VALÈNCIA. La colección de los nuevos Episodios Nacionales de la editorial Lengua de Trapo, que buscan narrar acontecimientos de la España contemporánea a través de nuevas voces literarias, hace parada en Barcelona, en las semanas previas al atentado de Las Ramblas. Es ahí donde Vicente Monroy lleva a Pablo, un joven cuyas aspiraciones artísticas tocan fondo que se refugia en verano en la casa familiar. Los Alpes marítimos es un relato atravesado por la clase, por la familia, por el paso del tiempo, por la ciudad, por la mercadotecnia del arte... Por casi todo excepto los propios atentados.
- Empecemos primero por el encargo. Contextualizar la historia en la Barcelona inmediatamente anterior al atentado de La Rambla. Descentrar la historia del hecho, ¿lo tomas como una manera de esquivar dicho encargo, como una elipsis que acaba funcionando como una herramienta narrativa (tal y propone Javier Montes), o como una forma de hacer ver que en ciertos círculos de la sociedad ni siquiera eso produce un shock?
- No me interesaba tanto hablar del atentado de la Rambla como de su percepción. Era también una cuestión de honestidad: yo viví aquel 17 de agosto a través de las redes sociales y la televisión. Me parecía un punto de vista interesante para explorar: cómo el evento histórico se introduce en nuestras vidas como espectadores. Hubiera podido contar la tragedia desde dentro, pero es hubiera sido un lugar común. Los lugares comunes son la peor desgracia de la novela histórica, y de la literatura contemporánea en general.
- Hablando de lugares comunes: uno muy extendido en la literatura es el de hablar de las ciudades como "un personaje". ¿Qué es Barcelona en la novela?
- ¡Qué lugar común tan espantoso el de la ciudad como personaje! ¡Qué horror! Soy arquitecto de formación, sé mirar las ciudades y me manejo bien jugando con el espacio. En Los Alpes marítimos me esforcé por tensar las dimensiones de Barcelona, los personajes se mueven de un lado a otro por lugares descritos a vuelapluma, llenos de superposiciones y contrastes. Quería que fuera una novela impresionista, hecha a base de manchas. Aunque todos los lugares de Barcelona que aparecen son reales y están documentados, no me interesaba describir Barcelona, como tampoco me interesaba describir a los personajes (otro lugar común de malos escritores). Recuerdo que en una carta a Louise Colet, Flaubert se maravillaba de lo bien que se "veían" los caminos polvorientos de Castilla en El Quijote, a pesar de que Cervantes no los describía en ningún momento del libro. Es el ideal al que aspiro: alcanzar el máximo de expresión usando el mínimo de descripción. Es sobre todo una cuestión de respeto al lector, que tiene derecho a imaginar. Un libro debe ser un vehículo para la imaginación. La literatura contemporánea se empeña en anular nuestra capacidad de imaginar.
- "¿Es que no sabían divertirse sin hacer daño a los demás?", se pregunta el protagonista y narrador. ¿Cuál es su acercamiento a la burguesía? ¿Es este un relato visto desde la conciencia la clase?
- Los Alpes marítimos es una novela de ricos y pobres, que es un género típicamente decimonónico, hoy en declive. Me interesaba adscribirme a este género en contraste con otros elementos genuinamente contemporáneos de la narración. Mi objetivo era mostrar cómo el deseo de vivir del arte está profundamente condicionado por una cuestión de clase. Soñar tiene un precio altísimo en nuestro mundo, y Pablo, el protagonista de Los Alpes marítimos, descubre que no lo puede pagar.
- Relacionado con esa pregunta, pero interpelándote a ti como narrador: ¿cómo has querido representar a esa clase altísima: aprovechando tu atril para ridiculizar ciertas actitudes o desde una mirada "humanista" que deseche la visceralidad que nos provoca esa vida privilegiada?
- Tal y como está el patio me temo que estoy un poco más cerca de ser de clase alta que baja... Mis padres son funcionarios, así que tengo la suerte de haber crecido en una familia con estabilidad económica y medios suficientes para pagarnos a mí y a mis hermanos estudios superiores, sin perder nunca de vista que tengo que ganarme la vida. Mis padres me han querido y me han enseñado a querer. ¿Perteneceré a esa fantasía sedante que llaman «clase media»? Qué miedo. Sea como sea, me he salvado por los pelos, y a mis treinta y dos años puedo presumir de vivir del arte, aunque sea haciendo malabares con mis economías y robándole horas al sueño. Así que la experiencia de Pablo, el protagonista de Los Alpes marítimos, no es la mía. Pero me estoy yendo por las ramas. Sí: odio profundamente a los ricos y nos los perdono. Mi humanismo termina donde empieza cualquier manifestación del poder y la ambición. Y ¡mira que soy humanista!
- Lo meta-artístico en la novela recorre desde citas a Arte y Anarquía hasta reflexiones superficiales de personajes (o directamente caricaturas del coleccionista burgués). ¿También hay una narración de clase en ello?
- Si hablamos de arte hablamos de medios materiales. Todo artista es un trabajador de la materia. También el escritor trabaja con la materia. Y si hablamos de medios materiales, inevitablemente hablamos de clase, de propiedad, de dinero… Ninguna visión del arte que no contemple estos factores puede estar completa.
- "Qué haces aquí sin escafandra", pregunta el astronauta en sueños a Pablo. El relato atraviesa la clase pero también el relato generacional. ¿Qué factor influye más en esa sensación de desamparo con el que llega Pablo a Barcelona?
- Los Alpes marítimos es sobre todo un relato generacional —o su esbozo, no quiero ser pretencioso—. En ese sentido, la sensación de desamparo de Pablo es un poco la mía, y me atrevo a creer que también la tuya y la de todos los lectores. Es el tema universal que necesita toda novela para atar todos los demás: el miedo a la edad adulta. Así que se trata de un factor humano. Como escritor, aspiro a lo humano mucho antes que a lo literario.
- La relación con Darío empieza desde la nostalgia (algo que refleja el mismo título del libro) y acaba con la reflexión "No hay lugar más inhabitable que aquel donde se ha sido feliz". ¿Es su historia la de la imposibilidad de placar el paso del tiempo?
- Sin duda. El tiempo es una dimensión horrible, que nos humilla y nos niega el derecho de réplica. Ya he dicho que como arquitecto me siento cómodo trabajando con el espacio, que es una dimensión positiva, hermosa, que se deja modelar con placer. Pero en Los Alpes marítimos, los espacios donde viven ricos y pobres están muy contrastados. Hay una distancia insuperable que los separa. El espacio se convierte en una traba para la comunicación y la solidaridad. Sin embargo, el sufrimiento por el paso del tiempo de los personajes, que se dan cuenta de que empiezan a hacerse mayores, los hermana con independencia de su clase. El mundo está organizado de una manera tan despiadada, que lo más solidario que existe es algo tan despiadado como el paso del tiempo.
- La trama familiar va pasando de un primer plano a una subtrama, de ser un espacio hostil a ser una bocanada de aire. Me gustaría que desarrollaras cómo te has planteado este aspecto de la vida de Pablo.
- La familia tiene, sobre todo en un momento dado de la novela, un carácter esperanzador, casi utópico como manifestación del amor frente a una realidad trágica y dramática. Es el verdadero motivo de la novela, la escena que tuve clara desde el primer momento de la escritura. En cambio el arte sigue el camino contrario, y se vuelve cada vez más inaccesible, más imposible a medida que avanza la narración. Supongo que sigo creyendo que el amor de una madre es mucho más importante que el amor por el arte.
- Con Los Alpes Marítimos, ya has publicado un ensayo, un poemario y una novela. ¿Cómo llevas, desde diferentes distancias, la relación con cada uno de estos formatos?
- Mi trabajo es buscar la verdad. Con el ensayo busco la verdad con ayuda del lenguaje. Con la novela busco la verdad a través del lenguaje. Con la poesía busco la verdad en el lenguaje. Pero lo más bonito es confundir las tres búsquedas.