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el callejero

La vida es una comedia para Esther y Álvaro

Foto: KIKE TABERNER
18/06/2023 - 

La conversación con Esther y Álvaro es como enlazar un gag tras otro. Su vida, así, en un día informal, parece pura comedia. Ellos son una de esas parejas que han decidido caminar siempre juntos. Vivir juntos y trabajar juntos. Al menos desde que ella, ante la insistencia de él, accedió a dar el paso para abrir una tienda de regalos en un barrio de Ruzafa que empezaba a despuntar. Vicent Molins ha escrito que ellos hicieron Ruzafa, al menos la Ruzafa moderna de los artistas y los hípsters. Y no será para tanto, pero sí fueron uno de los primeros en abrir un comercio diferente y uno de los pocos de aquella época, allá por 2010, que se mantiene en pie.

Esther Martín tiene 40 años y es de Llerena, un pueblo de Badajoz. Por su boca salen todos los acentos de su vida. El pacense de sus orígenes, el sevillano de su época universitaria y quién sabe si hasta un poquito de valenciano de sus últimos trece años. Esther viste ropa ancha, calza unas sandalias y luce reloj ‘fit’ en la muñeca. Álvaro Zarzuela ya ha cumplido los 41, tiene las uñas pintadas de negro y lleva unos calcetines de gatos. Él es de Castellón y ha seguido la tradición familiar de vender objetos de regalos. Sus abuelos ya lo hacían, hace varias generaciones, en un negocio centrado en la cerámica que se llamaba Artesanías Pilarín. De hecho, en el mostrador de Gnomo, la tienda de Esther y Álvaro en la calle Cuba, bajo un cartel de su marca, está oculto el de sus abuelos. Sus padres siguieron con los objetos de regalo y abrieron una tienda en Castellón que se llamaba Gnomo, el primer Gnomo antes de que su hijo les rindiera homenaje en València.

¿Pero cómo se conocieron una periodista extremeña que trabajaba en el ABC de Sevilla y un estudiante de Bellas Artes de Castellón? De rebote, por una de esas carambolas que alimentan a los defensores del destino escrito y todas esas teorías para charlatanes. Esther tenía una amiga que vivía en Castellón y que no hacía más que insistirle en que tenía que ir un año a la Magdalena. Pero nunca le venía bien. Hasta que una año coincidió con un puente por el Día de Andalucía y se lio la manta a la cabeza. Su contacto le presentó esos días a todos sus amigos, pero no a Álvaro. Pasado el tiempo, ella vio en Facebook una foto en la que salía él y, poco a poco, empezaron a hablar. Hubo un momento en el que el amigo común les tuvo que pedir que siguieran por privado porque le estaban colapsando el muro de Facebook. Así se conocieron. Álvaro aún tardó un poco en averiguar que ella no era de Castellón. En ese momento, Esther se había mudado a Londres gracias a una beca para llevar la comunicación del Instituto Cervantes, y cuando las conversaciones virtuales fueron a más, le propuso que fuera a hacerle una visita. London calling.

Sólo comían jamón de bellota

Él acudió en cuanto pudo, surgió el amor y casi que ya regresaron de la mano. Álvaro no se demoró en proponerle abrir una tienda de regalos. El castellonense se había criado entre la tienda de sus abuelos y la de sus padres, que era más moderna, más hippie, y él aún quería dar un paso más. Pero ella le dijo que no. Eran dos jóvenes de 27 años y Esther aún pretendía hacer carrera en el periodismo. “Es que hacía dos meses que nos conocíamos”, tercia. Todo era demasiado precipitado y su cabeza le pedía cautela. “Pero luego llegué a Sevilla y no había nada. Así que me lo empecé a pensar y me animé. Yo regresé de Londres en diciembre y en Semana Santa me fui a vivir con él. Me puse a trabajar de profe de español mientras montábamos la tienda. Al principio vivíamos en Castellón e íbamos y volvíamos cada día. Aunque a veces nos quedábamos a dormir en la tienda con un colchón que teníamos”.

Gnomo estaba en marcha. Su primera ubicación fue en la calle Dénia, que siempre ha tenido comercios interesantes, diferentes. “Eso fue en 2010, en plena crisis. En realidad lo nuestro era una locura, pero yo lo tenía claro y funcionó”, recuerda Álvaro. Aunque primero les tocó remar. El padre de Esther, Aníbal, tiene una fábrica de jamones y de vez en cuando les enviaba una pata de Jamones Aníbal. Así que durante aquellos meses de escasez, muchos días iban a Dulce de leche, que aún estaba por definirse y vendía pan, compraban una barra por cuarenta céntimos y la llenaban de jamón de bellota. A los dos les da la risa al recordar aquellos tiempos en los que no tenían para gastar, pero comían jamón de primera.

Aunque ya queda lejos ese 2010. Esther ya lleva muchos años fuera de Llerena y cuando vuelve sus hermanas le gastan la broma de que no parece de Badajoz porque pronuncia las eses y todo. “Te has hecho finolis”, le sueltan en cuanto llega. Al principio iban y venían de Castellón cada día. Esther es fan de Castellón. La fan de Castellón. “A mí es que me gusta mucho. Y la gente es muy simpática”. Pero en cuanto pudieron se instalaron en Ruzafa, el barrio donde el olfato de Álvaro había detectado prosperidad. “Ahora parece que Ruzafa lleve dos años de moda, pero cuando vinimos en 2010 creíamos que habíamos llegado en la cresta de la ola (de popularidad del barrio). Fue un proceso lento y de varios años. Yo acabé la carrera en 2005 y se empezaba a oír Ruzafa. Estaba muy cerca del centro y como estaba muy degradado era muy barato, ideal para los que acabábamos de terminar la carrera. Fueron los años en los que abrió el Ubik, el Slaughterhouse, La Tavernaire… Muchos estábamos en la calle Dénia. En aquel momento, en 2010, no existía nada como Gnomo”.

Sus valores

Gnomo es una tienda llena de objetos curiosos y simpáticos. Allí puedes encontrar los hallazgos más insospechados: galletas de la suerte, llaveros de Playmobil, alfombrillas, camisetas, láminas, libros de Vicent Marco o Vicent Molins, tote bags, abanicos, gorras… “El producto siempre está cambiando, pero tenemos como unas líneas guía: respeto al medio ambiente, feminismo, inclusión, producto local, sentido del humor… Siempre traemos productos acordes a nuestros valores”.

Ahora ya están asentados, pueden darse caprichos y los jamones que llegan sirven para hacer la broma con su hijo, que tiene 10 años y también se llama Aníbal, y le dicen que el pernil lleva su nombre. Pero la historia del negocio empezó en la calle Dénia, en una planta baja que era del Círculo de Ilusionistas de Valencia, Alicante y Castellón, y que dejaron sin puerta porque antes ya se habían fundido el presupuesto. Desde el primer día apostaron por los diseñadores y los ilustradores locales. Estudio Merienda, por ejemplo, les hizo el logotipo, y luego añadieron un mural y el dibujo de las bolsas.

Cuando los negocios chinos, que colonizaron el barrio durante unos años, se mudaron a Manises, Gnomo, que había estado en la calle Dénia de 2010 a 2016, se mudó a la calle Cuba. “Le echamos el ojo a un bazar árabe que también se mudó a Manises. Tenía un cartel en chino que me daba mucho TOC porque en una misma frase mezclaba varias tipografías diferentes. Tenía claro que lo primero que haría sería quitar el cartel”. Justo enfrente se encontraron con el último ‘putis’ de Ruzafa. Un local con una entrada pintoresca que ahora da la sensación de haberse convertido en un ‘after’.

Los tres primeros meses siguieron viviendo en Castellón. Cuando vieron que la tienda salía adelante, ya se mudaron a Ruzafa. Primero a la calle Dénia, luego a Carlos Cervera, donde nació Aníbal, y finalmente, a partir de 2013, en Buenos Aires. “Y luego abrió el Parque Central, que fue como un regalito para el niño”.

En aquellos primeros años, una ilustradora incipiente, Paula Bonet, hoy un referente en toda España, encontró en Gnomo el escaparate que pedía su obra. “Ella tenía su estudio en Ruzafa y, además, como es de Villarreal, conocía la tienda de los padres de Álvaro. La obra de Paula se vendía mucho. En aquella época también vendíamos Polaroids que nos las compraba un amigo en los mercadillos de Berlín. Luego, cuando ya se hizo algo más ‘mainstream’, dejamos de venderlas”.

Puto calor

En Gnomo han vivido muy de cerca el éxito de las camisetas y otros objetos con expresiones en valenciano. Una reivindicación de los nuestro que ha pasado de dar “cierta vergüencilla” a ser uno de los ‘hits’ de la tienda. Como las camisetas de ‘A fer la mà’ de La Tostadora. O los abanicos de Fisura con la frase ‘Puto Calor’ que tanto triunfan en los festivales. Ese gusto por lo autóctono inspiró la creación del sello FAV (Fet a València) que le ponen a todos los productos diseñados y producidos en la Comunitat Valenciana. Porque Esther y Álvaro han aprendido que a través de un comercio puedes intentar cambiar el mundo. “Puedes vender menos cosas con pilas y más cosas de madera, por ejemplo”.

Un hombre asoma la cabeza por la puerta y les saluda. Es Mario, el trabajador que les limpia las cristaleras de vez en cuando. Viene a decirles que estará un par de semanas desaparecido porque se va Andalucía, donde tiene sus raíces, a operarse de una rodilla. Gnomo ya es una parte indispensable del barrio. Son los veteranos de la nueva Ruzafa, un barrio donde, dicen, no entienden de rivalidad pese a que han ido floreciendo negocios similares al suyo. “En el barrio hay competencia, pero hay buen rollo y estamos contentos de que se cree un tejido comercial que atrae al cliente. Y de vez en cuando nos juntamos todos y hacemos los almuerzos de tenderas”, puntualiza Álvaro.

El paso del tiempo les obligó a modernizarse y a entender que las redes sociales eran otro escaparate tan válido como el que luce tras los cristales que Mario deja transparentes. En Instagram despliegan esa vis cómica que les caracteriza a los dos. Y la fórmula es tan exitosa que vienen de otras empresas a pedirles que les lleven las redes sociales. “La mayoría de la gente nos compra en la tienda, pero nos ha conocido por las redes o nos ha visto primero ‘on line'. Eso nos rayaba un poco, pero luego vimos que tenía un nombre y todo: ‘Local Seo’ o ‘Local e-commerce’. Y ha llegado un momento en el que para unos somos los de Gnomo y para otros los que hacen eso en Instagram. Nosotros solo intentamos que la gente se eche unas risas y se lo pase bien”.

El humor impregna las cuatro paredes de Gnomo. Sólo se ponen un poco serios para decir que ellos son feministas y que les gusta tener en sus estantes la obra de Chimamanda Ngozi, un referente del feminismo. Y para demostrarlo enseñan un ejemplar de ‘Todos deberíamos ser feministas’ (Editorial Random House).

El que ahora entra por la puerta es José, que es quien atiende al público habitualmente. Se nota que tiene complicidad con los jefes. Su llegada anuncia que es la hora de abrir las puertas. Su negocio no pasa de moda y ya apuntan hacia el 15 aniversario. Para el décimo organizaron diez fiestas en diez días con diez personas diferentes que acababan a las diez de la noche. Si es que son pura comedia.

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