MADRID. Siempre he sentido una especial afección hacia tres pensadores -también llamados 'intelectuales', una palabra ciertamente denostada en nuestro tiempo- cuyas obras me han interesado siempre, hablaran de lo que hablaran. Y precisamente en ese espíritu omnívoro radica una cualidad que, a mi juicio, los tres comparten. Tanto Susan Sontag, como Roland Barthes y Walter Benjamin poseían una rabiosa curiosidad hacia cualquier disciplina a la que se acercasen. Lo sorprendente es que de todas ellas sabían reflexionar. Y lo hacían certeramente. Sontag: literatura, fotografía, cine, enfermedad. Barthes: semiótica, antropología, teatro, literatura, deporte, fotografía, televisión. Walter Benjamin: filosofía, teatro, literatura, radio, juguetes, arte. Los tres, naturalmente, escribieron diarios y de ellos nos ocuparemos en las siguientes semanas. El primero de ellos es Diario de Moscú, de Walter Benjamin, publicado -como casi toda su obra en español- por Abada Editores.
Diario de Moscú se revela como una vibrante y reveladora lectura, pues en él se despliegan tres planos que se irán superponiendo alternativamente: el itinerario por una Rusia de los años 20 que parece aturdir al ensayista alemán; las constantes y certeras reflexiones teóricas con las que va trufando cada página y, por último, el aspecto amoroso, nada desdeñable en un Benjamin que se manifiesta como un ser profundamente frágil y enamorado. Pero comencemos por el principio: Walter Benjamin viajó a Moscú para pasar una temporada (desde diciembre de 1926 hasta febrero de 1927) en un país al que pretendía conocer de primera mano. Era su primera visita y su objetivo no era otro que convertirse en testigo directo de la realidad comunista que apenas diez años antes había despegado gracias a la revolución bolchevique. Y aunque la excusa política era plausible, tras la lectura de estas 200 páginas, una comprende que el verdadero motivo de su viaje ruso tenía nombre propio: Asja Lacis (imagen de la derecha). Esta actriz y dramaturga letona fue una bolchevique que pensaba que sólo si el teatro salía a la calle sería capaz de cambiar la vida de las personas, orientándolas así en la misma dirección que la revolución rusa. En 1922 se fue vivir a Berlín y allí conoció al director de teatro Bernhard Reich que sería su pareja a lo largo de varios momentos en su vida. También trabajó con Bertolt Brecht en obras como La dama de las camelias. Dos años después de su llegada a Berlín se marchó a Capri y allí conocería a Walter Benjamin. Juntos escribieron un hermoso reportaje dedicado a Nápoles. Algo germinó en aquel encuentro pues cuatro años más tarde, en 1926, Benjamin viajaría a Moscú para saber de Asja. Tras sufrir una crisis nerviosa, la actriz pasaría una temporada en el sanatorio Rott, tiempo que coincidiría con la estancia rusa de Benjamin. Así, el triángulo amoroso estaba servido: Asja, Walter y Benhard.
9 diciembre, 1926.- Apenas hacía unos minutos que recorríamos la amplia Tverskaya resplandeciente de nieve y suciedad, cuando Asja nos saludó desde la calle. Reich se bajó e hizo a pie los pocos pasos que nos separaban del hotel mientras nosotros seguimos con el trineo. Asja no estaba guapa: un gorro de piel ruso le daba un aspecto salvaje, y la cara la tenía algo hinchada por el largo tiempo que se había pasado en la cama.
Es curioso que aunque Benjamin profesara un incondicional amor por la letona, pocas veces mostrara los motivos de esta atracción. Casi todo el tiempo destaca sus aspectos menos favorecidos, su cambio de humor, su actitud caprichosa... Sin embargo, anhelaba pasar más tiempo con ella:
15 diciembre, 1926.- Tras levantarse, Reich salió un momento y yo tuve por un instante la esperanza de dar la bienvenida a Asja a solas. Pero ella no vino.
Por ella, Benjamin acude a la modista para ver cómo le quedan los vestidos, le promete regalarle un carísimo abrigo, le acompaña al teatro con sus amigos rusos... todo por ganar un amor que se sospecha no correspondido.
30 diciembre, 1926.- (…) De verdad que no sé a qué se debe que en los últimos días haya desaparecido todo lo vivo de nuestros encuentros y las miradas que nos intercambiábamos. Pero el desasosiego en el que estoy ya me impide ocultarlo.
Un amor que, desde luego, ansía el intelectual:
30 diciembre, 1926.- (…) Entonces sentí en mi nuca la mano de Asja. El cuello de la chaqueta se me había doblado y ella lo volvía a colocar. Con este contacto me di cuenta de cuánto hacía que ninguna mano me tocaba así, amablemente.
Esta entrada de Benjamin a un día de despedir el año 1926, instalado en plena navidad rusa, despierta algo parecido a la compasión. Es cierto que durante todo el viaje se percibe a Benjamin triste y así lo escribe él mismo en distintas ocasiones (“Luego, muy cansado (y creo que muy triste), regresé a mi habitación”). Y también, qué duda cabe, muy solo:
23 diciembre, 1926.- (…) Vi que no hay soledad para nosotros cuando al mismo tiempo la persona que amamos, aunque se encuentre en un lugar distinto donde no podemos alcanzarla, también está sola.
Finalmente, Asja parece entrañar las mismas dificultades que supone Moscú. O viceversa. Benjamin no entiende el ruso como no entiende a Asja, que le parece igual de gélida que ese invierno (“Algo sobre el carácter de Moscú. Ante todo, en los primeros días me condiciona la dificultad de acostumbrarme a caminar por calles totalmente heladas. He de prestar tanta atención al dar mis pasos que poco puedo mirar en torno a mí”) y de inaccesible que el idioma. Así describe su triste comida navideña:
25 diciembre, 1926.- (…) Comimos sobre un escritorio en torno al cual nos sentábamos de seis a ocho personas. Sólo se hablaba ruso. (…) Después de comer me fui a la habitación contigua y me dormí. Y luego aún permanecí despierto tumbado por un rato en el sofá: me sentía triste, y se me aparecieron, como luego tantas veces, imágenes de aquella época en que, siento estudiante, ,e iba desde Múnich a Seeshaupt.
En medio de este previsible desastre sentimental, a Benjamin le da tiempo a escribir agudas reflexiones a propósito del periodismo:
28 diciembre, 1926.- (…) Conversación con Reich sobre el periodismo. Kisch le ha revelado algunas reglas de oro, a las que yo añado aún otras nuevas: I) Un artículo ha de contener tantos nombres como sea posible. 2) La primera frase y la última deben ser buenas; en medio no importa. 3) Utilizar la representación fantástica que evoca un nombre como trasfondo de la descripción que lo presenta como es realmente.
De la situación de la política rusa:
30 diciembre, 1926.- (…) En las conversaciones con Reich he expuesto lo ambivalente que es ahora la situación de Rusia. Hacia fuera, el gobierno quiere buscar la paz para firmar tratados comerciales con los Estados imperialistas; pero ante todo busca (al interior) suspender el comunismo militante, se esfuerza por instaurar durante un tiempo una paz entre clases, despolitizando en lo posible la vida civil.
O de la importancia de la arquitectura:
28 diciembre, 1926.- (…) Para disfrutar de una plaza se ha de haber entrado en ella desde los cuatro puntos cardinales, y también haberla abandonado en cada una de esas direcciones.
Sin embargo, el final del diario comienza con el mismo asunto. En esta estructura eminentemente circular, Asja vuelve a estar en el centro. Asja y la tristeza de Benjamin que se aleja subido en un trineo que surca la nieve rusa:
1 febrero, 1927.- (…) Ella no se movió durante un buen rato, y la vi que me saludaba. Yo le devolvía los saludos desde el asiento del trineo. Creí ver primero que andaba de espaldas, pero luego ya no la vi más. Con la gran maleta en las rodillas me dirigí llorando a la estación por las calles teñidas de crepúsculo.