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el sur del sur  / OPINIÓN

Zaplana y Oswald Aulestia

20/10/2024 - 

He de reconocer que no conocía la historia de Oswald Aulestia, el falsificador de arte más grande del mundo, que es español. Fue el martes cuando haciendo zapping me topé con el documental de Kike Maíllo, en La 2, que relata su historia desde un punto vista poco usual: el propio falsificador no solo es el protagonista, sino que aparece en la cinta y cuenta sin rubor todo su modus operandi. Y todo ello, aderezado con el testimonio de todo su círculo familiar y profesional, que describen al personaje. 

Oswald es un pintor que sacó un enorme rendimiento a la falsificación de obras de arte que él mismo protagonizaba y que posteriormente sus representantes vendían a precios desmesurados como si fueran originales. Paralelamente, su desmesurado gusto por los viajes, las mujeres y las drogas fueron su inspiración. Ganó millones de dólares y llegó a codearse con afamadas estrellas de Hollywood, como Madonna y Sylvester Stallone

A principios de los 2000 se puso en marcha la Operación Artista, una investigación dirigida por el FBI, encaminada a terminar con una de las mayores redes de falsificación de arte de los últimos tiempos, que contó con la ayuda de la policía española e italiana. Aulestia fue detenido, extraditado a los Estados Unidos y pasó nueve meses en una cárcel de Chicago

El documental no solo describe con todo tipo de detalle el narcisismo y la destreza artísticas del personaje, sino la red que permitió que todas esas obras de arte llegaran a varias galerías de arte de Europa y de Estados Unidos. 

La cinta tiene puntos álgidos que permiten ver esa doble o triple vida que ha llevado Oswald, como artista de obras originales (de estilo pop art) y de falsificaciones, o su vida familiar o más cotidiana. Hay un momento en el que el director, Kike Maíllo, una vez ha convencido al protagonista que le cuente su verdadera historia, le dice a Oswald: "Yo sí que conozco tu obra". Hablo de la  de "Oswald Aulestia". Le responde el pintor. ¿Por qué hay otra? Le responde, mientras ríe. "Eso me lo deberías decir tú", responde Maíllo. A partir de ahí se desarrolla una historia de un personaje que logró burlarse de todo y de todos hasta que cuando menos se les esperaba fue detenido. 

Sirva este diálogo para traerlo a la actualidad política y ver lo que ha pasado esta semana con la sentencia que condena al ex presidente de la Generalitat Valenciana, Eduardo Zaplana, a 10 años de prisión y una multa de 25 millones de euros por la prevaricación, cohecho, falsedad y blanqueo de capitales en la adjudicación de las ITV a cambios de comisión que se pagaron en paraísos fiscales.

No hablamos de historias paralelas, por supuesto. Es posible que el intento de comparación sea hiperbólico, pero sí el visionaje del documental que sí muestran ciertos paralelismos comunes entre un falsificador de arte reconocido y condenado por ello, y algunos políticos que se han visto envueltos en escándalos, y que, como en el caso de Zaplana, ahora han sido condenados —el fallo todavía es recurrible—, y en otros no. Sin ir más lejos, el mismo día fue absuelto José Joaquín Ripoll de las irrregularidades de la adjudicación del plan de residuos de la Vega Baja.

Insisto, las comparaciones son odiosas, y más en este caso. Oswald es un artista que le ha echado mucho morro a esta vida y ahora se ríe de sus gamberradas y de su vida loca; Zaplana es un ex político que siempre ha querido transmitir una imagen de seriedad, capacidad, eficacia y éxito, aunque por detrás haya protagonizado momentos oscursos para la democracia -como sus ruedas de prensa posteriores al 11M-, y fracasos políticos estrepitosos hasta el punto de ensombrecer, en términos de reputación, otras decisiones acertadas, más allá de los escándalos, de los que siempre salió de rositas hasta la sentencia del martes. 

Pero sí el documental da pie a una cosa es a trasponer esos ímputs de la vida de Oswald y la red que tejió con sus colaboradores —un italiano y un americano— para multiplicar el negocio de las falsificaciones y ganar más dinero. O simplemente, hacerse de oro. Oswald hace de la falsificación un modo de vida. Y como ciertos ímputos imaginarios, los podemos ver en la figura, en la trayectoria y ahora en la sentencia que condena a Zaplana. 

Quizás el otro momento de la cinta es cuando el equipo de rodaje de Maíllo debe marchar a EEUU con el Oswald para reencontrarse con su otro colaborador (el americano), y el viaje se debe posponer porque el pintor se escuda en un resfriado para no comparecer. La historia del documental estaba siendo tan expectante que se debe abortar por el peligro de llegar a EEUU y ser detenido. Debió ser como el 22 de mayo de 2018 para Eduardo Zaplana cuando fue detenido. La trayectoria había sido tan impecable que todo se iba (o parecía que se iba al traste) 37 años después de iniciar una fulgurante carrera en la vida pública (pese a los rumores y muchas informaciones periodísticas): Alcaldía de Benidorm, Presidencia de la Generalitat, ministro de Trabajo, etc.

En el caso de Oswald, pese a la excusa de resfriado, el temor del protagonista se confirma meses después: el rodaje de la película da un giro dramático cuando Oswald Aulestia es detenido en Barcelona, extraditado a Estados Unidos y recluido en la prisión del condado de Kankakee. Allí pasaría cuatro meses en una celda sin luz natural y, tras un pacto con la Fiscalía, logra salir de la cárcel y volver a los 10 meses. Eso sí, muy arrepentido de todo lo hecho. El ex presidente de la Generalitat también tuvo ese temor en forma de resfriado, que esta semana ha finalizado con una condena a una trayectoria de Papá Noël, como la hija del pintor llama a su padre en el documental de Maíllo.

En resumen, dos historias apasionantes, la de Zaplana y la de Oswald, en ámbitos diferentes, pero que el documental de Maíllo nos permite fabular similitudes, quizás puntuales, exageradas, pero que han sido reprendidas por decisiones judiciales. Si ven el documental y se fijan en los testimonios personales, verán las similitudes, pese a ser dos escenarios antagónicos. Y a lo mejor la lectura del libro Ciudadano Zaplana, del periodista Francesc Arabí, ya lo redondea todoQuizás Zaplana es al poder lo que Auswald al arte. Obsesión bien llevada -cada uno en su estilo- hasta que no lo han podido ocultar. Aunque Zaplana siempre tendrá esa cierta ventaja de mirar a la cámara con una sonrisa y decir que todo esto es un complot, su obra política y, incluso, la otra, que decía Auswald, pese a la sentencia.

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