Quince años después del atentado que marcó el inicio del siglo XXI, algunas incógnitas sobreviven. Éstas son las diez más citadas por quienes no aceptan la versión oficial
VALENCIA.- Quince años después del atentado de las Torres Gemelas, algunos se niegan a aceptar la versión oficial que habla de un fallo de los servicios de seguridad. Algunas teorías son disparatadas; otras, no tanto. Éstos son los puntos más oscuros de lo que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, citando al sultán de Omar, llamó «una bendición disfrazada de tragedia».
1.- Lo que no pasó. La Administración Bush no organizó los atentados del 11-S y Osama Bin Laden no era un agente de la CIA. Tampoco es verdad que lo que explotó en el Pentágono fuera un misil o que el vuelo 93 de United Airlines fuera derribado por un avión militar. Falso es también que el Mossad estuviera involucrado en los hechos —mucho menos los Illuminati— o que el Gobierno derribara las Torres Gemelas mediante una demolición controlada.
2. The New Pearl Harbor. En 2000, un think tank ultraconservador de nombre Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) publicó el documento Reconstruir las defensas de América. En sus 90 páginas, de las que la Administración Bush asumió hasta la última coma, defendía el papel de EEUU como gendarme único del mundo, un incremento anual de entre 15.000 y 20.000 millones al presupuesto de defensa (3,5% anual), un ejército capaz de intervenir a la vez en varias guerras... y todo con el noble propósito de defender la democracia y el libre mercado. Según el Stockholm International Peace Research Institute, el incremento anual, entre 2001 y 2009, fue del 7,4%. El informe también incluía una curiosa apreciación: «Aunque el conflicto no resuelto con Irak otorga una justificación inmediata [para aumentar los efectivos militares en la zona], la necesidad de una presencia considerable de fuerzas americanas en el Golfo trasciende el tema del régimen de Saddam Hussein».
No hace falta ser un lince para saber a qué se refería. Pero la frase más polémica del texto es: «Todo este proceso de transformación, aunque suponga un cambio revolucionario, será largo, salvo que se produzca un acontecimiento catastrófico que actúe como catalizador, como un nuevo Pearl Harbor». Por mucho que algunos dijeran que el documento no influyó en la Casa Blanca, el director de PNAC era el ideólogo de cabecera de George W. Bush (William Kristol) y entre los firmantes estaban el vicepresidente, Dick Chenney, y su mano derecha Scooter Libby (cuatro veces condenado por mentir durante el Palmegate); el secretario de estado de Defensa, Donald Rumsfeld, o el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz.
3. ¿Es mentira la versión oficial? Lo mínimo que se puede decir es que hay mentiras en la versión oficial. La última prueba ha sido el Iraq Inquiry británico (más conocido como el ‘Informe Chilcot’) que, entre otras conclusiones, señala que Saddam Hussein no suponía ninguna amenaza y la invasión del país fue ilegal, que no se agotaron las posibilidades para una resolución pacífica de la crisis y que la planificación de la posguerra fue casi inexistente (luego, establecer un régimen democrático era tan increíble como sonaba). Además, se hizo sabiendo que Al Qaeda iba a resultar fortalecida. Pero la lista de mentiras cruza el Atlántico. Ahí estuvo Colin Powell, entonces secretario de Estado, mintiendo en la Asamblea de Naciones Unidas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak (marzo de 2003). También se puede citar la campaña contra Joseph C. Wilson por firmar un informe en el que negaba que Hussein hubiera comprado uranio en Nigeria para fabricar bombas nucleares, en contra de lo que había afirmado repetidas veces Bush (lo que originó el Palmegate). La lista es interminable. Otro dato innegable es que la Administración Bush ocultó la posible relación de Arabia Saudí con el atentado.
4. Abel Danger. A finales de 2009, la Junta de Jefes de Estado mayor decidió crear una unidad secreta entre varias agencias para combatir el terrorismo internacional mediante data mining. En 2004, de manera anónima, el Teniente Coronel Anthony Shaffer se reunió con varios miembros de la Comisión del 11-S para informarles de que, entre finales de 1999 y mediados de 2000, Abel Danger había identificado a Mohamed Atta y a otros tres de los futuros terroristas del 11-S (de dos células diferentes). Según Shaffer, en su momento, sus superiores le prohibieron informar al FBI. Luego se supo que el Departamento de Defensa permitió borrar los 2,4 terabytes de datos que la unidad había recopilado. Lo que siguió fue una lucha de desmentidos oficiales frente a la declaración de Shaffer, a quien respaldaron cuatro de sus antiguos compañeros. La Comisión aseguró que había estudiado los datos pero que la información no era correcta. Sin embargo, dos de sus miembros aseguraron que jamás se abordó el tema. Para acabar de complicarlo, el exdirector del FBI Louis Freech publicó una tribuna abierta en la edición digital del Wall Street Journal exigiendo que se investigara el asunto a fondo para impedir que la reputación de la Comisión quedara para siempre en entredicho.
5. El testimonio de Behorooz Sarshar. Sarshar era un traductor del FBI que, en abril de 2001, presenció la declaración de un informante (su nombre se mantiene en secreto), un exagente de la policía del Sha con una extensa red de informadores y una excelente reputación como fuente fiable. Ante dos miembros de la oficina de Washington del FBI sostuvo que dos fuentes le habían asegurado que: «El grupo de Bin Laden está planeando un ataque terrorista masivo en EEUU. La orden ya se ha dado. Su objetivo son las principales ciudades: New York, Chicago, Washington DC y San Francisco; puede que también Las Vegas o Los Ángeles. Utilizarán aviones para llevar a cabo los ataques. Dicen que algunas de las personas que participarán ya están en EEUU. Están aquí viviendo entre nosotros y, creo, ya hay gente dentro del Gobierno que ya lo sabe». «No hay fecha concreta», añadió, «ninguna que ellos supieran. Sin embargo, dijeron que sería 'muy pronto'. Piensan que dentro de dos o tres meses». Las fuentes del confidente aseguraban que se iban a utilizar aviones, probablemente haciéndoles explotar sobre ciudades pobladas.
El documento, todavía clasificado aunque filtrado íntegramente, llevaba un nombre poco dado a ambigüedades: Muy Urgente. Pilotos Kamikazes. La Comisión del Senado que investigó el 11-S sólo entrevistó a Sarshar ante la insistencia de las asociaciones de familiares de las víctimas pero no incluyó su declaración en el informe final. El tema salió a la luz gracias a una filtración.
6. El 'Memorando de Phoenix'. En julio de 2001, el agente del FBI Kenneth J. Williams escribió un informe (conocido como el Memorando de Phoenix) titulado Zakaria Mustapha Soubra; IT-OTHER (Ejército Islámico del Cáucaso) y cuya sinopsis decía: «Seguidores de Osama Bin Laden y Al-Muhjiroun están asistiendo a universidades y colegios de aviación en Arizona». El documento pasó por una docena de manos dentro del FBI pero nunca llegó a Washington ni se compartió con la CIA. En principio, un caso de simple negligencia. El texto todavía no ha sido desclasificado, aunque Fortune tuvo acceso a él.
7. El ‘Bombshell Memo’. En agosto de 2011 fue detenido Zacarias Moussaoui, lo que le impidió convertirse en uno de los terroristas que se estrellaron contra las Torres Gemelas. Según el FBI, si no hubiera engañado a sus interrogadores, el 11-S se podría haber evitado. Ésa fue la versión hasta que se publicó el Bombshell Memo (‘informe explosivo’), una carta remitida al director del FBI Robert Mueller por la agente Coleen Rowley (fue nombraba Mujer del Año por la revista Time en reconocimiento a su valor). En su ordenador Moussaoui llevaba un simulador de vuelo y manuales para pilotar un 747. Rowley solicitó a sus superiores en varias ocasiones que le dejaran registrar su casa, pero nunca obtuvo autorización de Washington, ni cuando se supo de la relación del aspirante a terrorista con Al Qaeda o tras la publicación del Memorando de Phoenix. En su carta Rowley insiste en cómo sus superiores manipularon la documentación para evitar que su solicitud llegara a su destino, lo que arroja alguna duda sobre si el informe de su compañero Kenneth Williams se perdió inocentemente en el laberinto administrativo del Bureau. Sobre todo porque Moussaoui había recibido lecciones de vuelo (aunque en Minnesota, no en Arizona).
8. La declaración de Harry Samit. Durante el juicio a Moussaoui, el agente que lo detuvo, Harry Samit, declaró que envió 70 mensajes por correo electrónico pidiendo permiso para analizar su ordenador pero jamás obtuvo autorización. En parte, el problema era legal: Samit era agente de servicio de Inmigración (INS) y detuvo a Moussaoui con la excusa de un problema con su permiso de residencia, por lo que no podía registrar su casa ni sus pertenencias. Aún así, sospechaba que podía estar planeando un atentado, así que intentó obtener el permiso apelando a la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera (FISA), pero el cuartel general en Washington del FBI siguió negándose (tras los atentados, el registro se autorizó basándose en esta norma). El Bureau también boicoteó su intento de pedir ayuda a la Administración Federal de Aviación (FAA).
9. «Bin Laden, decidido a atacar EEUU». Así se titulaba el Resumen Diario para el Presidente (PDB por sus siglas en inglés) que Bush recibió el 6 de agosto de 2001. Condolezza Rice (asesora de seguridad en la época) afirmó que el documento era un resumen de las acciones realizadas por Bin Laden en el pasado y que no contenía nada sobre posibles nuevos ataques. No mentía, pero no decía la verdad. En primer lugar, el PDB era una breve respuesta de la CIA a una pregunta concreta: ¿Existía riesgo real de un atentado de Al Qaeda como llevaba pregonando desde hacía tiempo el zar antiterrorista Richard Clarke? La respuesta es obvia: sí. Rice lo sabía, ya que debía haber leído (entre otros) el informe de la CIA de junio de 2001 anunciando un inminente ataque de Al Qaeda o los documentos que había realizado el DO5 identificando futuros objetivos de Al Qaeda en EEUU. La respuesta de Rice también obvia el hecho de que, como apunta el informe de la Comisión, de los cien avisos que recibió la FAA (Oficina Federal de Aviación) entre abril y septiembre, 52 aludían a la posibilidad de cometer atentados. «[Si] la intención de los secuestradores no es intercambiar rehenes por prisioneros —sino cometer suicidios con una espectacular explosión—, un secuestro doméstico será probablemente la opción», apunta el documento.
10. El papel de Arabia Saudí. De los 19 terroristas que atentaron en EEUU el 11-S, 15 eran ciudadanos saudíes. Durante el juicio, el único condenado, Moussaoui, nunca negó su participación y siempre aseguró que el exjefe de Inteligencia de la teocracia más corrupta e integrista del mundo, Turki al-Faisal Al Saud, financió Al Qaeda desde los años 90. No es ningún secreto que la Casa de Saud ha financiado el salafismo, una de las versiones más radicales del islam y con la que se asocia a Bin Laden. El pasado julio, tras una década de presión de los familiares de las víctimas, se desclasificó de manera legible el último de los anexos de la 9/11 Commission Report (la primera versión, que vio la luz en 2010, tenía 26 y media de sus 28 páginas en blanco), en el que se analizaba la posible relación de la casa de Saud con los atentados. Aunque insiste en que las conclusiones no son definitivas y hay que profundizar (algo que no se sabe hasta qué punto se ha hecho), sí que enumera una larga lista de investigaciones que conectan al gobierno de Arabia Saudí con distintos grupos terroristas e incluso con las células que llevaron a cabo los ataques. La desclasificación fue posible tras aprobarse una ley en el Senado que permitirá denunciar al gobierno saudí (Ley de Justicia contra el Patrocinio del Terrorismo, JASTA) pero uno de sus artículos obliga al Secretario de Estado a mantener una discusión «de buena voluntad» con el país al que se dirija la demanda.
El documento es importante, pero sólo relativamente: lo grave es que el FBI guarda miles de archivos relacionados con tan espinoso asunto.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 23 de la revista Plaza (septiembre de 2016)