VALÈNCIA. La fiebre por la televisión seriada nos lleva a estos extremos: Hablar de un nuevo proyecto cuando solo se ha emitido un capítulo. La rapidez, dicen, cuenta. Y parece que un artículo escrito al final de una temporada (el criterio que impone la lógica) significa llegar tarde. Hablamos de las series con el mismo entusiasmo efímero con que se estrenan y desaparecen, lo que demuestra que muy pocas están destinadas a permanecer, pero nos sirven para emborronar papel de periódico y pantallas de ordenador, que es de lo que se trata. Hay gente que se siente angustiosamente estresada porque no está al corriente de las novedades catódicas. Otra que sí lo está, pero lleva meses sin pisar una sala de cine (ya saben, ese arte en decadencia). Y, en fin, adictos obsesionados que pueden pasarse una noche en vela porque parece cuestión de vida o muerte ver ocho capítulos seguidos de algún serial del que nadie hablará el mes que viene, pero que hoy es trending topic en todas las redes sociales y obliga a mantenerse al día cueste lo que cueste.
Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Este mes, hasta la circunspecta revista Caimán Cuadernos de Cine cae en la tentación. Carta blanca, por tanto, para hablar de The Deuce, la esperada nueva serie de David Simon. Así que tonto el último. El acontecimiento, admitámoslo, bien lo merece. Incluso aunque esta última frase contradiga todo lo que llevamos escrito hasta el momento. El caso es que resulta difícil resistirse cuando se trata del regreso de uno de los creadores totémicos de la televisión de los últimos años, un hombre que contribuyó de manera decisiva a apuntalar el prestigio del canal HBO y que es el responsable principal de la que, a fecha de hoy, sigue siendo la mejor ficción por capítulos que se ha visto nunca en la pequeña pantalla. Sí, hablamos de The Wire. Esta vez, Simon se traslada al Nueva York de principios de los años setenta (la acción arranca en 1971), sacando el máximo partido a la estética retro (textura de imagen, decorados, vestuario, música) para recorrer lugares de Manhattan como Times Square, Broadway y la calle 42 en busca de proxenetas, prostitutas y buscavidas de toda clase y condición. En el horizonte, las obras de construcción de las Torres Gemelas (que se inaugurarían en 1973), elevándose majestuosas hacia el cielo. A ras de suelo, sexo rápido y barato, violencia y drogas.
Los orígenes del porno
A finales de los años sesenta, el cine estadounidense sufrió una transformación radical. El agonizante sistema de grandes estudios daba sus últimas bocanadas, y películas independientes de gran éxito como Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) demostraron que el público demandaba contenidos acordes con su tiempo y que los modos de producción clásicos habían quedado obsoletos. Estaba naciendo el llamado Nuevo Hollywood. Lo cuenta con detalle Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes, un magnífico ensayo que, sin embargo, se olvida de mencionar, ni siquiera de pasada, la vital importancia que tuvieron en el cambio de paradigma dos géneros que en ese mismo momento también cosecharon éxitos económicos desorbitados al margen de la gran industria. Por un lado, el cine de terror, que mediante títulos como La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968) ponía de manifiesto la posibilidad de obtener grandes beneficios a partir de presupuestos muy reducidos y desde la periferia (Pittsburgh). Por otro, el porno, que accedería a las salas de estreno con cierta normalidad y convertiría Garganta profunda (Deep Throat, Gerard Damiano, 1972) en un auténtico fenómeno de masas.
David Simon inicia la historia de The Deuce aproximadamente un año antes de su estreno. Una época de cambios en Estados Unidos, donde la contracultura, los últimos coletazos del hippismo, la popularización del consumo de drogas y el auge de los movimientos feminista y gay contribuyeron a un clima de liberación sexual que el cine pornográfico “aprovechó para salir de la clandestinidad, desafiar abiertamente a la censura y presentarse como una consecuencia natural de la evolución de las costumbres sociales”, en palabras del valenciano Casto Escópico, máximo especialista en el tema en nuestro país y autor de Solo para adultos. Historia del cine X (La Máscara, 1996). Es bien sabido que el porno existía desde los albores del cine, pero la publicación del Presidential Report of the Commission on Obscenity and Pornography (1970), que recomendaba eliminar la persecución federal de la pornografía, abrió la puerta a la normalización del género. Hasta entonces, la industria del cine para adultos se limitaba a los stag films, cortometrajes clandestinos rodados en Súper 8 por directores amateurs generalmente relacionados con la prostitución y los shows eróticos en vivo, dos de las actividades habituales en el entorno donde se sitúan la acción y los personajes de la serie.
Cineastas accidentales que habían cogido una cámara para rodar cortos softcore dieron el paso al hardcore, que empezó a configurar su propio star system subterráneo, alimentado por nombres como los de Radley Metzger, David F. Friedman (que venía del cine gore y de explotación) o, poco después, el ya citado Gerard Damiano. En aquellos años, el porno estaba directamente relacionado con el cine underground. “El sexo constituía una sugestiva forma de transgresión de los cánones convencionales de Hollywood. La intención no era excitar, sino provocar”, asegura Escópico, que recoge unas declaraciones de Vicente Ponce aparecidas en la revista Contracampo en 1984. “La diáspora del movimiento underground americano al término de los sesenta llevó a los brazos del porno a no pocos de sus ‘cuadros’. El circuito de producción / distribución / exhibición que rodeaba el New American Cinema alimentó a Jonas y Adolfas Mekas, Stan Brackhage, Andy Warhol, Bruce Conner, Shirley Clarke o Ron Rice, pero las facilidades para rodar y proyectar dentro de su anillo crearon un pequeño ejército de advenedizos cuya ‘marca under’ fue el porno duro. Jim y Artie Mitchell o Gerard Damiano, con las tradiciones autorales del underground intactas, entraron por esa grieta”.
En el capítulo piloto de The Deuce, de ochenta minutos de duración, nadie filma nada todavía. Fiel a su manera de hacer las cosas, David Simon lo utiliza como vehículo para presentar minuciosamente a los personajes. Frank y Vincent Martino son una pareja de hermanos de origen italiano (ambos interpretados por James Franco) que tratan de sobrevivir en las duras calles de Nueva York. El primero, jugando y apostando, lo que le acarrea problemas a causa de las deudas; el segundo, trabajando a destajo en bares donde es fácil entrar en contacto con el submundo de la zona, integrado por un buen número de macarras y prostitutas. Una de ellas es Candy (Maggie Gyllenhaal), que trabaja por libre y recoge dinero para mantener a su hijo, que vive con su madre. Las relaciones entre putas y proxenetas, y de estos con la policía, centran la atención en una entrega de ritmo pausado (Simon nunca ha tenido prisa), que establece las coordenadas de la serie. Otra es Lori, que ha llegado de Minnesota sabiendo bien cómo quiere ganarse la vida, y convencida de que necesita un chulo, porque de otro modo “se vuelve perezosa”. La marca de fábrica del productor es tan reconocible que no sería necesario que su nombre apareciera en los créditos. The Deuce habla de prostitución, y lo hará también de pornografía, pero sobre todo expone relaciones económicas y de poder. El sexo como negocio, antes que como placer. Y los agentes de policía ya juegan un papel importante en este primer capítulo, en el que también se puede ver de manera constante dinero cambiando de manos.
La ambientación es otro de los platos fuertes de la serie. En las marquesinas de la calle 42, los cines proyectan El conformista (Il conformista, Bernardo Bertolucci, 1970), Mondo Trasho (John Waters, 1969), El último hombre… vivo (The Omega Man, Boris Sagal, 1971), MASH (Robert Altman, 1970) o El pájaro de las plumas de cristal (L’uccello dalle piume di cristallo, Dario Argento, 1970), pero pronto ocuparán su lugar Garganta profunda, Tras la puerta verde (Behind the Green Door, Jim y Artie Mitchell, 1972) o El diablo en la señorita Jones (The Devil in Miss Jones, Gerard Damiano, 1973). Actores de Hollywood como Warren Beatty o Jack Nicholson se fotografiarán a la entrada de las salas y nacerá el porno chic, los buscavidas que hicieron las películas alcanzarán categoría de artistas y las chicas de la calle se transformarán en estrellas. ¿El sueño americano? Tal vez. Pero todo ascenso conlleva la posibilidad de una caída. Los siete episodios que restan de la primera temporada dictarán sentencia.
Un equipo de lujo
La expectación que ha despertado The Deuce es lógica, teniendo en cuenta que llega de la mano de David Simon. No solo por ser el cerebro de The Wire, sino también de otras series sobresalientes, como la a menudo olvidada Generation Kill (2008) y Treme (2010-2013), que, conviene recordarlo, quedó inconclusa, ya que no logró obtener los resultados de audiencia que HBO exigía para continuar. La calidad no es garantía de nada. Incluso The Wire corrió el riesgo de ser cancelada tras su tercera temporada, pero la presión de los medios logró que llegara hasta la quinta. En este caso, es posible que la implicación como productores de Franco y Gyllenhaal, los dos actores protagonistas, contribuya a la estabilidad de un proyecto en el que Simon se ha rodeado de algunos de sus colaboradores más fieles y cercanos.
Es el caso de los autores de novela negra George Pelecanos y Richard Price. Ambos son también productores ejecutivos de la serie, pero su verdadera contribución hay que buscarla en el desarrollo de la historia. Como en The Wire, el equipo de guionistas comparte varias sesiones de trabajo previas en las que se perfila la temporada completa, con las líneas básicas de cada episodio, y posteriormente se reparte el trabajo para proceder a la escritura. Chris Yakaitis (que ya trabajó en The Wire y Treme) es el redactor de guardia, pero el propio Price firma uno de los capítulos, y otro lleva la rúbrica de Megan Abbott, elogiada por James Ellroy o el propio Pelecanos, y con libro traducido al castellano: Reina del crimen. Es una de las muchas mujeres (dato de gran relevancia, especialmente en el presente caso) involucradas a nivel creativo en la serie.
Con los directores sucede lo mismo. Simon cede la realización de dos episodios a James Franco, a quien es habitual ver detrás de la cámara desde 2005, y escoge a profesionales de la televisión como Michelle MacLaren (The Walking Dead, Breaking Bad, Juego de Tronos), Ernest R. Dickerson (The Wire, Dexter, Treme) o Roxann Dawson (Star Trek, House of Cards) para que lleven a buen puerto el resto de capítulos. Y si el creador de la serie ha sido cuidadoso con los detalles, su socio principal, George Pelecanos, no se queda atrás. Cuando editó su libro Revolución en las calles, lo acompañó de un CD que servía para hacerse una idea de lo que escuchaban los personajes: deep soul, material de los sellos Stax y Volt y soul de Chicago.
A la hora de escoger la banda sonora de The Deuce, ha ido en la misma dirección: “Era una excelente oportunidad para rescatar música con la que habíamos crecido y que encajaba con los protagonistas”, ha comentado el escritor en Billboard. Dicho y hecho. Solo en el primer capítulo, se puede escuchar a Rufus Thomas, James Brown, Curtis Mayfield, Marvin Gaye y Al Green, entre otros. También alguna ráfaga de salsa (recordemos que el sello Fania tenía su sede en Nueva York) y temas de Johnny ‘Guitar’ Watson, The Guess Who, Jackie DeShannon, Soul Swingers o Pentatonix. Un auténtico festín.
Esta vez, la incipiente industria del sexo es el territorio que Simon y sus colaboradores han escogido para explorar las relaciones entre un grupo humano determinado. Esperen abundancia de cuerpos desnudos (masculinos y femeninos) y música fabulosa, pero también un afilado bisturí que diseccione cómo opera la lógica capitalista en un microcosmos específico. The Deuce (el título hace referencia a un tramo concreto de la calle 42) apuesta por los personajes complejos para hablar sobre explotación y recrear la construcción del Nueva York de los setenta.
El periodista Todd van Der Werff (Vox Magazine), que ha podido ver la temporada completa, asegura que se trata de la mejor serie de este otoño. También más accesible que Simon haya realizado hasta ahora. Probablemente porque, a diferencia de anteriores trabajos como The Wire y Treme, no se centra en una ciudad al completo (Baltimore y Nueva Orleans), sino en un vecindario muy concreto (metáfora de otros tantos), lo que permite acotar con mayor precisión, si es que eso es posible en su caso. El domingo 17 se emite el segundo capítulo. Permanezcan en sintonía.