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HEDONISMOS 2021

Y aún así alzo mi copa hacia el cielo

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Antes de empezar debo hacerte una confesión para dejar las cosas claras: me gano la vida con la publicidad. Somos esa especie rara que siempre está buscando incrementar la demanda en el mercado, que se rebana los sesos intentando analizar los porqué de los cambios en las preferencias de los consumidores, los motivos del éxito de nuevos productos y servicios que quizá de entrada no logramos explicar.

Por si no lo sabías te lo adelanto: la publicidad es una de las primeras cosas en las que se recorta presupuesto en las empresas cuando vienen mal dadas. Y, si como en mi caso trabajas en una hotelera, peor me lo pones. Por eso me toca escribir estas líneas desde la trinchera más absoluta, la que nos ha obligado a cerrar establecimientos, a eliminar abrazos, escenas, besos, caricias, risas, momentos, alegrías, descansos, encuentros. Qué es si no un hotel.

A menudo los publicitarios asaltamos al primero que nos quiera escuchar con cualquier tendencia nueva que “lo va a cambiar todo” y ante la cual, siempre bajo nuestro punto de vista, el negocio de nuestro cliente puede que no sobreviva. KO. Fin. Caducidad. Tenemos tendencia a hacerlo a menudo, ya que vivimos del arte de crear deseos. Y qué mejor necesidad que nosotros mismos.

Por eso quiero en cierta manera saltarme nuestro dogma de profesión y decir que creo no es momento de volverse loco haciendo cambios en la oferta existente. Al menos por ahora. Vivimos en una constante tormenta de ruido, de previsiones macroeconómicas, de hipótesis y de estimaciones negativas (a menudo conservadoras) que no son el mejor entorno para pensar con claridad. Por eso necesitamos el silencio más que nunca.

Tranquilidad y sosiego para reflexionar sobre los básicos del negocio. Para entender quiénes son nuestros principales clientes y cuáles son sus necesidades. Esos que, vacunados o no, volverán con las mismas ganas de viajar, de comer y de beber bien que tenían antes. Y, en el caso de que no sean las mismas, probablemente sean mayores que antes del 2020.

Una de las cosas más importantes de la vida es tener referentes, gente a la que admirar y a la que acudir como a un oráculo cuando fuera hay tormenta. En el caso de mi negociado ese profeta es Ian Schrager: el tipo que montó Studio 54, pasó 15 meses en la cárcel, al salir abrió Palladium, más tarde creó el concepto de hotel boutique con el Morgans y hoy en día sigue dando forma a maravillosos lugares como el Public en Nueva York o los Edition, mano a mano con Marriott.

A lo que voy: tengo guardadas bastantes entrevistas de Schrager desde hace años, las conservo como material de consulta cuando a mi alrededor hay dudas. Él, que ha vivido un poco más, no tiene ni el más mínimo reparo: "Las cosas van a cambiar un poco debido a la nueva tecnología. Tenemos que responder a eso. Pero no es el final de los viajes en grupo y de negocios y no creo que tenga ningún efecto en los viajes de placer”. Amén.

Es arriesgado decir esto en mitad del silbido de las balas, lo sé. Pero es más necesario que nunca mantener la calma y la fe en los principios que nos han llevado hasta aquí. Ser, en cierta manera, como aquel primer ministro británico que en mitad de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial nunca perdonaba su siesta en la habitación de su búnker en Westminster para poder pensar con claridad y poder llamar a la gente a luchar en las playas. No miento: todavía sigue la indicación en la que se ruega silencio a la entrada de su dormitorio bajo suelo. Si todavía no lo has visitado, anótalo como prioridad en la lista de próximos viajes cuando se nos empiece a pasar el susto. Además, al salir puedes acercarte al bar “Punch Room” del hotel Edition en Fitzrovia y comprobar todo lo que te digo sobre el bueno de Ian Schrager. Me lo agradecerás.

Hay una cierta belleza en la resistencia, en esa persona que lleva al cuello una peseta de la República y que se la acaricia en el cine mientras se emite el NO-DO. Existen unas ganas, todavía si cabe más grandes, de vivir bien. Como de respuesta, de autoafirmación, para en caso de hacerlo, morir con las botas puestas. Con esa sonrisa con la que mi madre afirma que tal o cual conocida ha mantenido su vino diario y sus ganas de vivir hasta el último día.

Quiero ir terminando este artículo con otra confesión: he aprendido mucho acerca de la perspectiva en 2020. De cómo el tiempo da otro punto de vista totalmente distinto a sucesos que nos parecen clarividentes hoy en día y que no lo fueron así en el pasado cuando a la sociedad de aquel momento le tocó vivirlos.

Es muy difícil poder tener algo de mirada larga en este mundo que ya antes de la pandemia destacaba por su estrechez de miras, por su cortoplacismo. Todo esto no ha hecho más que acelerar movimientos sísmicos que ya estaban presentes, como el cambio y las opciones que internet ha ido trayendo a nuestras vidas.

En este 2020 que acaba, defender la tranquilidad, el silencio y la paz necesarias para poder sostenernos, resistir y mantener las fuerzas para salir a atacar cuando todo esto pase se hace algo prácticamente imprescindible. Mientras, a la manera de

Churchill, seguiremos adaptando a este entorno particular nuestras costumbres, esas mismas que existían y se mantendrán con el tiempo. Porque, tal y como cantaba el bueno de Nachín Vegas, “fracasé una vez, fracasé diez mil y aún así alzo mi copa hacia el cielo”.

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