(El pensar bien consiste, o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad, pero de otra manera caemos en un error. Jaime Balmes 1810-1848)
Hay épocas en las que apenas ocurren cosas que nos saquen de la rutina y del tedio social y político. Es justo entonces, mientras intentamos convencernos de que todo va sobre ruedas, cuando en un zas nos llega esa sorpresa que nos deja estupefactos!
Permítanme de entrada una digresión, a modo de flashback, pues el paso de los años me devuelve, cada vez con mayor frecuencia, anécdotas de mi infancia, de aquellos años pre-democráticos y particularmente de cómo mis padres intentaron enfocar mi educación, como tantos otros padres de la época, escasos de recursos pero repletos de valores, determinación y objetivos claros: convertirnos en esos ciudadanos críticos que ellos ya no llegarían a ser.
Guardo una anécdota, de aquellos primeros años 70, en los estertores del franquismo, de cuando el Ayuntamiento decidió modificar el diseño de bulevar clásico que tenía mi amada Gran Vía Fernando el Católico, cuando incorporó una especie de arboles de apariencia bastante exótica. Mi madre, que no salía de su asombro al ver que aquellos magníficos "pinus pinaster" se sustituyeran por unos troncos escuchimizados, decidió escribir al concejal de turno para pedir explicaciones y, sorprendentemente, obtuvo al poco tiempo cumplida respuesta. La carta del no-electo hablaba de las Chorisias del Brasil, que los técnicos de parques y jardines consideraban que se adaptarían bien al entorno. Aquella respuesta dejó satisfecha a mi madre, que vio crecer vigorosamente aquella rara especie arbórea frente a nuestra casa y, mutatis mutandis, allí siguen las Chorisias, que efectivamente han soportado el paso de 80.000 vehículos diariamente, hecho que constata el buen criterio y profesionalidad de aquellos técnicos municipales.
Al rememorar esta anécdota temo meterme en un barrizal y que se confundan mis principios y mis intenciones. Me declaro fan del pacto del Rialto y del acuerdo de La Nau, que tantas cosas buenas nos ha traído, pero no puedo evitar pensar en lo aprehendido en mis recientes estudios de ciencia política, y en particular en algo tan fundamental como es la rendición de cuentas, en particular en regímenes democráticos, concepto algo abstracto pero que resulta ser la clave de bóveda que sostiene la relación entre el sistema político y la ciudadanía.
Y todo esto viene a cuento de esta rentrée política que nos ha traído una sorpresa mayúscula, harto desagradable, en esa chusca estafa de la que todos y todas somos víctimas. Me refiero, claro está, al timo que hemos sufrido cada uno de los habitantes de esta ciudad en forma de unas estratosféricas transferencias a lo desconocido. Calculen ustedes, queridos convecinos, que hemos hecho una derrama de 5 euros per cápita hacia un destino ignoto, ahí es nada. Imaginen una unidad familiar que con mucha suerte tiene dos o tres miembros trabajando, y consiguen unos más que razonables ingresos de 30.000 euros anuales, pero de repente se dan cuenta que se han esfumado 1.000 de esos euros por el famoso arte del birlibirloque. Adiós a los extras, al pase del fútbol, a las merecidas vacaciones o a las cenas de sobaquillo en la falla. Eso mismo le ha pasado a la EMT, y por tanto a la ciudad, un gran fiasco.
Pero los valencianos somos especiales y ahí estamos, como en un drama cervantino, con nuestro alcalde defendiendo a capa y espada a su bisoño delfín, obviando los principios que sustentan a su coalición política y sus responsabilidades más básicas. Es como si de repente los juristas y filósofos de cabecera de Compromís se hubieran esfumado y se obviaran la “culpa in vigilando” o la “ética de la responsabilidad”.
Mi apreciado alcalde, el estupendo Joan Ribó, debe estar sufriendo mucho estos días al ver, blanco sobre negro, que uno de sus preferidos es un incauto y que ha cometido un error irreparable. En esta crisis nos jugamos no sólo el futuro de la coalición Compromís en la ciudad de Valencia sino también del gobierno progresista, cuestiones de largo alcance. El cómo se resuelva esta desafortunada crisis es un todo o nada. Si finalmente los responsables no dimiten y se acantonan en sus minúsculos privilegios, recuerden, esto puede ser el fin de un sueño colectivo.
A veces el fuego amigo es necesario, aunque consciente, sentido y cariñoso.