Pues sí, pues claro que vino. Que ya llegó el verano y su fruta. Calor caluroso, soles felices y playas desiertas. Porque así las imaginamos y así son. Con su chiringuito, claro. Ese en el que ponerse un poquito a la sombra, curar quemazones y lucir palmito. O esos bares de pueblo en los que refugiarse con amigos entre chata y chato, entre tapita y tapito. Que es lo que toca, hedonistas, refrescarse por fuera y por dentro de color gazpachoso asalmonado, que es clarete, no rosado.
¿Que de qué hablamos? De esos vinos de uva blanca y tinta fermentados con sus pieles. A partir de ahí libertad total. Variedades bien variadas y proporciones a su aire. Encontramos de todo aunque pocos, lo admitimos. Porque el que fue de los más deseados en muchas regiones de España, con el tiempo ha ido cayendo en el olvido. Vinos de estío y disfrute sin contemplaciones. De niñez sin bicicleta y entre mayores. Esos mayores que casi siempre saben lo que es bueno y así lo demostraban. Con copa de clarete en mano.
Y por ellos empezamos brindando con uno de los más de siempre, el Clarete de Luna 2017 (César Príncipe). Tempranillo, albillo, garnacha y verdejo con sabor a tradición. Pucelano alegre de plaza mayor sentado a la fresca de la tarde que cae. Y me pones una tapita de ese arroz de magro que siempre sienta bien.
Bien bonito se presenta Roselito 2017 (Bodegas Antídoto). Tinto fino y albillo de la Ribera del Duero que con sus frutillas rojas se dispone a hacernos felices. Tiende una sábana al borde del río, saca el botijo vestido de colorido ganchillo y nos invita a un bocadillo de filetes empanados.
Desde el Bierzo y con amor llega el Akilia Clarete 2016 (Bodega y viñedos Akilia). Palomino y mencía en pedregoso mineral. Colorado de flores y delicado de blanco, acaricia suaves espaldas mientras pone el protector solar. Entonces abre la tartera, donde la tártara salsa se esconde en un sándwich de salmón.
Pálido de meses sin playa se muestra el gallego Proscrito 2017 (La Perdida). Palomino y garnacha tintorera que sorprende en tintoso al llegar a la boca. Fresas de rabito verde que se ponen serias y, acodadas en barra, piden unos pinchos morunos.
Forzudo y canallita aparece otro Ribera, el Pícaro del Águila (Dominio del Águila). Tempranillo, blanca del país, garnacha, bobal y tempranillo gris. Mezcolanza que sorprende entre frambuesas y mandarinas. Peso sin pesadez lleno de matices. El momento de pedir una de calamares fritos.
Con el Clarete 2017 (Vinyes Singulars), plantamos nuestra silla de plástico colorao en la costa catalana y sacamos de la neverita una botella bien fresca. En su interior sumoll y xarel·lo de larga y limpia elegancia. Como los presentes, que los calores no quitan lo atildado. Y así, todo glamour, sacamos la tortilla de patata y nos ponemos tibios.
En La Rioja apostamos todo al tres, que son los vinos que nos traemos de allí, todos de uvas garnacha y viura. Nos iniciamos con el iniciático Florentino Martínez Clarete 2017 (Bodegas Florentino Martínez). Lozana efervescencia, lejanas florecillas y risas a lo loco tomando un aperitivo. Patatas bravas y a correr.
Sobre un suelo sembrado de huesos de aceitunas abrimos el tremendo Tremendus 2016 (Honorio Rubio). Caminos poblados de audacia. Agudo arrojo y unos buñuelos de bacalao de compañía.
Y cierra el triunvirato el Mimbo Rosé 2016 (La General de Vinos). Cebolloso oscuro que con timidez nos regala un ramillete de pimpollos y llena sin bobadas junto a unas croquetas de jamón.
Nos despedimos dando un bote hasta Granada y su Vino Costa 2015 (Barranco Oscuro). Reunión de listán negro, tempranillo, garnacha y pedro ximénez con gominolas seriecitas. Abrazo de fruta y acético. Insolente energía que apetece con un montadito de steak tartar y patatas fritas.
Antes de irnos nos limpiamos la boquita con una fina servilleta de langostino impreso y os deseamos unas vacaciones divertidas, disfrutonas y con mucho vino, co-mo-no-po-día-ser-de-o-tra-ma-ne-ra. Estaremos cerquilla y vigilantes.