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tribuna libre / OPINIÓN

Vicente Sanz y las pinturas rupestres

3/11/2015 - 

VALENCIA. Hace unos días leíamos en una página científica que acababa de publicarse una investigación en Estados Unidos sobrepinturas rupestres. Al parecer, gracias a la antropometría se había estimado que algunas de las obras pictóricas más conocidas e importantes de la Península Ibérica, fueron realizadas en parte por mujeres. No obstante, ante tal afirmación, la comunidad científica aún no se postula y, por el contrario, debate sobre si se puede afirmar tajantemente que las mujeres fueran las que, mayoritariamente, realizaran esta labor artística. 

La comunidad científica está preocupada, evidentemente, porque ante evidencias materiales como el tamaño de las manos plasmadas en pinturas rupestres, la sociedad puede llegar a pensar que las mujeres prehistóricas fueron las más antiguas artistas del género humano, y no el hombre. Es curioso como en el imaginario colectivo hemos asumido, sin apenas constataciones empíricas, que los hombres han sido los hacedores de las acciones más virtuosas del proceso evolutivo.

Sólo tenéis que hacer la prueba de buscar en Google -o en vuestra mente- imágenes que representen la "evolución del hombre" -es decir, ser humano- para que os deis cuenta de cómo el género masculino ha sido utilizado universalmente para representar al ser humano y cómo, de la misma forma, hemos dado por sentado que los hombres en la Prehistoria eran los que cazaban, hacían fuego y, por supuesto, decoraban las cuevas con obras consideradas Patrimonio de la Humanidad.

Ahora, sin embargo, por fin existen evidencias científicas de que hubo mujeres que participaron de esa creación artística y, de repente, la comunidad científica se preocupa de demostrar si es así, no vaya a ser que desmontemos en el imaginario colectivo la creencia de que sólo los hombres pintaban en abrigos y cuevas. A pesar de que esto último se haya basado siempre más en la creencia de quien lo explica, que en evidencias empíricas. 

Nuestra sociedad se basa en este tipo de estructuras de pensamiento. Y son elementos tan arraigados en nuestra forma de concebir el mundo que ejercen verdadera violencia simbólica sobre nosotras. Hemos sido educadas en un marco de creencias que nos considera secundarias, acompañantes, cuidadoras y nunca protagonistas: "Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer", ya sabéis. Todo ello ha ido indisolublemente unido a la consideración de objeto o mercancía a la que se nos ha relegado a lo largo de la Historia. Putas, monjas, brujas o consortes son los roles de la mayoría de mujeres -no son muchas- que han pasado a la Historia. 

RTVV ha sido un ejemplo de las nefastas consecuencias de esta estructura de pensamiento machista. En la Radio Televisión Valenciana, un hombre -por no llamarle señor- que se había metido en la política "para forrarse", según sus propias palabras, creía que era cierto que las mujeres somos un mero producto con características físicas virtuosas. Las mujeres, según Vicente Sanz, debemos ser valoradas únicamente por nuestro físico y estar supeditadas a sus deseos, incluyendo el derecho de pernada. Sólo tres mujeres fueron capaces de denunciar la violencia ejercida sobre ellas a través de una relación de poder que utilizó para calmar sus ansias sexuales. Para este hombre pedir a sus subordinadas que le recogieran el semen y les hiciera "una chupadeta" -según informaciones publicadas por diversos medios a partir del auto judicial- es legítimo. 

"Vicente Sanz llegó a RTVV para esconder los trapos sucios"

Odiado por la mitad del PP, temido por todos, el delincuente (ahora ya sí) Vicente Sanz llegó a RTVV para esconder los trapos sucios de un partido pillado con las manos en la masa en el caso Naseiro. “Tranquilo, -debieron decirle- debes dejar la presidencia provincial del PP pero te vamos a regalar algo mejor” y así fue cómo Sanz, que había aprobado las oposiciones de 1989 del ente como técnico laboral, llegó a RTVV en 1995 erigido en mandamás para cortar el bacalao del presupuesto.

Así fue como en 1996 encarga la confección de listas negras de trabajadores no afectos. Así fue cómo, junto a su amigo del alma Eduardo Zaplana modificó la ley para que la Radio y Televisión pública Valenciana pudiera endeudarse sin límite (1998) tras haber intentado privatizarla sin éxito. Así fue como prometió duplicar la plantilla y vaya que lo consiguió: “¿Cuántos sois, ochocientos? Pues yo pondré ochocientos más” dijo en público. 

Vicente Sanz tardó sólo 4 años en urdir su estructura de poder y enriquecimiento personal con el control absoluto de cada rincón de la empresa. A partir de ahí se dedicó a mandar, en el sentido más caciquil del término. Del mismo modo que en las fábricas del XIX él se sentía el dueño (y lo fue) de la empresa y de sus trabajadores a los cuales intimidaba sistemáticamente y de quienes lo sabía todo: situación familiar, militancias, aficiones... Es fácil entender el miedo que sentían aquellas y aquellos que se sabían fuera del canon del jefe supremo. Pero, ¿y las mujeres?

Sanz se encargó de “fichar” a mujeres muy determinadas. Las candidatas debían adaptarse a su gusto personal. Poco podía hacer una mujer sin el atractivo físico que placía al acosador por muy buena periodista, productora o guionista que fuera.

Sanz hablaba del árbol y las ramas refiriéndose a su “árbol de control” que extendía ramas informantes en la Televisión y en la Radio: “En esta empresa se hace lo que yo digo” decía a sus víctimas. Hubo mujeres que perdieron su trabajo. Otras ni siquiera pudieron acceder a él, al no pasar el “casting”; otras fueron relegadas a rincones irrelevantes de los edificios de Burjassot o Blasco Ibáñez por “rojas” o “ingratas”. Hubo además muchachas que salieron llorando de un casting después de ser grabadas subiendo una escalera con un cinturón ancho por falda. 

"Cabe que nos preguntemos por qué la sociedad ha recibido la sentencia como una derrota"

En el caso Sanz que se juzgó en la Audiencia, muchas quisimos ver a todas esas mujeres a las que el acosador les puso la cruz, pero sólo tres eran las denunciantes. Cabe que nos preguntemos por qué la sociedad ha recibido la sentencia como una derrota hasta el punto que parece no dar importancia al hecho de que el acosador Sanz se haya declarado culpable. Quizás una vez más hemos esperado demasiado de la justicia. Claro está que nuestra legislación aspira a que las partes lleguen a acuerdo y así evitar juicios pero ¿es válida esta premisa en el caso de abusos sexuales? Cabría revisar si es correcto que el Ministerio Fiscal deje en manos de las víctimas la posibilidad de acuerdo llegando a límites como el de la retirada de la pena de cárcel. Las víctimas, con toda la razón de su parte, están hartas del acoso que se juzga y de la exposición pública de aquello que les destrozó la vida. 

¿No es el acoso sexual realizado por un superior en el trabajo una de las formas más crueles de violencia machista? ¿No es una de las violencias que mayor indefensión generan? Si además tenemos en cuenta que se trata de un cargo de designación directa de un gobierno en una empresa pública, tendremos que asumir que se juzga a alguien que, por su manera de proceder y por los datos aportados en la vista, podría haber acosado y abusado de muchas más víctimas que las denunciantes y, en este caso, deberíamos hablar de una cuestión de interés general y de responsabilidad política de aquellos y aquellas que supieron, callaron y nunca apoyaron a las denunciantes sino al delincuente. 

Deberíamos pintar más para esta sociedad. Paradójicamente, miles de años después de las pinturas rupestres nuestra sociedad en materia de igualdad está dominada por un pensamiento cavernario que nos impide evolucionar. Tendremos que pintar los muros incansablemente para que las violencias machistas en todas sus expresiones dejen de ser tratadas como hechos individuales y pasen a ser asuntos de Estado. 

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