Sin duda en nuestro entorno gozamos de algunos privilegiados establecimientos para dar rienda suelta a nuestra afición culinaria, y es reconocido por doquier que las cualidades de nuestros cocineros compiten -y aun superan- a aquellas que se generan en los lujosos espacios al principio señalados.
Pero los restaurantes de calidad en nuestro territorio están limitados, de forma significativa, a aquellos locales que cultivan la llamada cocina de autor -también llamados restaurantes gastronómicos- y basta con comprobar las guías o acudir a nuestra memoria para constatar que es muy raro en nuestras latitudes encontrar un restaurante señero cuyo propietario no sea el cocinero o el jefe de sala; en todo caso un profesional directo de las artes culinarias. Esta circunstancia, en general positiva por multitud de motivos, como la coherencia de los menús y la sostenida calidad de cada uno de los platos, impide sin embargo la visita repetida a los mismos precisamente por las mismas razones, de forma fundamental porque las especialidades de cada uno de ellos suelen permanecer largas temporadas en su carta, y la visita frecuente las convierte en monótonas.