Algunos países han vuelto a recurrir al carbón como Alemania, cuyos pasos podrían seguir otros estados del norte de Europa con un importante impacto
MADRID. Es una obviedad que no volveremos al carbón y los candiles, pero vistos los últimos acontecimientos todo es posible. De hecho, algunos países han vuelto a recurrir al carbón como Alemania, cuyos pasos podrían ser la guía para otros estados del norte de Europa, con un importante impacto del sector industrial en su PIB. Alemania era consciente de que no puede permitirse paralizar una industria tan importante como la del automóvil, aún con los problemas que derivan del precio de determinados metales industriales y la escasez de microchips y semiconductores. Un dato: los vehículos modernos están compuestos en más del 40% de componentes electrónicos, pero en los vehículos 100% eléctricos, ese porcentaje se dispara por encima del 60%?
Pero, ¿esa medida drástica es posible de implementar en otros países como España? Pues parece que no. El sector estratégico ha estado invirtiendo a manos llenas en el nuevo modelo de generación eléctrica -las renovables-, con el apoyo económico del gobierno para acelerar su desarrollo e implementación. Todo ello para reducir la dependencia de fuentes fósiles, reducir las emisiones de CO2 y nitrógeno en el aire, y con el objetivo a largo plazo de incluso vender o exportar el excedente de energía al extranjero.
Sin embargo, cuando el negocio de las renovables pasó a ser un negocio especulativo -y muy lucrativo- para las grandes y medianas empresas por las subvenciones allá por 2010, la medida de retirar dichas ayudas supuso el primer pinchazo de lo que llegó a considerarse la primera burbuja del sector. Hoy en día el problema es diferente -dejando de lado que los consumidores siguen pagando en su factura el coste de las subvenciones de hace 10 años-, la demanda (global) sigue incrementándose a un ritmo superior al que las eléctricas pueden producir electricidad mediante renovables.
Esa es la clave de todo, ya que el coste económico y temporal -sobre todo el temporal y eso que el económico es enorme-, impide que se puedan cubrir las necesidades de consumo y el diferencial de crecimiento se sigue -y seguirá- incrementando con el tiempo. ¿Entonces qué ocurre? Las eléctricas han tenido que recurrir a los medios tradicionales de generación eléctrica para cubrir las necesidades de la demanda. Esto ha provocado un encarecimiento del coste de la materia prima (gas natural) y de los procesos de producción. Además, dado que España y sus eléctricas están comprometidas con la reducción del impacto de las emisiones, han podido gestionar con los derechos de emisión de CO2 su capacidad de contaminación, hasta ahora.
El mercado menos conocido -y que también se ha catapultado al mismo ritmo que el precio del gas natural- es el de los derechos de emisión, ambos se han disparado un 100% desde principios de año y sigue creciendo. La demanda de estos derechos (son un activo financiero negociable) se ha disparado encareciendo aún más el precio final del megavatio por hora (MWh). Este activo financiero, que nació como una solución para titulizar las cuotas de contaminación, es el que ahora genera un cuello de botella; una soga, una trampa para ratones, que perjudica a toda la cadena de valor del sector hasta llegar al consumidor final, que ve repercutido ese coste a final de mes y que no tiene vistas de detenerse en el corto plazo.
¿Solución? El Gobierno español ha publicado un Real Decreto-Ley -medida unilateral- para recaudar por un valor cuantificado en unos 2.600 millones de euros, lo que las eléctricas computan como gastos de generación por ciclo combinado y otros métodos contaminantes, que según la Administración no tienen y que suponen al cierre de sus resultados un beneficio extraordinario. ¿Es la mejor solución? La pregunta es si es una solución por lo que entendemos por definición. Pero lo cierto es que los Estados tienen la obligación -está en sus funciones- de establecer un marco regulatorio y unas reglas del juego que favorezcan el desarrollo de la actividad privada (las empresas) sin que entren en conflicto con el bienestar social, todo un rompecabezas.
Pero esas medidas ya no son tan efectivas y los Estados lo saben. Así como también saben a qué se debe, la globalización. Como se dice en una exitosa serie de televisión: 'Winter is coming', traducido al castellano 'se acerca el invierno. La solución que propongo -y he comentado en alguna entrevista- es que el mercado liberalice el autoconsumo. Según este modelo, un consumidor tendrá la libertad de invertir en la tecnología necesaria para cubrir sus necesidades eléctricas, con una recuperación de la inversión asumible de 10 años, en donde se pueda abastecer y a su vez recuperar el importe de la inversión. Pero no solo eso, ya que si el consumidor tiene una capacidad de producción superior a su consumo, que tenga la libertad de introducir en la red su excedente obteniendo un rédito por ello. Pero claro, eso ya no interesa a las eléctricas. ¿Os imagináis que las tres grandes eléctricas tengan en frente casi 19 millones de hogares como competidores? Ahí lo dejo.
Darío García es analista de XTB