COCINAS DEL UNDERGROUND

Bar Cristóbal, no sabéis lo que hay en La Punta 

¡Mirad! Un rayo de sol, la más inmóvil de las fuerzas inmóviles. Tiene una velocidad de 300.000 km/segundo… ¿Qué son nuestros depósitos comparados con los del universo? ¿Qué son nuestros trenes terrestres comparados con los veloces trenes de las galaxias? ¿Qué es una tostada de aguacate y salmón ahumado en comparación a un plato de all i pebre para almorzar? 

| 07/02/2020 | 5 min, 33 seg

Cuando un bloque de hormigón cortó el carril bici que une el cap i casal con la playa del Saler caí en el Bar Cristóbal. En una pataleta contra la desviación oficial, giré tras el 15 de la EMT. Barracas bajas con fieros rosales amarillos y rojos; alquerías abandonadas —lumpen-alquerías, vaya bajeza moral perder el patrimonio de lo que somos, que es ser hijos de la huerta—; escuadrones de lechugas ordenados por acequias; rajoles, enrejados en los balcones, puertas de dos láminas en madera de mobila vieja, persianas alicantinas, el amo de la casa sentado en la entrada gallato en mano. Y el Bar Cristobal de La Punta. Su rótulo, fabricado hace más de 30 años por Publineón, empresa de la zona. Dos tipografías de fantasía, una exquisitamente constructivista. Igual que el surtido de viandas del mostrador.

Juani, Rosa, Alfonso y Cristóbal

«En este bar llevamos 30 años, pero antes estábamos enfrente. Mi padre estaba alquilado. 50 años en total llevamos. Rosa es mi amiga de toda la vida y Alfonso Vera mi hermano, pero le llaman Cristóbal, por mi padre». Juani y Rosa, hermosas, rotundas, con algarabía en la cara tras otro maratón de bocatas, raciones de mandonguilles amb tomaca i abaetxo rebozado. Ellas son las cocineras atrincheradas tras el boyante mostrador de almuerzos, sobre el cual cuando el reloj acaricia las 12 se echa —literalmente— la persiana. En el Bar Cristóbal a las 11:00 está todo el all i pebre vendido.

«Antes de la crisis la gente venía a comer y almorzar, ahora a comer pues se apañan en casa. El grueso viene para almorzar. Hemos pasado unos años muy malos, de almuerzos y de comidas». Estos tres, y un par de manos más, dirigen cada día una sinfónica de cultura gastronómica popular. 

La parroquia

«Tenemos gente trabajadora, gente jubilada, gente del pueblo. A veces tenemos una mesa de jueces, pero vienen una vez a las mil. Normalmente es gente de aquí, de los pueblos de alrededor. Y gente de calle, gente muy agradable». A mi derecha, una mesa de cinco risueños jubilados dando cuenta a guisos de anguila, casquería en salsa, la cornucopia de los almuerzo en plato. Bárbara Blasco hablaba de la España holgada, bien, a medio camino entre tierra yerma y la capi está la València en chándal.
 
Un solícito Benarroch, Salas o Nebot —apellidos que acompañan la fisionomía valenciana de pronunciada nariz, nuestro pasado morisco—  en chándal rojo y azul de Luanvi acerca a su coetáneo la botella de Terry —«ahora te echas en el café lo que te apetezca»—. White collars de polígono, que ya no visten camisa blanca sino azul jaspeada a juego con el fachaleco —«tiene tres turbinas, nano, yo no sé cómo no hacen negoci»—. 

«¡Venga, venga! Demà més!», se despide el dúo privilegiado que a base de cotidianeidad tiene su propia mesa. No hay cuadrilla de obreros extenuados con el mono manchado de cal y grasa que les pueda arrebatar el reservado.

Juani y Rosa dan cariño y bocatas de embutido y habas en pan de Pepe Navarro. Reciben cariño y flores a cambio. «El día a día aquí es una anécdota. Notamos mucho cariño, la gente de es como de la familia. Cuando ves que alguien lleva tres o cuatro días sin venir, preguntas. Por si les pasa algo, porque estás acostumbrada a ellos». 

¿Cómo está el barrio?

«Parece que se está  moviendo algo, están comprando casas para restaurar. Pero bueno, va muy despacio. No sé si nosotras lo veremos recalificado». Rosa le da la réplica a Juani:  «Pues yo pienso que con el tiempo València se vendrá hacia aquí».

En el 2016 Vicent Molins escribía en la Revista Plaza: «Cuando llegamos a La Punta hay reciprocidad: algunos vecinos nos miran extrañados, con la poca costumbre de recibir visitas de fuera de este cosmos; nosotros miramos desde el asombro curioso. No es nada personal, sólo la perturbación que provoca una porción de pedigrí huertano que ahora se asemeja a un puzzle donde no encaja ninguna pieza». Hoy, el mensaje de esperanza que se murmura en el consistorio busca en el barrio «un Espacio Cívico que aúne grandes celebraciones sostenibles en un ámbito de regeneración agrícola. Con el fondo de la

Ciudad de las Ciencias». Hasta que eso llegue, la frecuencia del autobús no lo hace. «Aquí se vive bien, aquí hay mucha tranquilidad, mucho pájaro. Lo que pasa es que la juventud, hasta que no tienen el carnet de conducir… es que el autobús pasa cada hora. La gente joven se va. Estamos muy restringidos». Juani me habla de una problemática que me suena.

El TripAdvisor está en la barra

Se acerca un señor a la barra, Alfonso me para la cháchara: «¡Disculpe caballero! Estaba hablando con la señorita y me he olvidado de usted. ¿Qué quería?». Circunspecto, el que segundos descubrimos que se llamaba Juan Farinós: «Vull portar als meus amics. Som de la junta del motor de reg Castellar. Que jo le deia a la senyoreta i le dic a vostè que em quedat molt contents. Que estava molt bo el all i pebre. Que si es pot reservar per telèfon». Se puede. «I els seus amics se n'aniran de contents perquè us el farem amb molt de carinyo».

De Alfonso emana una autenticidad y compromiso que te hacen volver. «Me dicen que aquí en la Punta no hay nada, pues a mí me gusta. El día a día es siempre igual, a las 6 de la mañana cafés, luego almuerzos, después las comidas. Es monótono. ¿Que si me gusta? ¿A mí? Me encanta. Si me sacasen de aquí me matarían. Te lo digo de corazón».

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