¿Quedan símbolos valencianos que funcionen como recursos gráficos para dar valor a la ciudad?
VALENCIA. Para las dos últimas generaciones de valencianos, aunque ellos no lo sepan, Valencia es una ciudad mal diseñada, tanto desde un punto de vista urbanístico como gráfico. Es un problema de planificación, en definitiva. Así que, si pensamos en una identidad gráfica local, la conclusión (o la consecuencia) es que faltan referentes y símbolos, o como decía Eugeni Alemany en su discurso inaugural de la primera edición de València Vibrant, «nos falta mitología y nos sobra coentor».
Algunos hemos recurrido en los últimos años al argumento de que la falta de rigor y de criterio de nuestros gobernantes (en cuanto a diseño y en cuanto a cultura, en general) ha sido la causa de que se instaurase como normal una ridícula ausencia de buen gusto, pero ahora pasamos página, hay un cambio político en las instituciones de la Comunitat Valenciana y es cierto que se atisban tiempos esperanzadores para el diseño valenciano con la imagen de las instituciones valencianas vuelve a estar en manos de diseñadores profesionales.
La ‘Marca Valencia’ ha sido pues bombardeada por años de irresponsabilidad política, ¿pero qué hay de esa ‘Valencia gráfica’? ¿Tiene esta ciudad recursos visuales urbanos más allá de las falleras y la paella? ¿Nos sobran tópicos o no sabemos aprovecharlos?
El valenciano es un pueblo que no sabe reconocerse fuera, le cuesta identificarse, por eso quizá la idea de una Valencia con identidad, que destile unos valores propios con sólo mirarla es algo que no sabemos generar desde dentro, en un momento en el que las franquicias internacionales canibalizan nuestras calles y tras, como decíamos, años sin respeto por lo nuestro en los que ha desaparecido un imaginario de rótulos comerciales, por ejemplo, que deberían haber sido convertidos en patrimonio valenciano. Y así, nos vamos quedando sin símbolos.
En París son célebres los ornamentos modernistas del arquitecto francés Héctor Guimard para el Metropolitain de la ciudad, en Londres encontramos el icono pop del logo del metro (un diseño resultante de la suma evolutiva de colaboraciones y retoques de principios del siglo pasado), en Nueva York la última señalización del metro realizada por Massimo Vignelli con la tipografía Helvetica es ya parte de la identidad de la ciudad, al igual que la marca I love NY de Milton Glaser o los azulejos azules de Oporto que sirvieron de inspiración para White Studio para representar a la ciudad. Pero, ¿y si pensamos en Valencia?
Marisa Gallén del estudio Gallén+Ibáñez, responsable del diseño del cartel conmemorativo del 9 d’Octubre de este año, reconoce la dificultad que supuso conceptualizar el encargo: «Este cartel pretende representar a una comunidad con muchos problemas identitarios, no hay símbolos que nos unan, y dada esta circunstancia había que huir de un uso problemático de los símbolos».
¿No nos quedan símbolos? Seguimos abusando de tópicos muy manidos, explotados y quemados hasta la saciedad, pero tal vez haya elementos que los diseñadores podríamos coger para utilizar como recursos gráficos y devolver así sus valores a esta ciudad. El diseñador Kike Correcher apunta a la responsabilidad de los propios creativos: «Necesitamos mentes desprejuiciadas y sin complejos que nos ayuden a reconciliarnos con nuestros símbolos, sin perder el espíritu crítico. Si Mariscal no se hubiera ido a Barcelona seguramente ahora tendríamos un buen abanico de recursos simbólicos sobre la ciudad de Valencia, como se intuía en sus comics del año 1975».
«En una ciudad de la importancia e historia de Valencia siempre habrá recursos visuales de los que "tirar mano" en diseño gráfico» afirma Ibán Ramón, diseñador valenciano y un gran exponente del cartelismo local de los últimos años. «Sin embargo —añade— esto no sucederá de manera coordinada hasta que la administración repare en que se puede promocionar la ciudad a partir de su propia identidad, integrando todos estos recursos visuales. Es una cuestión de estrategia, y eso está antes que el diseño, pero la inquietud debe nacer en el gestor de turno».
En ciudades como Barcelona parece que siempre lo tuvieron más claro, precisamente por la inquietud que apunta Ibán Ramón de los gestores que supieron convertir su historia en símbolos, o incluso encargar a diseñadores para que los creasen, como ocurre con las baldosas de los pavimentos de la ciudad condal, desde los suelos del Passeig de Gràcia diseñados por Gaudí hasta los modelos de panots (estas baldosas) de círculos y de formas geométricas diseñados por Juli Capella y Quim Larrea entre los que destaca la Flor de Barcelona que ya es un símbolo local. Una forma peculiar de, si no solamente reivindicar una historia, crearla.
Al respecto del caso de Barcelona, Kike Correcher sugiere: «No son necesarias grandes firmas como Gaudí para generar una iconografía que refleje autoestima y singularidad: un ejemplo son los semáforos de Berlín». ¿Y qué hay de Valencia? «Para mí, los rótulos de los refugios son un equivalente dignísimo que hay que revalorizar. Lo importante es no caer en la habitual banalización, obviando la historia y los valores que hay detrás» añade Correcher. «Por ejemplo, he tenido la suerte de poder contribuir a la reivindicación de la cotorra del Mercat como símbolo de la vitalidad de los pequeños comerciantes del Mercat Central, y creo que como ese hay una infinidad de recursos esperando ser aprovechados».
En efecto es una cuestión de puesta en valor del patrimonio de la ciudad. Pero el problema es cuando ese patrimonio ha sido machacado por desidia política, como el caso de los refugios que alude Correcher, los característicos rótulos (no está clara la autoría, aunque parece que apunta que fueron diseñados por Francisco Javier Goerlich o incluso por Josep Renau) que advertían de la entrada a los refugios antiaéreos de la ciudad de Valencia durante la Guerra Civil, que aunque declarados Bien de Relevancia Local no sólo no han sido rehabilitados sino ni siquiera conservados.
En concreto, la tipografía decó de estos refugios ha sido un elemento de inspiración para diseñadores valencianos durante la última década. El mismo Kike Correcher, ya en 2006, reconstruyó el alfabeto completo para un proyecto personal. Más tarde, en 2009, nacía el restaurante Refugio justo en los aledaños del refugio de la Calle Alta del Barrio del Carmen con un diseño recuperado por el estudio Pixelarte. El mismo año el diseñador Dídac Ballester colaboraba con Estudio Menta en la identidad y marca de la Valencia Disseny Week, generada a partir de la inspiración en este alfabeto decó. Y en 2015 hemos visto cómo estos rótulos se convertían en souvenir a manos de Atypical Valencia e incluso pasaban a formar parte de la marca de Valencia como Ciudad Refugio en una creación improvisada de Tomás Gorría desde su muro de Facebook.
¿Está el futuro de la identidad gráfica valenciana en manos tal vez de los souvenirs turísticos? ¿Es este canal, un terreno donde lo cutre campa a sus anchas, el medio adecuado para recuperar unos valores propios? Permítanme que lo dude, ya que primero tendremos que creérnoslo para poder venderlo. No hay más que pegar un vistazo a cualquier puesto para turistas y ver el top de ventas para avergonzarnos un poco de la imagen que pretendemos que los visitantes de la ciudad se lleven de vuelta a sus casas.
Aunque de vez en cuando surgen propuestas interesantes, como la colección de personajes ilustrados por Lina Vila que no terminó de fraguar por falta de apoyo institucional o los ya citados Atypical Valencia que recientemente han lanzado un desplegable ilustrado del barrio del Cabanyal de Valencia, realizado por la diseñadora Virginia Lorente en colaboración con Pablo Ejarque. El mismo barrio que ha sido protagonista de proyectos personales de diseñadores como Juan Martínez, quien lo retrató maravillosamente y de una original forma en el libro La voz del Cabañal. Graffiti imaginado.
Ahora mismo el puesto número 1 en ventas de postales de Valencia se lo disputan un bodegón frutal de unas naranjas y una panorámica de la Ciudad de las Ciencias de Santiago Calatrava. Así es Valencia, ciudad de contrastes, con la naranja por bandera, un recurso ensalzado en los mosaicos modernistas más arraigados, desde el Mercado Central, el Mercado de Colón o la Estación del Norte.
Sobre si este patrimonio es válido para generar recursos propios, Kike Correcher continúa su análisis: «Si hablamos de la ciudad de Valencia, hay dos grandes "minas" de iconografía local: por un lado toda la tradición gráfica que arranca desde el nacimiento de la imprenta (aquí se hizo el primer impreso literario) pasando por el cartelismo del siglo XX, la rotulación comercial o el cómic. Por otro, el patrimonio arquitectónico, desde el gótico a Calatrava pasando por el modernismo, que incluye una riquísima artesanía en torno a la cerámica o el hierro».
Son precisamente el hierro y los mosaicos, y su aplicación en la Estación del Norte de Valencia, los que sirvieron de motivación en 2013 para el Proyecto Final de Carrera de Diseño Gráfico de Rafael Jordán, que tomó forma en la tipografía Nord, basada en las letras modernistas de Gregorio Muñoz para la estación valenciana. Un buen trabajo con sabor valenciano.
La reinterpretación de las tradiciones a menudo cae en los tópicos, lo que por lo general es visto como algo negativo, frívolo o vacuo, aunque profesionales como Kike Correcher argumentan que no siempre ha de ser así: «Los tópicos son utilísimos en comunicación porque proporcionan elementos simbólicos con un significado ampliamente conocido y compartido. Prescindir de los tópicos es tan malo como abusar de ellos.»
El pavimento valenciano también es todo un campo a explorar, con los míticos pavimentos de mosaico Nolla, diferente al conocido como hidráulico y a veces confundido, con sus diseños originales de hace ciento cincuenta años que desprenden ese toque valenciano auténtico y diferenciador.
Y aunque ya hace décadas que comenzaron a desaparecer, recientemente una falla experimental, Ekklesia de Miguel Arraiz y David Moreno para Nou Campanar en 2015, dedicaba parte del proyecto a redescubrirlos, con las piezas del pavimento inspiradas en estos mosaicos, hoy reconocidos como el primer gres de porcelana industrial de España. «Por un lado nos interesaba potenciar y dar a conocer un patrimonio que se había perdido, y al mismo tiempo enfatizar que cualquier innovación, y sobre todo en un contexto tradicional como son las Fallas, debe estar basada en un conocimiento profundo de la tradición», explicaban Arraiz y Moreno.
Este es un artículo lleno de interrogantes que bien puede ser reflejo de lo que le depara al futuro de Valencia. Decía Raimon en su canción Jo vinc d’un silenci que qui perd els orígens perd identitat, tan alarmante como aterrador, un aviso certero para el que deberíamos hacer entre todos el ejercicio de pensar cuál queremos que sea la Valencia a recordar, pero sin olvidarnos de quienes han intentado destruir sus orígenes.