"Solo le pido a Dios
Que el engaño no me sea indiferente
Si un traidor puede más que unos cuantos
Que esos cuantos no lo olviden fácilmente
[…] Es un monstruo grande y pisa fuerte
Toda la pobre inocencia de la gente".
La vida nos enseña que el poder suele tener mala conciencia, por esta razón, cuando intenta justificarse, acusa. Acusa sin piedad y sin fundamento. Acusa desde la mentira y la arbitrariedad. Acusa amparado en sus redes clientelares, a las que cuida, mima, protege y alimenta sin temor alguno. Acusa instalado en la abyecta mentira, la que no le impide, día tras día, afirmar una cosa y cumplir la contraria. Sus bases lo aplauden enfervorecidas, y su caverna mediática, tan progre y tan chic, se lo permite. Acusa desde la permanente arrogancia y el más profundo deshonor, el que le lleva a pactar con quienes aplaudían, amparaban o perpetraban los viles asesinatos en Hipercor o la casa cuartel de Zaragoza. ¡Tanto dolor para nada! Acusa desde la misma tribuna que presentó una moción de censura contra un cándido Mariano Rajoy. Lo hizo para traer un aire limpio a la política española. De ser cierto, tendría que haberlo hecho desde otro partido, pero no con las mismas siglas con las que Pablo Iglesias amenazó a Maura desde ese mismo estrado. Sus palabras, pronunciadas el 7 de mayo de 1910, no dan pie a la duda: "Los elementos proletarios […] hemos llegado al extremo de considerar que antes que S. S. suba al Poder debemos llegar hasta el atentado personal". Con idéntica claridad se expresó la Pasionaria contra Calvo Sotelo ("¡Has hablado por última vez!"). Días después fue vilmente asesinado. Ambos tienen plazas y calles. A ambos se les tienes como profetas de la concordia y de la paz. También a Pedro Sánchez, a quien se le considera "un hombre para la eternidad".
No, mis palabras no son fruto de un relato distópico: son el fiel reflejo de nuestra mísera política. Lo hemos visto en ese Congreso que han celebrado los chicos del PSOE. Todos engalanados para dar pleitesía al Boss. Todos, incluido el padre Ángel, quien, engalanado de rojo (of course), aplaudía embelesado a la nueva Spice Girls, que no es otra que la directora de un celebérrimo Máster en la Complutense, ampliamente seguido por los estudiantes de Yale y Harvard. Sus numerosos títulos universitarios le avalan. Su extensa cuenta corriente, cuarenta euros, también. Solo eché de menos al von Karajan español. No sería de extrañar que estuviera componiendo una oda a su hermano, el nuevo Mesías, aunque este no haya nacido para la gloria, sino para el deshonor.
Roma locuta, causa finita. Habló Sánchez, y todos callaron y aplaudieron. Todos afirmaron: "¡Así habla el poder!", porque él es el progreso y la verdad, la que determina hacia dónde debemos encaminarnos. A nosotros, afortunadamente, su imagen ni nos anula ni nos embelesa. Tampoco nos amilana su inmenso poder. La memoria de sus actos le juzgan. Nosotros somos simples notarios de una actualidad que él emborrona cada día. Es su falta de sensatez, de honestidad, de patriotismo y de verdad lo que nos impide permanecer silentes. ¿Cómo guardar silencio ante un presidente que desprecia a quienes no le aplauden y le reverencian? ¿Cómo guardar silencio a quien llama ultraderechistas a los que le increparon por la DANA? Las únicas armas de destrucción masiva que encontraron fueron unas simples escobas y muchas horas quitando lodo. ¿Cómo guardar silencio ante quien sentenció: "Hoy, más que nunca, ser socialista es estar en el lado correcto de la historia"? ¿A qué historia se refiere, a la de Largo Caballero, a la de Zapatero y sus brotes verdes, a la del Tito Berni y sus clubs (no de lectura, precisamente), a la de Koldo o a la de su clan familiar? Comprenderán que me pierda con tanta inmundicia. ¿Cómo guardar silencio ante quien sostiene: "Imaginaos lo que podemos hacer cuando el viento sople a favor"? Claro que nos lo imaginamos: seguirás traicionando tu palabra. Seguirás vendiendo a España a pedacitos para entregárselo a los partidos separatistas, esos que nos succionan la sangre año tras año. Seguirás atacando a los jueces que no te son afectos, a los periodistas que no alaban tus grandezas, a los historiadores que no admiten que la historia se oficialice, a los ciudadanos que no se acogen a los dictámenes de lo políticamente correcto o a quienes te recordamos tus infinitas mentiras (perdón, cambios de opinión). Seguirás deteriorando las instituciones, poniendo al frente de las mismas a personajes tan entrañables como Tezanos, de quien se rumorea –maliciosamente– que un día acertó a la Bonoloto, o a Cándido Conde Pumpido, el héroe de los ERE. ¿Cómo guardar silencio cuando es capaz de acusar de connivencia a los jueces con el PP: "Juega con las cartas marcada"? Lo asevera quien se atrevió a decir: "¿De quién depende la fiscalía? Pues eso". No me extraña que The Economist, ese diario del que ahora saca pecho, afirmara en portada: "Pedro Sánchez se aferra al cargo a costa de la democracia española" (marzo de 2024). ¿Cómo guardar silencio cuando afirma sentirse "víctima del odio de los odiadores profesionales"? No se desprende odio de nuestro escrito, solo desaliento y frustración. Pero no guardaremos silencio, porque, aunque el tiempo, con su insaciable voracidad, nos va desgastando, lenta e inexorablemente, sabemos que permanecer silentes ante quien falta a la verdad nos culpabiliza.
En esa obra inolvidable que es Pedro Páramo, Juan Rulfo dejó escrita una sentencia que parece escrita para esta nación nuestra, tan querida y, a la vez, tan mancillada: "Hay pueblos que saben a desdicha". Nuestra desdicha tiene nombre y apellidos. Nosotros la hemos acogido. Nosotros somos, en gran medida, los culpables.
Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano