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VALÈNCIA. Se abre el telón y aparece un chaval un poco perdido. Bueno, o “un mucho”. ¿Hay presupuesto en realidad para el telón? Bueno, sigamos. Se enciende un foco, que ilumina a Adrián Camacho sobre la escena, dentro del espacio Coworkshop de València -del 25 al 29 de septiembre- para hablar de las crisis, la precariedad y la velocidad del mundo adulto en Yomiméconmigo o Ho’ponopono, una obra de teatro que forma parte del programa de Russafa Escénica. Junto a él está… él mismo, no hay nadie más. Para hablar de precariedad hay que predicar con el ejemplo.
A través del monólogo y explorando su propio ejemplo, Camacho se desviste y se sincera ante un público que quiere saber qué le pasa y cómo ha llegado hasta ahí. La obra, uno de los “viveros” del festival, busca hablar de la incomprensión y la incomodidad que puede vivir uno mismo en cualquier momento: “En la obra habl sobre la incomprensión de una persona que no está cómoda, ni en el sitio en el que vive, ni con la gente con la que trabaja, ni con su pareja, ni sus amigos. Esa insatisfacción le lleva a llegar a un momento de ansiedad en el que no sabe qué hacer ni cómo cambiar el rumbo de su vida”, señala el director y actor de la pieza.
Siguiendo esta guía reflexiona sobre un personaje, que podríamos ser todos nosotros, que busca dar un cambio de aires en su vida para no morir aplastado por la cotidianidad. Para centrarse en ese perfil observa a la generación que le rodea, la que va desde los veinte hasta los treinta y cinco años y que tienen una situación vital muy precaria: “Son personas que lo dan todo por un sistema que nunca se lo devuelve, y luego no saben como cambiar de vida. La idea es darle una vuelta cómica a este relato y generar una obra ligera que se centre en esta problemática”, señala Camacho.
Para ello, y con motivo de contar con más visiones sobre su caso, Camacho interviene con el público que le rodea, con el que dialoga constantemente para saber qué les pasa por la cabeza. Su personaje emplea relajaciones guiadas, música y el diálogo con los que le rodean como si de un chamán se tratara. El “segundo nombre” de la obra: Ho’ponopono responde a un mantra hawaiano que busca “higienizar la mente y liberarla de los pensamientos intrusivos”, como hace su personaje. A veces le funciona y a veces no, y cuando no, tal vez decide que la solución para el escape es “hablar con un amigo, escuchar una buena canción o relativizar lo que sucede”.
“En la obra hablo de que todo es válido y nada es válido a su vez, a veces es el tiempo lo que lo cambia todo. Hablo de cómo el cuerpo y la cabeza no siempre es capaz de gestionar un problema o como a veces necesita un cambio de perspectiva”. ¿Y cómo entra el público en esto? A través de su diálogo con los asistentes a la representación, Camacho es capaz de transformar la obra representación tras representación, y deja que vaya mutando con cada aprendizaje: “Considero que puedo aprender de esta obra constantemente, tanto a nivel de trabajo como a nivel personal. Cuando hablas con los asistentes te das cuenta de que el problema que relato es transgeneracional y que todo el mundo se cansa de la cotidianidad, es una cuestión de tiempo”.
Y con ello, reflexiona también sobre quienes le rodean: “Con la obra he aprendido que nuestra generación tiene una herida que va más allá de lo que nosotros podamos hacer o que ya hayamos hecho. A veces puedes no saber cómo gestionar algo. En la obra hablo de tocar fondo, y dar voz a muchos amigos míos que han vivido la precariedad en sus carnes como la he vivido yo. Es una obra sobre una persona precaria, hablando de cosas precarias. Es una obra en la que hablo de la herida de mi generación y de que querer no siempre es poder”.