De ser un partido hegemónico, que hacía y deshacía hasta en el último rincón de España, el PSOE va camino de ser una fuerza irrelevante en política. Seguir militando en esta organización rota es un mal negocio. Me cuesta confesarlo, pero he decidido darme de baja. Ya pensaré si me afilio al PP de Feijóo o a Podemos
Hoy les hablaré de mi larga vida como militante del PSOE. No se espanten, por favor. Sigan leyendo.
Créanme si les digo que estuve en el congreso de Suresnes en 1974. Ya ha llovido desde entonces. En teoría fui como delegado de la facción de Nicolás Redondo, pero en realidad era un topo de los servicios secretos del franquismo. A estas alturas no descubro nada si recuerdo que una parte de los franquistas —su rama reformista y pragmática— se preparaban para el día después de la muerte del general. Sabían que las cosas cambiarían, al menos en las apariencias. Veían como ineludible que hubiera dos grandes partidos, uno de derechas y otro de izquierdas, a semejanza de las democracias occidentales. Su opción era el PSOE para representar a esa izquierda, pero no el PSOE de la República, de Rodolfo Llopis, sino otro sin las hipotecas del pasado, un PSOE renovado que frenase el peligro de los comunistas.
Nicolás, mi candidato inicial, renunció al final al liderazgo, y elegimos a Isidoro (Felipe González) como secretario general de ese nuevo PSOE. Con el tiempo la relación entre ambos se estropearía hasta el punto de que Nicolás, cuando se refería al sevillano, le llamaba El Moro. El franquismo protegió a Felipe —que nunca fue detenido— y al clan de la tortilla. Eran el embrión de una izquierda mimada y domesticada por el poder que no tardaría en renunciar al marxismo. En aquellos años nos financiaba la socialdemocracia alemana de Willy Brandt, o al menos eso se decía. Yo creo que hasta la CIA maniobró .
El camino a la Moncloa fue corto: apenas siete años desde el fin de la dictadura. Aún me acuerdo de aquellos diez millones de votos y 202 diputados que obtuvimos en 1982. Si los comparo con nuestro apoyo actual me deprimo enormemente. Fui uno de los militantes que vitoreó a Felipe y Alfonso cuando salieron a saludar desde una habitación del hotel Palace. Nos las prometíamos muy felices, la verdad. España iba a cambiar tanto que no la iba a reconocer ni la madre que la parió, como así fue.
"Nada es comparable al error de haber elegido a un secretario general con un aire a George Clooney, pero con un discurso parecido al de Chiquito de la Calzada"
Entonces, nadie pudo presagiar que estaríamos casi catorce años en el poder gracias al carisma del presidente más malvado y brillante de esta democracia. Nos dio tiempo para engordar, echar canas, cambiar de mujer, vivienda y coche, corrompernos en mayor o menor medida, emprender, en suma, ese lento declive físico y moral que llamamos madurez. Pese a todo, estoy orgulloso de aquellos años. España se sacudió la caspa y se modernizó gracias al dinero de los alemanes y los franceses. Llevamos la educación y la sanidad a los pobres. Era también fácil dar un pelotazo y enriquecerse. Es verdad que sucedió aquello de los GAL, que los quisquillosos siempre han visto con malos ojos. También tuvimos problemillas con el hermano de Alfonso, Luis Roldán y aquel contable chileno que desveló lo de Filesa. Pero ¿en qué familia no hay un bala perdida, una oveja negra? En el PSOE también: no somos extraterrestres.
Al final morimos de éxito.
Llegó la derecha liderada por un Charlot del barrio de Salamanca, lo que nos obligó a estar unos años lejos del poder. En la oposición me gané la vida como asesor de un concejal de Cultura —siempre se me han dado bien las listas negras—. No se puede decir que el trabajo me agotara; al contrario, disponía de mucho tiempo libre y estaba bien pagado. Casi vivía como un marajá, no como ahora, con esta dichosa crisis.
Unos barbudos volaron unos trenes y nuestro líder de entonces, un diputado leonés de mirada circunfleja, fue elegido presidente sin esperarlo. En la Moncloa se impuso el discurso del bueno rollo, el tuteo, la paridad, el todo el mundo es bueno, algo que a mí me sacaba de quicio porque me parecía ingenuo e infantil. España siguió creciendo sobre una inmensa caldera que acabó estallando, para desgracia de muchos de los que nos votaron. El pobre Zapatero se comió todo su izquierdismo haciendo todo lo contrario de lo que había prometido. La historia es conocida. Desde entonces no levantamos cabeza.
Pero nada es comparable al error que cometimos al elegir secretario general a un diputado con un aire a George Clooney pero con un discurso parecido al de Chiquito de la Calzada. El tal Pedro Sánchez ha sido un campeón en derrotas electorales. ¡Y aún quería ser presidente del Gobierno, el incauto! Hoy ya pertenece a la letra menuda de la historia. Con él o sin él, nos vamos al precipicio. Después del bochornoso comité federal del sábado somos un barco a la deriva, sin un patrón que lo enderece.
¡Ay, PSOE de mi vida y de mi corazón! ¡Quién te ha visto y quién te ve! De ser un partido hegemónico, que hacía y deshacía hasta en el último rincón de España, vas camino de convertirte en una fuerza irrelevante. Seguir militando en esta organización rota es un mal negocio. Me cuesta confesarlo, pero he decidido darme de baja. Ya pensaré si me afilio al PP de Feijóo o a Podemos. Pero, como no tengo un pelo de tonto, quiero sacarle provecho a mi larga trayectoria en el PSOE. Soy un pata negra. Dije que estuve en Suresnes; viví el triunfo de 1982 en primera persona y recogí firmas para Rubalcaba. No soy un militante cualquiera. Por eso he puesto mi carné a la venta.
Para quien esté interesado en adquirirlo, le comunico que me puede encontrar los sábados en el mercadillo de Sedaví, junto al puesto de la familia Heredia, la misma que vende tres bragas a un euro. Si ven a un hombre vestido con sencillez y pulcritud, sentado en una silla de playa y apoyando sus brazos en una mesa portátil como la de los vendedores de la ONCE, ese soy yo. El precio del carné es a convenir. Y de regalo puede llevarse un póster firmado por Carme Chacón cuando era ministra de Defensa. Lo que se dice un auténtico chollo.