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¿Vox? Hoy saco mi bola de cristal

9/10/2018 - 

VALÈNCIA. El contrato social hace tiempo que se rompió. Los poderes económicos ya no tragan con las jornadas de ocho horas y las vacaciones pagadas. Ya hace tiempo que los de la clase obrera vivimos muy bien, demasiado. Incluso nuestros hijos van a la universidad y pretenden vivir como nosotros. Ja, qué ilusos. Con algo de suerte, aprobarán una oposición de la Administración. Eso, en tiempos de paz. Pero es que ya hace demasiado tiempo que vivimos en paz. Aquella factura ya se pagó. La de la Primera Gran Guerra, la de la Segunda Gran Guerra… Saco de nuevo mi bola de cristal y me pongo en modo Nostradamus. Efectivamente, sigue en el mismo sitio. Desde hace más de diez años que vengo anunciando la Tercera Guerra Mundial. Y, para que conste, voy a exponer de nuevo mi Teoría de la Conspiración. 

Suenan tambores de guerra. También he escrito esto. Y, como tengo amigos hasta en el infierno, pregunto a los expertos. Uno me comenta asustado, parece que vas a tener razón. Si Trump repite un triunfo en las elecciones dentro de dos años, vamos abocados a una guerra en Europa. Otro, más escéptico -o con mejor información-, me dice que estamos en la Tercera Guerra Mundial desde la caída de la URSS y la invasión de Kuwait en 1990. Veintiocho años de guerras limitadas. Trump dirige a última batalla de una larga lista, añade. Ok, ¿pero estamos nosotros en la última batalla de esa larga lista? Ésa es la cuestión. 

Veamos. Yo, que había vivido inconscientemente la guerra de los Balcanes, contemplé con preocupación la deriva populista de la “Revolución Naranja” en Ucrania y la islamista de Erdogan en Turquía. Atrás quedaban esas otras batallas. Yo iría más atrás: la eterna guerra de los talibanes en Afganistán desde los años 80, la revolución de los Ayatolás en Irán, la primera guerra del Golfo contra Sadam Hussein en Irak, la guerra civil islamista en Argelia que terminó con Buteflika aún en el poder, la segunda guerra del Golfo que terminó con Sadam… Todos estos misiles, lanzados al epicentro de la órbita soviética, por cierto. Dejo de lado, a sabiendas, el conflicto entre Palestina e Israel, que es el origen de todos los males.

Sigamos. Porque luego asistí con indignación al nacimiento, destrucción y muerte de la Primavera Árabe. Aquella mal llamada “Revolución”, que yo siempre he llamado Involución islamista, y que llevó al caos y la incertidumbre del norte de África, de los gobiernos de nuestros amigos y vecinos más estables: Egipto, Túnez, Libia. No se atrevieron con Argelia ni con Marruecos, éste último amigo del amigo americano. La estrategia fue tan burda que solo Túnez, se salvó en el intento. Ya tienen una Constitución con guiños islámicos y una supuesta democracia que aún no ha llevado la igualdad y la prosperidad que la gente esperaba. Egipto terminó en el mismo punto en que estaba pero peor y sin una figura firme como su presidente, Mubarak, después de un paréntesis de Hermanos Musulmanes. Y Libia, la más rica, la del petróleo, ha quedado destrozada, convertida en un Estado fallido y despedazado, como su líder, el legendario Muamar El Gadafi, que supo lidiar con tirios y troyanos -primero bailó con los soviéticos y luego se hizo amigo de Bruselas-. 

En esos momentos, con el norte de África desestabilizado políticamente, comencé a asustarme razonablemente. Europa acababa de entrar en una recesión importante, la mayor desde el crack del 29 del pasado siglo. Seguimos en ella, pese a la rápida aunque no siempre certera actuación de la Unión Europa, que tuvo reflejos para afrontar la caída de los mercados y salvar el euro, que era lo que en realidad estaba en peligro -la moneda única iba pisándole los talones al dólar para convertirse en moneda de referencia en las transacciones a nivel mundial-. Tomaron en primer lugar a Grecia como chivo expiatorio y luego a Irlanda -no se sabe por qué- a Portugal y a España. Los PIGS nos llamaron, por las siglas…, u otra cosa. Y se inició un proceso de rescate financiero de los Estados acompañado de medidas de austeridad dictadas desde Bruselas, cuando en realidad lo que se estaba rescatando era el sistema bancario europeo y, de paso, el americano.

A ello siguieron varios frentes que siguen abiertos: Siria, en guerra desde hace siete años; Yemen, bombardeada por Arabia Saudita; Ucrania de nuevo, con su frontera norte con Rusia diluida y la anexión rusa de Crimea. Las fronteras más alejadas también son preocupantes, con medio Sahel en manos de islamistas. Pero volvamos a casa. Porque hasta aquí han llegado sus balas, con la oleada de refugiados sirios en 2015 y las rutas ilegales de inmigrantes subsaharianos por el Mediterráneo. 

Y aquí es donde comienzo a aterrorizarme de verdad. Este cóctel derivó en una oleada de atentados yihadistas en territorio europeo: París, Bruselas, Marsella, Londres, Copenhagen, Berlín,  Barcelona… Y, del otro lado,  la corriente populista/fascista que recorre Europa, desde Marine Le Pen (Francia) hasta Viktor Orbán (Hungria), pasando por Alternativa para Alemania y los Demócratas de Suecia. La llegada la poder de la Liga Norte, con Salvini en Italia y el resurgimiento de toda la extrema derecha en el corazón dela Unión Europea han resucitado el fantasma que recorrió Europa a principios del siglo pasado y que no fue el comunismo, como dijo Karl Marx, sino el fascismo y el nazismo. Ahora nos toca a nosotros, con Vox, seguir esta estela, una vez han llegado las consignas y, cómo no, el dinero del ideólogo de Trump. El norteamericano Steve Bannon, se ha afincado entre nosotros desde enero para alentar los movimientos populistas, como él mismo anunció sin ambages. 

Ya lo predijo o lo advirtió o tal vez amenazó con ello JP Morgan en mayo de 2013. En un documento publicado por su Fundación y elaborado por el grupo Europe Economic Research, este banco de inversión norteamericano reclamaba la “derogación de las Constituciones Democráticas burguesas, que se establecieron después de la Segunda Guerra Mundial, en algunos países europeos y el establecimiento en su lugar de Regímenes autoritarios”, en estos países que ya venían de dictaduras. En el documento, "The Euro area adjustment: about halfway there", se insistía en las medidas de austeridad y señalaba directamente a Grecia, España, Portugal e Italia (se equivocaron con la I de PIGS), como epicentro de la crisis de deuda. "Change is beginning to take place". El cambio está comenzando, decía.

Qué miedo. Sobre todo, viniendo de donde viene. Como la guerra de los talibanes, financiados por Estados Unidos. Las dos guerras del Golfo contra Sadam, con la doble invasión de Irak por los norteamericanos. La ayuda de Estados Unidos a los rebeldes sirios o su apoyo incondicional a Arabia Saudita y a Israel. Los movimientos nazis ucranianos que han llevado al poder a Poroshenko, el amigo de los americanos. La misteriosa influencia de Facebook y Google en la Primavera Árabe, países con una enorme brecha digital que hicieron la revolución por Internet. Poco después de caer sus gobiernos, el presidente de Estados Unidos se reunía en Silicon Valley con los gurús de las redes sociales. No olvidemos la marea de banderas estadounidenses en Kosovo la noche de su declaración de Independencia, en febrero de 2008, un país musulmán en el corazón de Europa… 

Y ahora, los tanques de la OTAN cruzan el continente Europeo para reforzar sus fronteras del Este, mientras el Reino Unido es el primero en abandonar el barco. Esta guerra no es mía, parece decir la Primera Ministra, Theresa May, bailoteando por el mundo… Con Oriente Medio inmerso en una guerra eterna, el Sahel en una hégira continua, el norte de África desestabilizado políticamente y el sur de Europa desestabilizado económicamente, sólo faltaba la corriente de extrema derecha que golpea el centro del continente más estable y democrático del mundo. El círculo se ha cerrado: el Mediterráneo está en llamas. Y el presidente norteamericano, Donald Trump, nos acaba de declarar su enemigo. Voy a guardar la bola.

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