El dramaturgo libanés es por fin reconocido en nuestro país con tres obras en cartel, 'Sedientos', 'Un obús en el corazón' e 'Incendios'
VALENCIA. A los siete años, vio arder un autobús de refugiados palestinos en su Beirut natal, en un atentado de las milicias cristianas como represalia al asesinato de un maronita. Su familia huyó a París en 1977 dejando atrás la guerra civil. La adaptación no fue sencilla, como tampoco trasladarse en 1983 a Montreal. Al poco tiempo de mudarse a Quebec, su madre fallecía de cáncer. Podía haberse anclado al rencor, pero prefirió optar por la catarsis.
Todos los hitos de su biografía pueden rastrearse en la obra de Wajdi Mouawad (Líbano, 1968). El dramaturgo, actor, director y, en la actualidad, responsable del Teatro de La Colline de París, ha cimentado sus textos en vivencias personales que actualizan la columna vertebral de las grandes tragedias griegas. No en vano, Sófocles ha sido su lectura de cabecera y su fuente de inspiración. Los textos de este agitador poético de la escena hablan de exilio y de amargura, de traumas y de horrores, de memoria colectiva y de identidad, y culminan en cénit de redención, perdón y sanación.
A pesar de su consideración internacional como autor de culto, la repercusión de su obra en España es reciente. Ahora, ya no hay marcha atrás. Quien se adentra en el universo de Mouawad, anhela quedarse. Y, actualmente, los escenarios brindan tres puertas de entrada. Los Teatros del Canal de Madrid acogen hasta el 5 de febrero el monólogo Un obús en el corazón, de Santiago Sánchez; este sábado, 4 de febrero, el Teatre El Musical de Valencia ha programado Sedientos, de La Ferroviaria; y tras una gira por España, que el 28 de abril recala en el Teatro Principal de Alicante, del 21 de junio al 16 de julio, se repone en el Teatro de La Abadía de Madrid, la versión de Incendios dirigida por Mario Gas y con Nuria Espert al frente del reparto.
“Mouawad remite a las tragedias griegas en cuanto a fuente de conocimiento y aporte, tanto filosófico como dramático, a la cultura occidental. Cuando ves sus obras, experimentas un cambio brutal dentro de ti”, asegura Paco Macià, director de La Ferroviaria.
La compañía alicantina representa en el teatro de El Cabanyal una de las tres obras que el libanés escribió pensando en la juventud. La adaptación de Sedientos palpita poesía escénica y compromiso emocional. La propuesta invita a todos los espectadores, sin importar su edad, a no arrumbar sus sueños o a retomarlos si ya los abandonaron, y a que la belleza, y no el odio, impere en sus vidas.
“Wajdi tuvo problemas de adaptación en enseñanzas medias, y Sedientos rescata al adolescente entre dos aguas que fue. La obra apela a la rebeldía, pero desde la lucidez. Es una llamada a la búsqueda de la belleza interior”, sintetiza el director, que también se ha hecho cargo del diseño del espacio escénico.
El montaje se representa en una única función para 60 espectadores, donde se ha dado una vuelta al texto original a fin de adaptarlo a la mezcla de lenguajes que interesa a La Ferroviaria. Para evitar reiteraciones, se han suprimido pasajes y eliminado un personaje extemporáneo que procuraba un discurso muy largo. Por último, un protagonista de la obra se ha trocado en una cantante, de modo que su medio de expresión es la música.
Toda esta conjunción de elementos da como resultado una obra que mira a los adolescentes a los ojos en un momento clave de su crecimiento personal. “La Trilogía de la Juventud sirve para provocar, para remover, para hacer reaccionar al joven espectador”, aplaude Macià, que, sin embargo, no da con pedagogos dispuestos a mostrar este trabajo a sus estudiantes.
“Muchos maestros piensan que este tipo de obras son demasiado atrevidas y arriesgadas, y prefieren permanecer en lo políticamente correcto. El estamento superior se escandaliza, a veces, y no visualiza en qué situación energética están sus alumnos o hasta qué punto son capaces de asimilar las cosas. Es más fácil representar El Quijote y La Celestina, que Sedientos”.
Un elemento que el director de La Ferroviaria destaca en el trabajo del autor canadiense-libanés es la conformación de los textos en forma de puzzle. Esa fragmentación del relato capta la atención del espectador y termina por implicarlo. “Forma parte de una línea de creación contemporánea que estimo, porque hace que el público trabaje, que no se acomode, porque ha de ir atando cabos hasta terminar por construir la historia”.
Macià recomienda a los no iniciados que echen un vistazo a la película Incendies (Denis Villeneuve, 2010), adaptación de la obra de teatro de Mouawad del mismo título que obtuvo los premios al Mejor guión, del Público y de la Juventud en la Seminci de Valladolid.
“La gente está muy acostumbrada al lenguaje cinematográfico, y eso les ayudará a seguir esta historia tan potente. Ahora bien, Mouawad es, básicamente, un animal teatral”.
Del mismo modo opina el director de L’Om-Imprebís, Santiago Sánchez, para el que Incendios “es el texto más interesante que se ha escrito en el siglo XXI”. La obra forma parte de una tetralogía titulada La sangre de las promesas, que se completa con Litoral, Bosques y Cielos. Juntas constituyen una epopeya épica sobre las promesas traicionadas que impactó al mundo de las artes escénicas por su pulsión poética.
“Los dos elementos que llaman la atención del trabajo de Mouawad es el lirismo del texto y las emociones a flor de piel con las que habla de temas de rabiosa actualidad, caso de los conflictos políticos y del exilio, pero además, hay algo universal en sus tramas: las relaciones de pérdida, de extrañamiento de un país, las situaciones familiares... Esa mezcla de asuntos que nos tocan tan de cerca, combinada con la calidad de la escritura, lo convierten en un clásico contemporáneo”.
Sánchez aconseja como vía de iniciación a este autor, la lectura de su segunda novela, Ánima, protagonizada por un hombre que parte en busca del asesino de su esposa. La particularidad es que el texto se relata desde el punto de vista de hasta dos decenas de animales.
La obra de Mouawad que Santiago Sánchez ha dirigido es, en contraste, un monólogo. Sobre el escenario, durante la cerca de hora y media que dura Un obús en el corazón, un hombre llamado Wahab, exiliado a Canadá, detalla la vida de rencor hacia su madre por haberle separado del Líbano.
El director valenciano acariciaba la idea de montar este texto desde hace ocho años, pero esperaba al actor idóneo. Dio con él en la radio. En 2014 escuchó una entrevista a Hovik Keuchkerian, nominado al Goya al mejor actor revelación por Alacrán enamorado (Santiago A. Zannou, 2013). Wahab se agazapaba en su forma de hablar, cavernosa y apasionada, y en su historia personal. Hovik, campeón de España de boxeo, nació en el Líbano y tuvo que abandonar el país a los tres años, al estallar el conflicto bélico.
El origen de este espectáculo unipersonal se halla en el monólogo final de la novela de Mouawad Visage retrouvé. Aquí aparece el leit motiv obsesivo del trabajo del dramaturgo y que el personaje de Nawal recita en Incendios: “La infancia es un cuchillo clavado en la garganta”.
El pavor y el estupor de Mouawad niño frente a los horrores de la guerra aflora en cada una de sus creaciones como una herida abierta, como un grito alojado en las entrañas.
“Más allá del Líbano y del cáncer, esta obra nos habla de que uno sólo puede crecer al enfrentarse a sus miedos cara a cara”, arguye el director valenciano.
Bajo su parecer, la influencia de los clásicos griegos le ha llegado al quebequés por ósmosis. Wajdi comandó la traducción de las siete tragedias de Sófocles a cargo del poeta y traductor canadiense Robert Davreu, y esta experiencia se conectó a su escritura. “Lo que sucede es que Mouawad habla de conflictos contemporáneos. Su mirada se posa en la despersonalización del día a día, en el mundo de las relaciones, en las familias del siglo XXI…, pero luego tiene ese maravilloso punto de conexión con las tragedias clásicas que es la catarsis –aprecia Sánchez-. Su canto no es pesimista, sino al revés: hay una superación. Ese halo de esperanza convierte al teatro en revolucionario”.