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Viejos rockeros viejos

20/03/2022 - 

VALÈNCIA. A principios de año, coincidiendo con el sexto aniversario de la muerte de Bowie, escribí aquí mismo que, nos guste o no, las estrellas del pop envejecen.  Unos días después, veía la luz Era, el cuarto álbum de León Benavente. Enseguida descubrí que una de sus canciones -ahora ya es una de mis favoritas de su repertorio- titulada “Viejos rockeros viejos” conectaba con esa idea que no acaba de abandonarme: la de que el tiempo de la música pop que yo conocí ya no posee la relevancia cultural a la que ya estuvimos acostumbrados. En menos de cuatro minutos, la letra pulveriza el tópico de que los viejos rockeros nunca mueren. Ya lo dijo Stanislaw Jerzy Lec: “En el principio era el verbo y en el final, el lugar común”. Ser rockero no es una vacuna, no te inmuniza ante nada. Si no tienen cuidado, los rockeros, al igual que el resto de los mortales, al igual que los periodistas y críticos de rock (“nunca, nunca te mezcles con un periodista musical”, advierte Bobby Gillespie en Un chaval de barrio, su muy recomendable autobiografía) corren el riesgo de volverse pesados, repetitivos, anticuados, irrelevantes. “Viejos rockeros viejos / el tiempo vuela de un modo irreparable / siguen creyendo que son irreemplazables / siguen creyendo que lo que hacen importa”, dice la canción de León Benavente y mientras la vuelvo a escuchar, los Rolling Stones anuncian que actuarán en España, el próximo 1 de junio. Viendo los precios de las entradas, se hace evidente que hay viejos rockeros viejos que por más que trepen a cocoteros y se llenen los dedos con anillos de calaveras, hoy son cualquier cosa menos rebeldes. Hubo una época ya bastante lejana en la que el rock podía ser revolucionario. Elvis lo fue y los Beatles también. Por supuesto, los Stones también llevaron a cabo su propia sacudida, pero esa etapa ya pertenece a las páginas de la Historia que hoy sostiene la leyenda gracias a la cual pueden permitirse el lujo de salir de gira siendo casi octogenarios, habiendo perdido a Charlie Watts y convirtiendo sus actuaciones en ejercicios de elitismo. Ni son los primeros ni serán los últimos en explotar sin pudor su activo, pero por favor, asumamos la realidad. Ganando ese dineral es mucho más fácil no morirse.

Todas las revoluciones están, de alguna manera, destinadas a sucumbir, pero mientras duran, son electrizantes e inspiradoras. Las de la música pop son quizá las más fugaces, y, sin embargo, si afinas bien el oído, su eco persiste. Little Richard soltando pluma mientras toca el piano antes una audiencia básicamente blanca. David Bowie retorciendo el concepto de identidad sexual. Patti Smith moviéndose en el escenario como si se hubiera tragado a Mick Jagger. Nirvana, convertidos en el caballo de troya que durante unos meses devolvió la honestidad a ese rock que para triunfar tenía que sonar autocomplaciente. Estos ejemplos y cualquier otro que se nos ocurra fueron tan breves como irrepetibles. Pero mientras sucedían, hicieron que las vidas de miles de personas cambiaran. Nada es para siempre. Cuando triunfan, los artistas corren el peligro de acomodarse, de volverse avariciosos. Los viejos rockeros que de verdad nunca mueren son aquellos a los que jamás se les ocurriría referirse a sí mismos de tal modo. Un viejo rockero que no está viejo -entiéndase viejo como sinónimo de, por ejemplo, alma acomodaticia- es Neil Young, que retira su catálogo de Spotify porque no está de acuerdo con la política editorial de la compañía. Patti Smith es una vieja rockera que no lo es, ya que se esfuerza por mantenerse en contacto con los tiempos en los que vive y apoya incesantemente a todos aquellos colectivos formados por desfavorecidos, ahora lo hace con el pueblo de Ucrania.

Rolling Stones.

Los rockeros se mueren y ya no hay quien los reemplace. Las estrellas del pop lo tienen más fácil porque saben que, salvo que se llamen Kylie o Madonna, sus reinados tendrán los días más que contados, eso suponiendo que lleguen a reinar como se reinaba antes: a lo grande. Las estrellas del pop envejecen a medida que sus fans crecen, son una versión multicolor del retrato de Dorian Gray. Las estrellas de rock envejecen a la vez que sus seguidores, por eso los seguidores consienten con tanta facilidad lo inadmisible. Mientras existan sus admirados, habrá una parte de algo que fueron que seguirá viva. La música pop lleva toda la vida viviendo de esas ilusiones. Existe por eso, se ha perpetuado por eso y por ese motivo también corre el peligro de que sus creadores y creadoras se transformen en un quiste. El rock ya no tiene mística, la música pop se ha convertido en un trabajo bien pagado. Los Pixies, Depeche Mode, Soft Cell, e incluso The Cure podrían dar conferencias al respecto.

Veo las fotos de John Lydon cuando aún respondía al seudónimo de Rotten. Recuerdo cuando aparecía encorvado agarrando el micro, con una camiseta de irreverentes estampados diseñada por Vivienne Westwood. Ese momento irrepetible en el que los Sex Pistols se convirtieron en una amenaza para la sociedad, o eso quisieron hacer creer los medios británicos. Hace muchísimo que, de aquel Johnny Rotten, incluso del John Lydon que comandaba a Public Image Ltd. haciendo discos que rompían frontalmente con el continuismo rockero de los Pistols, no quedan ya ni las cenizas. Hoy Lydon defiende a Trump, y Jagger y Richards nos piden más de 100€ por una entrada de gallinero. “Viejos rockeros viejos, las cosas cambian”, canta Abraham Boba, que también es consciente de que llegará el día en que la mejor opción sea largarse sin hacer ruido antes de empezar a estropear los triunfos o ya no quede nadie que pueda aplaudir.

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