concesionario. Como había cargado el teléfono por la tarde, pudo hacer varias llamadas y comprobar que su mujer y sus tres hijos estaban bien. “Pero no pude hablar con mis padres, que estaban en Beniparrell y allí también se salió el barranco. Por suerte, se pudieron subir a una andana y pasaron la noche allí”. Al día siguiente, a las siete de la mañana, Paco hizo varias llamadas más y decidió que se iba para adentro. “Vi a David, un Guardia Civil que es de Catarroja, y le dije que me iba para allá. Cogí un hierro para ver dónde pisaba y empecé a caminar. Solo veías que desastres y tristeza. La gente iba perdida, como en ‘Walking Dead’, con la cabeza gacha sin saber a dónde ir. Me di cuenta de la gravedad de la catástrofe. Llegué a casa y me encontré a mi hija sacando barro. Me sumé y me tiré dos días sin parar de sacar barro”.
Cuando Paco visitó la heladería se encontró una planta baja arrasada por el agua, el lodo y las cañas. No quedaba nada en pie. Ya no había persianas. La familia se volcó para ayudarles y, junto a los voluntarios, lograron vaciar el local. “No quedó nada. El agua llegó a los tres metros de altura. Esto se llama la Rambleta por algo. Y el agua tiene memoria y tiró por aquí con mucha fuerza”. Paco entendió que era el momento de aportar algo de calma y sangre fría. Lo primero que hizo fue decirle a sus hermanos que el seguro les iba a cubrir los daños. “Me acuerdo que les prometí que en Fallas estaríamos abiertos. Y mira, en Fallas hemos abierto”.

- Foto: MARGA FERRER
Cada hermano tiene su parcela. Paco, que es el experto en número, no toca una máquina. Jorge se encarga de la horchata y los granizados. Y Santiago es el especialista en los helados. Los tres, además, atienden al público. “Si hay que tomar una decisión importante, hablamos entre nosotros, pero si es algo menor, cada uno decide en lo suyo”. Lo mismo ocurre con los camareros. Cada uno tiene una función y nadie puede salirle del raíl. “De ahí también nuestro éxito. Nosotros somos conocidos desde La Torre hasta Picassent”.
La reapertura fue emocionante. Había mucho trabajo y muchas emociones acumuladas. Paco, que sabe la profundidad de su clientela, prefirió no anunciarla por las redes sociales. Quería un regreso paulatino. Poco a poco. No estaban preparados para soportar un aluvión de clientes desde el principio. Pero rápidamente se corrió la voz. Aún así decidieron posponer la terraza que montan afuera, en lo que llaman la carpa. Día a día van cogiendo la velocidad de crucero. Un cuñado les ayudó con el interiorismo de la horchatería, donde han combinado lo nuevo con las viejas fotografías en blanco y negro donde salen sus abuelos, sus tíos, sus padres, y hasta ellos de niños. Ahora falta por descubrir si alguno de los ocho nietos del segundo Paco se anima y se prepara para convertirse en la cuarta generación.
Paco se queda pensativo. Está cansado y feliz. Recuperar la horchatería ha supuesto un esfuerzo titánico, pero ver volver a los clientes de toda la vida, una satisfacción. “¿Sabes qué? Yo pienso que la gente necesitaba esto, la gente necesitaba un sitio de confianza para volver a reunirse y contarse las penas. Y nosotros somos ese sitio”. En unas semanas volverán a montar más de cincuenta mesas un domingo. Para entonces tienen que estar todos en forma para soportar el ritmo del verano. Y necesitan sincronizarse para funcionar como un reloj. Buena horchata, precios sensatos y un servicio diligente. Es lo que la gente espera de Horchatería Paco porque así ha sido desde 1952.