VALÈNCIA. Es difícil, tal y como están las cosas, gestionar la evacuación de refugiados ucranianos y su traslado a España. Así lo han estado mostrando Clara Fernández y Juan Cartagena, cofundadores de la startup Rosita Longevity y mentes pensantes tras '15 Amigos', su iniciativa personal para ayudar a alrededor de 30 ucranianos a venir a la Comunitat Valenciana, más concretamente al balneario de Cofrentes. El bus que consiguieron fletar para varios refugiados y que salió de Bucarest sobre las 6:00 del pasado miércoles se demoró de más dadas las paradas extraordinarias que realizó en países como Hungría - donde estuvieron parados por un par de pasaportes caducados en el grupo-. Pero, finalmente, pasadas por poco las 9:00, el vehículo aparecía y la pareja española pudo conocer en persona a 10 de los refugiados que ha estado ayudando desde el inicio del conflicto.
Valencia Plaza quiso acompañar a Clara y Juan en el recibimiento del primer grupo a hospedar en el balneario. La hora de llegada del bus fue una incógnita durante las primeras horas de la mañana, acompañada de nubes y lluvia. Desde las 7.30 ambos ya rondaban la Estación de Autobuses a su espera. A priori parecía que su autocar no estaba programada en el panel de llegadas y salidas del recinto por el carácter extraordinario del traslado. Sin embargo, Katya, una de las jóvenes evacuadas hacía de lazo entre los españoles y los ucranianos a sus tan solo 18 años. En inglés, iba actualizando la posición de su grupo: Tarragona, a eso de las 6; Castellón, sobre las 8; Moncófar, sobre las 8:30...
Y cuando el reloj de la estación marcaba las 9:15, Juan lo alertó: "ya están aquí". Unos cuantos segundos después, la barrera de seguridad de la entrada de buses se levantaba y el vehículo blanco avanzó lentamente hasta el puesto de estacionamiento número 42. A través de los cristales poco se podía ver, tuvieron que esperar hasta la apertura de las dos puertas para poder identificar a los no pocos pasajeros que ordenadamente pusieron pie en el asfalto. Los primeros en bajar no eran los chicos de '15 Amigos', fueron otros tantos ciudadanos de los países por los que el bus Bucarest-València pasó y recogió. Pero, unos pocos minutos después y con toda la expectación posible, los primeros 10 evacuados por la iniciativa bajaron por las escaleras. El resto aún se están organizando para venir en otro bus, en avión o incluso en coche.
Una marea de gente cansada y desconcertada se posó frente a las puertas de los compartimentos laterales del bus, donde varios tenían su equipaje. Clara y Juan se acercaron para presentarse, era la primera vez que interaccionaban sin una pantalla delante y, aunque el idioma fuese una pequeña frontera para todos, un corro se formó alrededor de los dos españoles. "¿Vlad?, ¿Katya?, ¡welcome!". Aquello era lo poco que se podía oír en medio del silencio, fruto del agotamiento visible en sus rostros, que únicamente rompía el ruido del motor aún en marcha.
Kilos y kilos de equipaje se repartieron por el suelo y algún banco próximo a la parada. Junto a ellos, las mascotas de dos refugiadas miraban a diferentes lados moviendo el hocico incansablemente, probablemente a causa del sinfín de olores desconocidos de su nuevo destino temporal. Sin que parasen de moverse y husmear, la pareja dio unas breves indicaciones a Katya sobre qué era la próximo que harían. Llegar a València ya era un paso, uno que les había costado unas 50 horas en total, pero no acababa todo allí.
Por si acaso, un pilar junto a la parada número 42 estaba decorado con los colores azul y amarillo clásicos de la bandera ucraniana, y tenía pegados un par de folios con escritos en cirílico. Se podía intuir con un simple vistazo que, entre otras cosas, el nombre y clave del wifi de la estación se exhibía ahí, por sí querían avisar a sus familiares de que, 50 horas después, estaban en València.
A la salida de la estación, el cielo parecía dar un respiro a la ciudad y empezó a clarear para cuando Juan, Clara y los diez recién llegados bajaban cuatro o cinco escalones y se dirigían a los taxis repartidos a lo largo de la vía de servicio de la Avenida Menéndez Pidal. La flota de taxis abandonó el lugar, pero, antes de dirigirse a Cofrentes, permanecieron en la ciudad para intentar obtener ayuda experta con la que intentar regularizar como pudieran el estado de los recién llegados.
En un principio, Juan y Clara comentaron que irían a Ruzafa, a la sede de la fundación Juntos por la Vida, la gran protagonista de la ayuda humanitaria brindada desde España, para "facilitarles asilo político". Este trámite no se realizó, tal y como este medio pudo saber a través de fuentes oficiales de Juntos por la Vida.
Según añadió Juan, quedaron en que sería "mejor" enviar los pasaportes por foto, en vez de esperar allí, dado que la impresora "no funcionaba" y los recién llegados estaban "agotados". Hoy los enviarán, según han contado.
Clara, mientras tanto, confirmaba que están en búsqueda de "figuras legales" que puedan amparar a los refugiados hasta la puesta en marcha de mecanismos de regulación de su situación por parte del Gobierno, que ya ha comunicado, a través de alguno de sus miembros, la voluntad de darles "una vida digna y segura" gracias a su "esfuerzo enorme para acoger ucranianos". Tampoco han hablado sobre esta materia con la Generalitat, quien ya se ha pronunciado sobre las decisiones que tomará frente a la crisis migratoria.
La población de alrededor de 1.100 habitantes se hizo eco del plan de sus vecinos Clara y Juan, y respondió con un "ayuntamiento volcado" que no ha parado de recibir donaciones de ropa. Tanto para las personas como hasta para algún animal, así lo dejan claro cuando afirman que, entre la pila de ropa donada, había una sudadera para perros. Pero, por supuesto, no es la única muestra de colaboración de la que los cofrentinos han hecho gala.
Las farmacias de la zona han tendido su mano aportando medicamentos o productos higiénicos como desodorante; además, la Iglesia local, que tenía "unos ahorros", también se ha comprometido con la compra de productos necesarios para los refugiados hospedados en el balneario. "Está siendo precioso, muchísima gente está ayudando", confesó Clara.
En un mundo donde las Tecnologías de la Información lo dominan todo, poder ponerles en contacto con los familiares - mayoritariamente hombres - que han dejado en su natal Ucrania también es una prioridad para la pareja tras '15 Amigos'. En los próximos días procederán a habilitar un espacio con "tres o cuatro" ordenadores y "un par" de móviles para que puedan realizar videoconferencias con sus seres queridos.
Pero no todo es material lo que estas personas necesitan, la ayuda psicológica se prevé crucial para afrontar los próximos días acogiendo refugiados. Los varios menores que llegaron ayer a Cofrentes no tendrán que preocuparse con quién jugar y reír, pues, como comentan vecinos, "igual les vienen a recibir 30 niños del pueblo, no les va a faltar cariño".
No es todo material, y calor y apoyo por parte de los locales no parece que les vaya a faltar. Pero el daño que el conflicto les ha podido hacer más allá de lo físico puede tardar en sanar y, por ello, Juan advirtió que les falta un psicólogo que pudiese hablar con los niños y adultos en ucraniano.
Sólo hay opciones, más allá de español o valenciano, de profesionales que puedan hacer terapia en inglés, aunque apenas alguno de ellos lo entiende "más o menos". Por este motivo, y a la espera de que instituciones mayores como la Generalitat Valenciana desplieguen un operativo de ayuda psicológica en ucraniano para los migrantes, Juan tiene claro que apostarán por hacer actividades aprovechando el entorno natural de Cofrentes "desde el primer momento".
"Harán actividades el sábado y el domingo. En la montaña, hiking; aprovechando el río, podemos ir en barco; también podemos hacerles una paella...", sopesa, agregando que es algo "necesario" para que se les pase "el shock" y se puedan sentir "como en casa".
El apoyo a la iniciativa desde el instante cero ha supuesto que '15 Amigos' se pueda considerar como un título falso. O, al menos, a medias. Llamadas y mensajes han congestionado los teléfonos de Clara y Juan, quienes gestionan ahora una cifra de amigos rondando el doble que con la que inicialmente se pusieron manos a la obra y da nombre a la iniciativa.
En su blog-diario no es raro ver cómo, con cada día que pasa, se suman nuevas personas, conocidos de conocidos que piden ayuda para abandonar las fronteras ucranianas y encontrar asilo, bien sea en el balneario o con alguna familia de acogida. Esta última solución es la que con mejores ojos ve la pareja, pues están llegando a un punto que se acerca al límite del volumen de personas que pueden gestionar, dado que su apoyo no deja de ser una "iniciativa personal".
"Nos ha contactado, por ejemplo, un chico que nos dijo que tiene un edificio con siete apartamentos. Eso es lo que hay que buscar", afirma Clara. Precisamente, "eso" es lo que buscan: espacios grandes donde puedan vivir unidades familiares. Al parecer, muchos valencianos llaman interesados por la acogida, pero preguntan sólo por niños, como si fuera una cuestión de "orfandad". Desde '15 Amigos' quisieron dejar claro que, ahora mismo, las evacuaciones son de núcleos familiares completos, a excepción de hombres entre 18 y 60 años, obligados a permanecer en Ucrania.
Y, por si pareciese suficiente la ayuda externa recibida por el momento, en su web afirman que un conocido está llevando a cabo la construcción de un centro escolar improvisado para ellos, algo que, confiesan, "suena un poco loco". Pero, parece, será el "setup" de una escuela de estas condiciones "más rápido del mundo", lo cual les hace pensar que posiblemente servirá de base "para otras escuelas en ciudades que acojan refugiados".
En definitiva, la pequeña localidad situada en el Valle de Ayora ha dejado otra muestra más de solidaridad que la sociedad valenciana lleva exhibiendo desde el estallido de la guerra. Ayer, los menores ucranianos acompañados vivieron el primer día de su nueva vida en Cofrentes; una ciudad cuya historia y paisaje, marcados por una central nuclear, les habrá hecho recordar, más que nunca, a su Ucrania natal que unas circunstancias anómalas les han obligado a abandonar.