Se nos fue la pinza con tanta tontería gastronómica y lo que debía ser un placer sencillo y cercano (que estamos hablando de comer, narices) lo convertimos en una competición esnob y pretenciosa
Creo que fue el escritor Kiko Amat el que escribió aquello de que “en realidad, uno nunca sale del barrio” que tan poco nos hemos tomado en serio este sector nuestro de la gastronomía: nos creímos los Reyes del Mambo (¡y lo fuimos!) con eso de que los mejores restaurantes del mundo estaban aquí, ¿la vanguardia? aquí ¿los putos genios del Roner? ajá; así que cocineros, sumilleres y cazadores del buen vivir perdimos un poco el norte en una carrera hacia nadie sabe dónde: pero vaya, todos a la búsqueda del restaurante de alta cocina y la creatividad por bandera, porque sí. Nos olvidamos del barrio, tetes; Kiko es de Sant Boi del Llobregat, extrarradio barcelonés que no tendrá nada que ver con la Ciudad Fallera donde crecí, pero cómo te entiendo, amigo.
Tiene razón Ángel León -no se pierdan su fabulosa entrevista en El País, “montamos una locura que vivía de que la gente se cogiera un avión para comer en un restaurante”, yo era de esos, Angelito. Definitivamente se nos fue la pinza con tanta tontería gastronómica y lo que debía ser un placer sencillo y cercano (que estamos hablando de comer, narices) lo convertimos en una competición esnob y pretenciosa. No paro de participar en debates y charlas en torno a lo gastronómico, intento ayudar desde nuestro plan transversal de apoyo a restaurantes y bodegas (D’ACÍ) y formo parte activa de HERGAS, la hermandad gastronómica que se ha erigido como la voz del sector —pero os soplo un secreto: no tengo ni la más remota idea de lo que pasará con nuestro sector, intuyo una hecatombe y cambios mucho más profundos que los obvios virajes al take away y al reparto a domicilio pero una cosa sí tengo clara: volveremos al barrio.
Volveremos al barrio porque no podremos ir muy lejos, porque no tendremos ganas de otra cosa y porque -seamos sinceros- dado que vamos a estar todos jodidos pues qué menos que apoyar al vecino, ¿no? Esta crisis sanitaria sin precedentes lo va a cambiar todo pero no queremos verlo, probablemente es imposible verlo. Sigo con el gaditano, “se perdió la perspectiva del gremio, hinchando la figura del cocinero, para ponerla a la altura de un rockero o un futbolista”. Intuyo también que hablaremos menos de artistas y más de artesanos, que premiaremos la cercanía y la calidez, que por fin entenderemos la importancia que tiene el sector primario: sin nuestros agricultores, ganadores y pescadores no existe la gastronomía, no puede existir.
Recuerdo aquel fabuloso artículo de Lidia Caro dedicado, en la era pre Covid-19, al Bar Cristóbal en La Punta, “tenemos gente trabajadora, gente jubilada, gente del pueblo. A veces tenemos una mesa de jueces, pero vienen una vez a las mil. Normalmente es gente de aquí, de los pueblos de alrededor. Y gente de calle, gente muy agradable”. En el bar a las 11:00 está todo el all i pebre vendido pero entonces lo leíamos con la mueca de quien esa noche cenará en una Estrella Michelin luciendo palmito, qué imbéciles éramos; qué mal lo hicimos todo. Yo vivo en els poblats marítims y estoy empezando a pensar que nada me apetece más en el mundo (cuando pueda volver a viajar y perder el tiempo -y la guita- en restaurantes donde no recuerdan mi nombre) que elegir no hacerlo y pasear por mi Cabanyal-Canyamelar: es imposible no amar este barri decadente, marinero, artesano, turbio y pleno de colores. Quiero patear las calles, entrar a restoranes que todavía no conozco e ir descubriendo, como Faulkner, que “uno nunca se cura de su pasado”.
Ojalá lo aprendamos esta vez: ojalá volver al barrio.