Hoy es 13 de octubre
El artista valenciano David Moreno se ha convertido en la única firma creativa de nuestro ámbito que vuelve a cruzar el Atlántico para participar en el célebre festival Burning Man en su edición 2022 –entre el 28 de agosto y el 5 de septiembre- en el desierto de Nevada (EEUU), a través de la colaboración realizada para el proyecto Serpents de Mr. And Mrs. Ferguson Art. David Moreno cuenta con una dilatada trayectoria en la realización de fallas con un sello personal que ha generado escuela, además de haber sabido extender su potencial en proyectos y colaboraciones que superan los cada vez más estrechos límites del ámbito fallero. Como, por ejemplo, el stand para el grupo Meliá en la edición de Fitur de 2018 o la pieza elaborada para el aniversario de Mut Design en el Fuorisalone de Milán de 2021.
La propuesta Serpents une por primera vez en un mismo proyecto a creativos de ambos ámbitos artísticos –Burning Man y Fallas- y ha sido concebida en la distancia. A pesar de las múltiples particularidades del festival realizado en Nevada -con unos marcados principios y tildado habitualmente de utopía-, encontramos un par de elementos clave que permiten relacionar a los dos eventos: la obra efímera y el fuego ritual. Esta pieza, además, ha sido realizada para una edición del Burning Man bastante especial, al ser la primera que se celebra desde 2019 y en un contexto de crisis climática y de limitación de recursos que convierten en protagonista total al carácter experimental y de comunidad autosuficiente que ha marcado a su organización desde el inicio.
El vínculo de David Moreno con el festival arrancó en 2015, cuando fue invitado a conocer en primera persona la efímera Black Rock City, centro del evento-ritual que no ha dejado de crecer en participantes y admiradores desde su primera edición en Baker Beach (San Francisco) durante el verano de 1986. En agosto de 2016, el equipo encabezado por David Moreno y Miguel Arraiz llevó desde València a las arenas de Nevada Renaixement, una de las propuestas participantes en la edición de aquel año y cuyo desarrollo quedaría registrado en el documental I’m burning (Andreu Signes, 2018).
Sin embargo, los más entusiastas que vivimos como testigos lejanos la evolución de Renaixement durante más de un año, asumimos con ingenuidad que aquella odisea americana había sido el germen de una continuidad de relaciones bilaterales entre el Burning Man –y su prestigio adquirido- y las Fallas de València, que se jactan de ser el festival de arte urbano más grande del mundo aunque se esfuercen bien poco en serlo de facto. Pero ese es otro debate. Hace seis años aún permanecía en el aire la esperanza de que, efectivamente, otras Fallas fueran posibles y que el cambio, iniciado con mucha aparente voluntad, llegaría antes o después a la fiesta. El búnker reaccionario de siempre ha acabado no sólo recuperando terreno en las Fallas y en la ciudad, sino que lo ha ampliado notablemente como si fuera el orden natural de las cosas. De este modo, Renaixement pasó a ser otra ilusión fallida para una ciudad adicta a perder oportunidades. Con el coste económico, material, personal y creativo que eso supone.
Todo quedó en un “hola y adiós” y en unos cuantos selfies. Por diversos motivos, muchos de los cuales se me escapan, no se pudo o no se quiso mantener la oportunidad de un camino recién iniciado. Asumir las dificultades no siempre es fácil o explicable. No obstante, el desinterés manifestado limitó la capacidad de proyección de las Fallas, al no haber podido ampliar eventualmente las posibilidades creativas, de publicidad y de supervivencia de unos más que mermados talleres gracias a la demanda de piezas que el ritual de Black Rock City reclama: una oportunidad laboral real para una red productiva que agoniza ante la múltiple desidia e inacción ya no sólo política, sino también por parte del tiránico “mecenazgo” que caracteriza a las Fallas y por la crisis múltiple y continua.
Sin embargo, la ruptura de comunicaciones Fallas-Burning Man no fue total y el vínculo que permanece ha tenido en la figura de David Moreno a uno de sus principales valedores e impulsores más allá de la proyección personal. De este modo, algunos de los representantes más notables del Burning Man -entre los que destacan tres de sus fundadores: Stuart Mangrum, Crimson Rose y Will Rogers; además de su director financiero, su jefe de pirotecnia, artistas y un documentalista- han seguido visitando nuestra ciudad en marzo y durante las peregrinas Fallas de septiembre del año 2021. Alejados de los prejuicios y de la escala de valores que dominan venenosamente el conjunto de la fiesta de las Fallas, la continuidad en las visitas de los miembros del Burning Man se debe al interés material y técnico de una estructura “industrial” que, aún con sus límites y abusos, es capaz de ofrecer anualmente centenares de propuestas plásticas, en las que ven un aprendizaje constante y adaptable, bajo sus principios, al microcosmos de Black Rock City. Un evento que no deja de sorprenderles puesto que partió de un sencillo encuentro vecinal para abrazar –u oprimir- a toda una ciudad.
Mucho tiene el Burning Man que aprender de lo que València ofrece cada año. Especialmente, de cómo no deben hacerse las cosas para que la filosofía que nació en la playa de San Francisco hace 36 años acabe desbordándose y pervirtiéndose ante las amenazas que se han multiplicado en los últimos años. Además, los representantes del Burning Man –a los que he tenido el placer de guiar por València en alguna que otra ocasión- otorgan una especial importancia a aquellos elementos artesanales y decorativos –con un gran protagonismo, por cierto, en la propuesta en la que colabora David Moreno- que se han empleado en las fallas mediante materiales concretos, pero que han sido prácticamente desterrados del modelo de falla hegemónico actual que concentra las miradas y el tráfico de premios y de intereses. Sin embargo, la pregunta no se ha realizado con la misma firmeza –y respeto- desde aquí:
¿Qué pueden aprender las Fallas del Burning Man? La puerta, a pesar de todo, sigue abierta.