VALÈNCIA. Una de las preocupaciones de mi sagrada madre es cuándo reabrirán las peluquerías.
—Me da vergüenza salir a la calle con estos pelos —me confiesa a mitad de una larga conversación telefónica. Pero sólo puede salir a comprar. Veamos el lado positivo del confinamiento.
Comparto la inquietud de mi madre. A mí también me pasa. También me pregunto cuándo mi peluquero Juan, que trabaja muy cerca del domicilio de mis padres, volverá a cortarme el pelo por diez euros. Puede que me tiña las canas.
La casualidad del día ha sido que, cuando esperaba a entrar en el quiosco, he oído cómo un hombre le decía a la dueña: “Una clienta me ha llamado diciéndome que no podía lavarse la cabeza”. Al ver que había comprado el Hola he caído en la cuenta de que era peluquero o estilista, como se dice ahora. ¡Qué sería del Hola sin las peluquerías del país!
Como nadie nos cuida, y muchos menos el Gobierno de pandilleros, hemos de hacerlo nosotros, y esta tarea comienza por ponernos guapos.
Escribí ayer que me había afeitado una barba de dos semanas porque me hacía más viejo. Hoy me he atrevido a dar otro paso: he recuperado las cremitas guardadas en un cajón del mueble del cuarto de baño. Desde el inicio de la pandemia no me había acordado de ellas, ingrato como soy.
Después de levantarme me he echado por la cara una crema hidratante anti-edad de L’Oreal, adquirida en Druni, y luego me he puesto un poquito de contorno de ojos de la marca alemana Vído, que compré en un mercadona por poco más de cuatro euros.
Después de embadurnarme con estos potingues me he mirado en el espejo y me he sentido como Luis II de Baviera cortejando a su prima Sissi, aunque sin el uniforme de gala.
Cuidar el aspecto físico nos levanta la autoestima, de por sí muy mermada por los tristes acontecimientos que todos conocemos.
Hace años leí que en las dos guerras mundiales se dispararon las ventas de esmalte de uñas. Las mujeres deseaban verse atractivas. Hoy nos sucede lo mismo, también estamos en guerra. Al mal tiempo hay que oponerle una cara maquillada.
Sin embargo —y esto es lo verdaderamente inexplicable—, aún hay gente que defiende la superioridad moral de la belleza interior. “Para mí el físico es secundario. La belleza caduca. Lo que valoro, por encima de todo, es el interior de las personas”, oímos a menudo de hombres y mujeres por lo general muy poco agraciados. Estos comentarios y otros parecidos que me ahorro son falaces e hipócritas.
La belleza es la tarjeta de presentación en un mundo que vive de las apariencias. ¿Qué de malo tiene que te gusten las mujeres guapas o los hombres bellos?
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, tiene buen porte. Es agradable de ver. Le quedan bien los trajes y ha sabido elegir unas gafas de concha que le confieren un aire interesante. Es un ministro maniquí elegido por un presidente maniquí.
En su comparecencia, Salvador Illa ha afirmado con su habitual tono dubitativo: “Si no estamos ya en el pico, estamos ya muy cerca”.
El pico de la pandemia, que se antoja inalcanzable, me recuerda al mito de Sísifo, reinterpretado por Albert Camus. Sísifo encarna la tragedia del oficio de vivir: cuando creemos que lo hemos conseguido, que hemos tocado la felicidad, algo se rompe y hemos de volver a empezar. Cargado con una piedra, Sísifo sube una montaña con el propósito de alcanzar la cima, pero cuando está a punto de lograrlo, la roca rueda hacia abajo y ha de repetir la subida, y así una y otra vez.
El señor Illa, que es filósofo, sabrá de lo que hablo.
Hoy es el primer día en que estamos hibernados, como los osos polares. Para facilitar nuestra adaptación vuelven el frío y la lluvia. Es probable que nieve en el interior de la provincia.
A última hora de la tarde me llama mi antigua casera de Madrid. Me alquiló un estudio en Carabanchel, barrio popular y bullanguero, donde residí un año. Por sus palabras la noto indignada. Teme que sus tres inquilinos dejen de pagarle si el Gobierno decreta una moratoria en el pago de los arrendamientos. No sale de casa desde el 13 de marzo. Su marido y ella prefieren cenar sólo yogures antes que poner los pies en la calle.
Lo mejor del día lo he dejado para el final.
Begoña ha cumplido años. ¡Felicidades, mi pequeña!
Declara inconstitucional tanto esa prórroga como el nombramiento de autoridades competentes delegadas