Cuando después de cada atentado alguien se refiere al islam como una religión "pacífica", me permito el sano ejercicio de la duda. Y me hago la siguiente pregunta: ¿Por qué en casi todos los países con mayoría musulmana se desprecian los derechos humanos? Algo debe de fallar en ellos. Más atentados como los de Cataluña romperán la convivencia
Cuando en enero de 2015 dos terroristas islamistas asesinaron a doce personas en la sede de la revista satírica Charlie Hebdo por publicar una serie de caricaturas sobre Mahoma, yo había iniciado una nueva vida en Madrid. Las semanas posteriores al atentado siempre me hacía la misma pregunta al coger el metro: ¿volaremos o no volaremos por los aires? Era la versión actualizada del "ser o no ser" de Hamlet. Cuando el tren llegaba a la Gran Vía o a Callao sin incidentes, subía las escaleras con alivio y aparcaba mis temores hasta el próximo viaje.
Tras los atentados de Barcelona y Cambrils se ha extendido la consigna de No tinc por (No tengo miedo). En dolorosas circunstancias como las vividas hay siempre un lema que prende en la multitud y que le sirve como desahogo y repulsa. Recordad aquel entrañable Vascos sí, ETA no. Luego, cuando desaparecen las cámaras de televisión, todo se diluye en el olvido.
Me avergüenza decirlo, pero yo sí tengo miedo. Como soy un mierda, un mierdecilla si se quiere, tengo miedo. Lo comprobé la semana pasada cuando, aún no repuesto de la conmoción de los atentados, me subí al metro en dirección al centro de València. Me senté en un vagón y al principio no reparé en mis compañeros de viaje. Tenía enfrente a dos adolescentes árabes. Vestían muy de verano: camiseta con tirantes, bañador y chanclas. Ambos consultaban sus móviles entre risas. No entendí lo que decían. Cada uno llevaba una mochila. Sí, una mochila. Enseguida pensé en lo que podía haber en su interior. Lo más probable es que fuera unas toallas pero ¿y si escondían cuchillos? La imagen tenebrosa de unos cuchillos afilados para degollarme se me pasó por la cabeza. Debo admitirlo. Allí, dentro de un vagón, sin posibilidad de escapar, hubieran podido perpetrar una matanza sin problemas. Pensé en bajarme en la siguiente estación pero no hizo falta pues ellos, sin abandonar el tono de sus bromas, se me adelantaron. Tal vez fuesen a la Malvarrosa. Fui injusto con ellos.
Después del 11-M y lo acaecido en Cataluña tengo miedo a saltar por los aires en el metro, a que me atropellen por Colón, a que me acuchillen. Los expertos sostienen que no hay que tener miedo porque anula nuestra libertad, y dicen bien pero no consigo deshacerme de este temor irracional. Tengo un miedo mayor: a que alguno de mis seres queridos sea víctima de un atentado. Entonces no sabría cómo actuar en esa situación límite. Si eso sucediera tendría miedo a sacar el racista que hay dentro de mí, el fascista que anida en todos nosotros, y a participar en una noche de cuchillos largos con otra gente golpeada por el terrorismo, tomándome la justicia por mi mano. Eso sería cruel e inhumano ya que pagarían justos —que son la inmensa mayoría— por unos pocos pecadores, como me temo que sucederá si hay más atentados.
¿Qué está sucediendo?, me pregunto. Trato de buscar las causas de tanta masacre pero no doy con ellas. La violencia, la locura, la barbarie siempre han estado presentes a lo largo de la Historia. El mal sigue habitando entre nosotros, y ahora presenta el rostro imberbe y moreno de un joven fanático. Mata en nombre de Alá, de acuerdo con la interpretación que hace del islam. No soy un experto en el Corán, no sé lo que dice ni deja de decir; es más, no creo que lo lea nunca. Hay tantos libros…
Gente más entendida que yo sostiene que el islam es una religión "pacífica", una religión en cuyo nombre algunos de sus fieles han asesinado en Madrid, Barcelona, París, Bruselas, Estambul, Londres, Manchester, Nueva York, Kabul, Bagdad, Niza, El Cairo, Damasco, Berlín, Mandari (Nigeria), Parachinar (Pakistán), Yakarta, Bali, Turku (Finlandia), Estocolmo…
Después de los atentados de Cataluña tengo miedo a saltar por los aires en el metro, a que me atropellen por Colón, a que me acuchillen, a que paguen justos por pecadores
Pero hay más. En casi todos los países con mayoría musulmana hay desprecio por los los derechos humanos: se discrimina a las mujeres, se encarcela y ejecuta a los homosexuales, se prohíbe la libertad de expresión y prensa. Muchos de estos estados son teocracias que no han aprendido a distinguir el poder político del religioso pues son la misma cosa. Por eso, cuando después de cada atentado alguien se refiere al islam como una religión "pacífica", me permito el sano ejercicio de la duda.
Como veis, he llegado a este fin del verano siendo un saco de temores y aprensiones. Es el miedo de un hombre blanco que preferiría vivir en otra época más tranquila. Os pido disculpas porque sé que en estas fechas lo que toca es escribir artículos livianos y frívolos como los de Boris Izaguirre, que me encantan, por cierto. De hecho iba a hablar sobre la reciente visita del chino a Mestalla y del culebrón estival protagonizado por Paula Echevarría y David Bustamante (otro de mis miedos es que rehiciesen su matrimonio), pero el ánimo no me acompañaba después de lo sucedido en La Rambla.
Tengo miedo, sí, a haberos defraudado con esta columna y a que no me volváis a leer. Es a lo que se expone cualquier periodista. El miedo a la indiferencia de sus lectores.
Dichoso aquel que está convencido de que el miedo nunca le alcanzará, ni el dolor, ni la enfermedad, ni la pérdida de los suyos, porque se siente protegido por los dioses buenos, aquellos que no nos obligan a matar a nuestros semejantes.